La alegría del pueblo fue grandísima y el ultraje inferido por los paganos quedó borrado

Tiempo Ordinario

Viernes de la XXXIII semana

En aquellos días, Judas y sus hermanos se dijeron: “Nuestros enemigos están vencidos; vamos, pues, a purificar el templo para consagrarlo de nuevo”. Entonces se reunió todo el ejército y subieron al monte Sión. El día veinticinco de diciembre del año ciento cuarenta y ocho, se levantaron al romper el día y ofrecieron sobre el nuevo altar de los holocaustos que habían construido, un sacrificio conforme a la ley. El altar fue inaugurado con cánticos, cítaras, arpas y platillos, precisamente en el aniversario del día en que los paganos lo habían profanado. El pueblo entero se postró en tierra y adoró y bendijo al Señor, que los había conducido al triunfo.

Durante ocho días celebraron la consagración del altar y ofrecieron con alegría holocaustos y sacrificios de comunión y de alabanza.

Adornaron la fachada del templo con coronas de oro y pequeños escudos, restauraron los pórticos y las salas, y les pusieron puertas. La alegría del pueblo fue grandísima y el ultraje inferido por los paganos quedó borrado.

Judas, de acuerdo con sus hermanos y con toda la asamblea de Israel, determinó que cada año, a partir del veinticinco de diciembre, se celebrara durante ocho días, con solemnes festejos, el aniversario de la consagración del altar. Palabra de Dios.

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Este pasaje pertenece a la parte que narra las empresas de Judas Macabeo, caracterizadas por seis años de guerras contra enemigos internos y externos. Cuando entra en Jerusalén, Judas quiere purificar de inmediato el templo profano por prácticas idólatras y quiere restablecer el culto originario.

Pero en cuanto el pueblo llegó al templo se presentó ante él una escena dramática: «Vieron el santuario desolado, el altar profano, las puertas quemadas, arbustos nacidos en los atrios como en bosque o en un monte cualquiera, y las salas destruidas». El autor sagrado alude a la tristeza y al dolor de todo el pueblo de Judas por que veían.

Judas decidió que un grupo de los suyos mantuviera bajo control a la guarnición siria atrincherada en la ciudadela, mientras él se ocupaba de la purificación del templo y de la restauración del culto. En primer lugar hizo destruir el altar que los paganos habían modificado y que habían utilizado para celebrar «los holocaustos de la Abominación de la Desolación».

Las piedras que habían sido profanadas fueron puestas en un lugar a parte a la espera de que surgiera un profeta que pudiera aclarar dónde había que colocarlas. Por eso se pusieron inmediatamente a trabajar para reconstruir  el altar, «como prescribía la Ley», es decir, con piedras no trabajadas, que no hubieran tocado hierro, porque profanaría la piedra, como indicaba la ley mosaica (Ex 20, 25). 

No se trató simplemente de una restauración arquitctónica, sino de aquella alianza que todo el pueblo de Israel debe continuar viviendo con fidelidad. Por eso se instituyó la fiesta de la Dedicación, que debía celebrarse cada año durante el mes de diciembre. Es la fiesta que el evangelista Juan recuerda con el nombre griego de Encenia (Jn 10, 22) y que los judíos todavía celebran con el nombre de Janucá, que significa precisamente «dedicación».


[1] Paglia, Vincenzo. La Palabra de Dios cada día – 2023. Edición en español. pp. 403-404.

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