Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo

Cuaresma

Martes de la semana I

Textos

† Del evangelio según san Mateo (6, 7-15)

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Cuando ustedes hagan oración no hablen mucho, como los paganos, que se imaginan que a fuerza de mucho hablar, serán escuchados. No los imiten, porque el Padre sabe lo que les hace falta, antes de que se lo pidan. Ustedes, pues, oren así: Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu nombre, venga tu Reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.

Danos hoy nuestro pan de cada día, perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en tentación y líbranos del mal.

Si ustedes perdonan las faltas a los hombres, también a ustedes los perdonará el Padre celestial. Pero si ustedes no perdonan a los hombres, tampoco el Padre les perdonará a ustedes sus faltas”. Palabra del Señor.

Fondo Musical: P. Martin Alejandro Arceo Álvarez

Mensaje[1]

El Padrenuestro ocupa el centro del sermón de la montaña, como si quisiera ofrecernos, dice Tertuliano- «el resumen de todo el Evangelio». Jesús dice a los discípulos que cuando oren no malgasten las palabras pensando que convencerán a Dios: «el Padre sabe lo que les hace falta, antes de que se lo pidan», asegura. 

La esencia de la oración consiste en confiar plenamente en Dios sabiendo que no nos abandonará y que nos dará lo que necesitamos. Y Jesús enseña aquella extraordinaria oración que es el Padrenuestro. Podríamos decir que toda la oración se resume en la primera palabra, «Padre», «Abbá» (papá). 

Jesús, al poner en nuestros labios el Padre Nuestro e inculcarnos con él un modo de orar, lleva a cabo una verdadera revolución religiosa, pues la tradición judía prohíbe pronunciar el nombre santo de Dios. Jesús, en cambio, al decirnos que llamemos a Dios con el apelativo de «abbá» nos ofrece una dimensión impensable hasta entonces, la de ser hijos, la de formar parte íntimamente de la familia de Dios. 

Dios sigue siendo «totalmente distinto» de nosotros, pero es un Padre que nos ha amado tanto que nos ha enviado a su propio Hijo. Se trata de un amor sin límites. Sería imposible que nuestra mente ni siquiera lo concibiera, si Él mismo no nos lo hubiera revelado. Es justo, pues, hacer su voluntad y pedir que venga pronto su reino, es decir, el tiempo definitivo en el que será finalmente reconocida la santidad de Dios y su amor reinará entre los hombres y en toda la creación. 

La segunda parte de la oración hace referencia a la vida de cada día. Jesús nos dice que pidamos el pan, el de cada día, para que podamos tocar con la mano la concreción del amor de Dios. Y es al mismo tiempo el pan material y el pan de su Palabra. Dos panes, dos mesas, indispensables. Ambas deben prepararse o, mejor dicho, deben multiplicarse para todos. 

Después, pone en nuestra boca una petición de gran calado: «perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden». No parece realista admitir que el perdón humano es modelo -«así como nosotros…»- del perdón divino, pero en los versículos siguientes estas palabras tienen una explicación: «Si ustedes perdonan las faltas a los hombres, también a ustedes los perdonará el Padre celestial. Pero si ustedes no perdonan a los hombres, tampoco el Padre les perdonará a ustedes sus faltas». 

Este lenguaje es incomprensible para una sociedad, como la nuestra, en la que el perdón es realmente raro y parece dominar el espíritu de venganza. Pero tal vez precisamente por eso necesitamos aún más aprender a rezar con el Padrenuestro para que descienda siempre a nuestro corazón.


[1] V. Paglia – Comunidad de Sant’Egidio, La palabra de Dios cada día, 2018, 253-254.

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