Tiempo de Navidad
7 de enero
Textos
† Del santo Evangelio según san Juan (2, 1-11)
En aquel tiempo, hubo una boda en Caná de Galilea, a la cual asistió la madre de Jesús. Este y sus discípulos también fueron invitados. Como llegara a faltar el vino, María le dijo a Jesús: “Ya no tienen vino”. Jesús le contestó: “Mujer, ¿qué podemos hacer tú y yo? Todavía no llega mi hora”. Pero ella dijo a los que servían: “Hagan lo que él les diga”.
Había allí seis tinajas de piedra, de unos cien litros cada una, que servían para las purificaciones de los judíos. Jesús dijo a los que servían: “Llenen de agua esas tinajas”. Y las llenaron hasta el borde. Entonces les dijo: “Saquen ahora un poco y llévenselo al mayordomo”. Así lo hicieron, y en cuanto el mayordomo probó el agua convertida en vino, sin saber su procedencia, porque sólo los sirvientes la sabían, llamó al novio y le dijo: “Todo el mundo sirve primero el vino mejor, y cuando los invitados ya han bebido bastante, se sirve el corriente. Tú en cambio, has guardado el vino mejor hasta ahora”. Esto que Jesús hizo en Caná de Galilea fue la primera de sus señales milagrosas. Así mostró su gloria y sus discípulos creyeron en él. Palabra del Señor.
Mensaje[1]
El pasaje evangélico de las bodas de Caná es quizá uno de los que mejor conocidos. Todos recordamos a la madre de Jesús que es la única en darse cuenta de que se está acabando el vino. No está preocupada por ella o por su imagen. Sus ojos y su corazón miran y se preocupan de que todos sean felices, de que aquella fiesta no se vea turbada. La preocupación por aquellos jóvenes la empuja a dirigirse al Hijo para que intervenga: «No tienen vino». María sentía también suya aquella fiesta, sentía también suya la alegría de aquellos dos jóvenes esposos.
En Caná María indica el camino a los siervos: «haced lo que él os diga». Es el camino simple de la escucha del Evangelio que se nos indica también a nosotros, siervos del último momento. Es un camino que todos estamos invitados a recorrer. El cristiano es el que obedece al Evangelio, como hicieron aquellos siervos. Y la Iglesia, imitando a María, no deja de repetirnos: «Haced lo que él os diga». A partir de la obediencia al Evangelio empiezan los signos del Señor, sus milagros en medio de los hombres.
El mandamiento que los siervos reciben de Jesús es singular: «Llenad las tinajas de agua». Es una invitación simple, tanto que casi nos empuja a no hacerla: ¿qué tiene que ver el agua en las tinajas con la falta de vino? Ellos no comprenden hasta el fondo el sentido de esas palabras, pero obedecen.
Con frecuencia también a nosotros nos sucede que no comprendemos bien el sentido de las palabras evangélicas. Lo que cuenta es la obediencia al Señor. Él realizará el milagro. Después de haber llenado las seis tinajas, los siervos son invitados a llevar a la mesa cuanto han introducido en las tinajas. También este mandato resulta extraño. Pero una vez más obedecen. Y la fiesta se salva. Más aún, se podría decir que acaba in crescendo, como reconoce el mismo maestresala: «Todos sirven primero el vino bueno y cuando ya están bebidos, el inferior. Pero tú has guardado el vino bueno hasta ahora». Así comenzó Jesús sus milagros en Caná de Galilea, advierte el evangelista. Y si las bodas de Caná, que sucedieron «tres días después», empujan a que las comparemos con el domingo, día de la Eucaristía, podríamos comparar las seis tinajas de piedra con los seis días de la semana. La Iglesia nos sugiere que los llenemos con la Palabra del Evangelio. Y los días, iluminados por la Palabra de Dios, serán más dulces y fructíferos. Caná puede ser verdaderamente la fiesta del domingo con el don de la Palabra y de la Eucaristía: el vino bueno que podemos conservar durante toda la semana
[1] G. Zevini – P.G. Cabra, Lectio divina para cada día del año. Vol. 2, 163-164.