Tiempo Ordinario
Martes de la XXVI semana
Textos
† Del evangelio según san Lucas (9, 51-56)
Cuando ya se acercaba el tiempo en que tenía que salir de este mundo, Jesús tomó la firme determinación de emprender el viaje a Jerusalén. Envió mensajeros por delante y ellos fueron a una aldea de Samaria para conseguirle alojamiento; pero los samaritanos no quisieron recibirlo, porque supieron que iba a Jerusalén.
Ante esta negativa, sus discípulos Santiago y Juan le dijeron: “Señor, ¿quieres que hagamos bajar fuego del cielo para que acabe con ellos?” Pero Jesús se volvió hacia ellos y los reprendió. Después se fueron a otra aldea. Palabra del Señor.
Mensaje[1]
Con este pasaje Lucas empieza el viaje de Jesús con los discípulos hacia Jerusalén. Jesús sabía que el Evangelio -aun a costa de su vida- debía ser predicado en Jerusalén, esto es, en el corazón político y religioso del pueblo de Israel.
Los discípulos querían detenerlo, pero Jesús «tomó la firme determinación». No se quedó en los lugares que para él eran habituales y seguros, a salvo de la violencia de los enemigos. En definitiva, no quiso ceder a la tentación de la tranquilidad de su entorno habitual, como sí hacemos a menudo muchos de nosotros, que tal vez nos amparamos en la excusa de nuestras limitaciones, de nuestra diócesis, de nuestra parroquia, de nuestros barrios, etcétera.
El papa Francisco repite que el Evangelio debe ir por las calles y recorrer las periferias humanas y de la existencia. Allí está su destino, porque allí es donde debe llevar liberación y alivio.
Desde el inicio de su predicación, es más, desde el inicio de su misma vida -solo hay que recordar la violencia homicida que Herodes, en su afán por acabar con el rey de Israel profetizado, descargó en el episodio de la matanza de los niños inocentes-, Jesús encuentra hostilidad y rechazo, pero nada le detiene. La obediencia al Padre y la urgencia de comunicar el Evangelio del amor tienen el primado absoluto en su vida. Por eso con decisión, es decir, obedeciendo gustosamente y con radicalidad a Dios, sale hacia Jerusalén.
El evangelista indica que envió delante de él a algunos discípulos con el encargo de «conseguirle alojamiento». La primera etapa era un pueblo de Samaria. Al llegar al pueblo los discípulos se encuentran frente a un claro rechazo por parte de los samaritanos del lugar. Era tanta su hostilidad hacia la capital judía que no querían que fueran hacia Jerusalén. Santiago y Juan -enojados con razón- querrían exterminar todo el pueblo. Pero Jesús contesta con el amor ante la frialdad de aquellos que no quieren acogerle y reprocha duramente -según el evangelista Lucas- el «celo» violento de los dos discípulos.
Una vez más se ve con claridad la visión evangélica de la vida que Jesús nos propone: para él no hay enemigos contra los que luchar o a los que destruir, sino únicamente personas a las que amar para que sean fraternas. Y los discípulos están llamados a continuar su misión de preparar los corazones de los hombres para acoger al Señor, sabiendo que Él no quiere la muerte del pecador sino que se convierta y viva.
[1] V. Paglia – Comunidad de Sant’Egidio, La palabra de Dios cada día, 2018, 366-367.