Hijo mío, ¿por qué te has portado así con nosotros?

El inmaculado Corazón de María

Sábado siguiente a la solemnidad del Sagrado Corazón

Textos

† Del evangelio según san Lucas (2, 41-51)

Los padres de Jesús solían ir cada año a Jerusalén para las festividades de la Pascua.

Cuando el niño cumplió doce años, fueron a la fiesta, según la costumbre. Pasados aquellos días, se volvieron; pero el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que sus padres lo supieran. Creyendo que iba en la caravana, hicieron un día de camino; entonces lo buscaron, y al no encontrarlo, regresaron a Jerusalén en su busca.

Al tercer día lo encontraron en el templo, sentado en medio de los doctores, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Todos los que lo oían se admiraban de su inteligencia y de sus respuestas. Al verlo, sus padres se quedaron atónitos y su madre le dijo: “Hijo mío, ¿por qué te has portado así con nosotros? Tu padre y yo te hemos estado buscando llenos de angustia”.

El les respondió: “¿Por qué me andaban buscando? ¿No sabían que debo ocuparme en las cosas de mi Padre?” Ellos no entendieron la respuesta que les dio. Entonces volvió con ellos a Nazaret y siguió sujeto a su autoridad. Su madre conservaba en su corazón todas aquellas cosas. Palabra del Señor.

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Mensaje[1]

El relato de la pérdida y hallazgo de Jesús en el templo es una escena de vida familiar. El contexto está representado por dos breves descripciones de la vida de Nazaret: el viaje anual a Jerusalén para la Pascua (cf. Dt 16,16) y el retorno a casa de la familia de Jesús, donde él permanece sumiso a sus padres como un hijo cualquiera.

El significado teológico del episodio, sin embargo, es mesiánico y el gesto de Jesús es profético. Jesús afirma conocer bien su misión y anuncia la separación futura de sus padres. Cuando la madre lo encuentra en el templo lo interpela: «Tu padre y yo te buscábamos angustiados»; y Jesús responde con convicción: «¿por qué me buscaban? ¿No sabíaían que debo ocuparme de las cosas de mi Padre?» . Al decir «tu padre», María entendía referirse a José; pero cuando Jesús dice «mi Padre» está refiriéndose a Dios. 

Hay un contraste neto y significativo en esto, porque Jesús trasciende a sus padres. Jesús reivindica el primado de la pertenencia al Señor y la prioridad de la propia vocación. Sin embargo, inmediatamente después, Jesús regresa a Nazaret y permanece sumiso y obediente a los suyos.

La obediencia de los hijos a los padres es un deber y florece donde existe un clima de crecimiento y maduración de la persona, donde se reconoce el primado de Dios y de la propia vocación. Los hijos, pues, no pertenecen a los padres, sino a Dios y a su proyecto vocacional, valores más importantes que la familia misma. 

Por esto Jesús abandonará su hogar para cumplir la voluntad del Padre, es decir, para ocuparse de las cosas de Dios. Y es esto lo que María guarda en su corazón. La manifestación de Dios en la vida de su familia, siempre fiel y cumpliendo su promesa. María conoce íntimiamente el actuar de Dios y aprende en medio de la incertidumbre de cada día a confiar, a alabar, a agradecer y a interceder.


[1] G. Zevini – P.G. Cabra, Lectio divina para cada día del año. 2., 67-68.

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