Tiempo Ordinario
Sábado de la XXXIV
Textos
† Del evangelio según san Lucas (21, 34-36)
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Estén alerta, para que los vicios, la embriaguez y las preocupaciones de esta vida no entorpezcan su mente y aquel día los sorprenda desprevenidos; porque caerá de repente como una trampa sobre todos los habitantes de la tierra.
Velen, pues, y hagan oración continuamente, para que puedan escapar de todo lo que ha de suceder y comparecer seguros ante el Hijo del hombre”. Palabra del Señor.
Fondo Musical: P. Martin Alejandro Arceo Álvarez
Mensaje[1]
El Evangelio que hemos escuchado cierra el discurso escatológico según Lucas y también el año litúrgico. Desde que llegó a Jerusalén, Jesús enseñaba cada día en el templo y al atardecer se retiraba al huerto de los olivos para orar.
Ahora exhorta a los discípulos: «Velen, pues, y hagan oración continuamente». Y no lo dice solo con palabras, sino con hechos. Sabe que ante los momentos decisivos y difíciles hay que estar atento y preparado. Hay que vivir cada día como si fuera el último. De hecho, cada día, de algún modo, es el último, en el sentido de que es único, irrepetible e irreversible.
El evangelista Lucas presenta la oración como la actividad por excelencia del discípulo que vela para acoger al Señor cuando llame a la puerta de nuestro corazón. La oración no solo aleja el mal y da la fuerza para combatirlo, sino que, sobre todo, nos libra del egocentrismo y nos ayuda a levantar la mirada hacia el Señor que llega. Y Jesús nos pide que oremos siempre, sin cesar.
Para nosotros, pobres hombres limitados, eso significa orar cada día. Sí, la oración de cada día traduce esa fidelidad que el Evangelio pide y que orienta al discípulo hacia Dios. Cada día debemos «comparecer seguros ante el Hijo del hombre» y con él invocar al Padre que está en el cielo para gozar desde ahora mismo el encuentro definitivo con Él.
La liturgia de la Iglesia, al introducirnos en el nuevo año litúrgico tras habemos mostrado el «fin» de la historia, nos recuerda que la oración perseverante es la garantía de nuestro encuentro definitivo con el Señor.
[1] V. Paglia – Comunidad de Sant’Egidio, La palabra de Dios cada día, 2018, 435.