Jesús llegó de Galilea al río Jordán y le pidió a Juan que lo bautizara

El Bautismo del Señor

Textos

† Del evangelio según san Mateo (3, 13-17)

En aquel tiempo, Jesús llegó de Galilea al río Jordán y le pidió a Juan que lo bautizara.

Pero Juan se resistía, diciendo: “Yo soy quien debe ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a que yo te bautice?” Jesús le respondió: “Haz ahora lo que te digo, porque es necesario que así cumplamos todo lo que Dios quiere”.

Entonces Juan accedió a bautizarlo.

Al salir Jesús del agua, una vez bautizado, se le abrieron los cielos y vio al Espíritu de Dios, que descendía sobre él en forma de paloma y oyó una voz que decía, desde el cielo: “Este es mi Hijo muy amado, en quien tengo mis complacencias”. Palabra del Señor. 

Fondo Musical: P. Martin Alejandro Arceo Álvarez

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Mensaje

Celebramos la fiesta del Bautismo del Señor, concluimos el ciclo litúrgico de Navidad e iniciamos la primera etapa del ciclo correspondiente al tiempo ordinario. Este Domingo nos ayuda, después de la Navidad, a colocar a Jesús adulto en nuestra contemplación del evangelio para alimentarnos de su Palabra y de su testimonio en nuestra formación discipular.

Antes de concentrarnos en la escena recordemos que la intención del evangelista no es la de hacer una biografía de Jesús. A partir de la experiencia de la Resurrección, los primeros discípulos fueron compartiendo la memoria que tenían de los dichos y hechos del Señor y con la luz pascual los fueron interpretando. Los evangelistas lo que hacen es recoger esta tradición popular oral,  organizan la información que tienen y que proviene de distintas fuentes y la ordenan pedagógicamente –tomando en cuenta a sus destinatarios- para el anuncio de la Buena Nueva de Jesucristo el Señor.

El evangelio de Mateo fue escrito en los años 80-90 d.C., en la región de Antioquía de Siria, una gran ciudad con un número considerable de habitantes judíos. En el año 30 d.C. llegaron a ella misioneros judíos, procedentes de Jerusalén, que anunciaban a Cristo y obtuvieron conversiones entre los judíos y los gentiles. Esta doble composición de la comunidad cristiana suscitó tensiones en su interior. Este es un dato que toma en cuenta el evangelista y que nosotros debemos tener en cuenta al leer el evangelio.

Uno de los primeras tareas de la comunidad primitiva fue aclararse la posición de Juan el Bautista respecto a Jesús. No hay que olvidar que en torno a Juan se había suscitado un importante movimiento religioso y que algunos de sus seguidores veían en él al Mesías. Recordemos también como Pablo, en su travesía por Éfeso encontró a algunos discípulos que sólo habían recibido el bautismo de Juan (cf. Hech 19,1-7). Por ello el interés de Mateo es dejar claro que el mensaje de Juan es importante pero no definitivo y que Jesús es el Ungido por el Espíritu Santo, es decir, el Mesías de Dios.

Como trasfondo de la escena del bautismo tenemos el primer cántico del Siervo de Yahvé en Isaías que se lee en la primera lectura de este domingo. La identidad de este personaje es misteriosa, muchos estudiosos coinciden en decir que se trata de una persona individual que tiene una misión con dimensión «corporativa», es decir, asumir en su persona la responsabilidad del pueblo y de la humanidad; también coinciden en que se trata de un profeta con rasgos regios que sintetiza todas las cualidades de los profetas; que es elegido por Dios con singular atención y cuidado; que su destino es restaurar la alianza de Dios con su pueblo y, a través de él, con toda la humanidad, a través de la predicación y del sufrimiento vicario. Fue humillado hasta una muerte ignominiosa, pero Dios lo rehabilitó, lo resucitó y lo exaltó.

Luz para nuestra vida

La novedad en el relato del Bautismo de Jesús de san Mateo, respecto a los relatos de Marcos y Lucas, es la incorporación de un dato que deja clara la dignidad de Jesús respecto a Juan. El Bautista reconoce que él debería ser bautizado por Jesús, quien es más grande, pero Jesús se deja bautizar por Juan para obedecer el plan de Dios para instaurar su reino. De esta manera Mateo deja claro que Jesús al someterse al bautismo no compromete su dignidad de Hijo de Dios y y al mismo tiempo enseña a los discípulos que deben aprender a cumplir siempre todo lo que Dios quiere.

La escena se presenta como una bisagra entre la vida oculta de Jesús, de la que algo se dijo en los relatos de la infancia y su vida pública. Jesús se presenta entre la gente del pueblo. La atención se centra en la misión que Jesús va a recibir, Él es el Siervo de Yahvé y va a asumir, en forma sustitutiva, la redención de la humanidad, pero no lo hará ‘desde fuera’, sino encarnado en la historia de su pueblo, compartiendo sus frustraciones y sus anhelos. De igual manera, los discípulos, en el cumplimiento de su misión, habrán de recorrer los mismos caminos de la humanidad y en medio de ella ser luz, sal y levadura; acercándose con corazón compasivo y misericordioso a las personas de toda clase y condición, sin escandalizarse de su situación moral, sino más bien, situándose junto a ellas para ayudarles a colocarse en el horizonte de la redención de Cristo.

Jesús es el Mesías. El evangelista lo deja claro al decirnos que «al salir Jesús del agua, una vez bautizado, se le abrieron los cielos y vio al Espíritu de Dios, que descendía sobre él en forma de paloma…». Esta apertura de los cielos y el don del Espíritu son dos realidades que convergen en un mismo significado: se declara con solemnidad que Jesús de Nazaret, es el Profeta esperado, el Siervo de Yahvé que llevará a cabo el proyecto de Dios. Para ello recibe el don singular del Espíritu Santo, que permanece establemente en Él y que Él comunicará a sus discípulos para que continúen su obra redentora.

Dice además el evangelista que se «…oyó una voz que decía, desde el cielo: “Este es mi Hijo muy amado, en quien tengo mis complacencias”.» Esta voz corrobora la vocación de Jesús. Es Siervo de Yahvé e Hijo de Dios. Es el elegido para llevar adelante el plan de salvación. La misión de Jesús abarca todos los elementos que fueron anunciados para el Siervo: anunciar la Palabra, renovar la Alianza y asumir la responsabilidad del pueblo y de la humanidad. El discípulo de Jesús está llamado a descubrirse amado de Dios, a asumirse como Hijo suyo y unido a Jesús, colaborar en el plan de redención haciéndose instrumento de reconciliación y de paz, imitando a Jesús y haciéndolo presente en medio de la humanidad en la circunstancia histórica en la que le sea dado vivir.

Hoy podemos pensar en nuestra vocación bautismal. ¡Cuánta falta nos hace hacerlo de cuando en cuando! Descubrirnos amados de Dios, y asumirnos como Hijos suyos con la misión de hacerlo presente correspondiendo a su amor y amando a nuestro prójimo como Jesús nos enseñó. Para ello se requiere la madurez humana y uno de los indicadores de que la hemos alcanzado es la capacidad de hacernos responsables de otros, de asumir sobre nosotros ‘la carga’ de las personas a las que amamos, de sobrellevar la renuncia y el sufrimiento que esto implica y que tiene una valencia redentora.

La madurez cristiana es tarea de cada día, como dice la carta a los Efesios (cf. cap 4), se trata de alcanzar la estatura de Cristo y esto es posible porque hemos recibido su Espíritu, porque Él nos nutre con el testimonio de su entrega y nos revela que en Él también nosotros somos hijos amados de Dios.

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