La fe es la forma de poseer, ya desde ahora, lo que se espera 

Tiempo Ordinario

Sábado de la semana VI

Textos

† Lectura de la carta a los hebreos (11, 1-7)

Hermanos: La fe es la forma de poseer, ya desde ahora, lo que se espera y de conocer las realidades que no se ven. Por ella fueron alabados nuestros mayores. Por la fe, sabemos que el universo fue hecho por la palabra de Dios, de suerte que aquello que vemos, surgió de lo que no vemos.

Por la fe, Abel ofreció un sacrificio más excelente que el de Caín, y por ella fue declarado justo, pues Dios mismo aceptó sus ofrendas; y por su fe nos sigue hablando después de muerto.

Por su fe, Henoc fue trasladado sin pasar por la muerte: Desapareció, porque Dios se lo llevó. La Escritura da testimonio a su favor de que, ya antes de ser trasladado, era agradable a Dios. Ahora bien, sin fe es imposible agradarlo, pues quien se acerca a Dios debe creer que él existe y que recompensa a quienes lo buscan.

Por la fe, Noé aceptó el aviso de Dios sobre lo que aún no sucedía y con religioso temor construyó un arca para salvarse con su familia; su fe se constituyó en condena para el mundo incrédulo y él quedó establecido como heredero de la justicia que proviene de la fe. Palabra de Dios.

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Mensaje[1]

Tras finalizar la lectura del libro del Génesis, este pasaje de la Carta a los hebreos quiere hacer como una recapitulación de la historia de la salvación. La larga lista ayuda al lector a entender la riqueza de esta historia y a no abandonarla. La fe –tal como la define el autor– no es un ejercicio abstracto, sino «garantía de lo que se espera; la prueba de lo que no se ve». 

La fe es la certeza de poseer desde ahora esa «patria mejor» (11, 13.16) hacia la que nos dirigimos. Es más, la fe hace poseer hasta tal punto lo que se espera que ella misma es la prueba de lo que no vemos. La historia de los creyentes se inició gracias a la fe, a partir de la fe de Abel, que ofreció a Dios un sacrificio más precioso que el de Caín, para luego enumerar a Enoc, Noé, y llegar así hasta Abrahán, en quien la Carta se detiene con amplitud.

En efecto, él es el hombre creyente; es más, es el padre de los creyentes: obedeció enseguida a la llamada de Dios y dejó su tierra para ir hacia la que le había prometido Dios. No era una decisión a ojos cerrados, sino fundada en la Palabra de Dios. ¿Qué mejor fundamento que esta palabra puede garantizar un futuro a los que confían en ella? Y cuando llegó a ella no se estableció, porque «esperaba la ciudad asentada sobre cimientos» (11, 10). De la fe de Abrahán ha venido una descendencia «numerosa como las estrellas del cielo, incontable como la arena de las playas», es decir, el cortejo de creyentes que confían en Dios y esperan la patria que les ha prometido, pero que ya desde ahora saborean. «En la fe murieron todos ellos, sin haber conseguido el objeto de las promesas: viéndolas y saludándolas desde lejos y confesándose peregrinos y forasteros sobre la Tierra» (11, 13). Para ellos el Señor ha preparado una ciudad firme. Todos somos «peregrinos y forasteros», porque tendemos hacia la ciudad «celestial», la Jerusalén celeste (Ap 21).


[1] Paglia, Vincenzo. La Palabra de Dios cada día – 2023. Edición en español. pp. 108-109.

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