Tiempo Ordinario
Lunes de la IX semana
Textos
† Lectura del santo Evangelio según san Marcos (12, 1-12)
En aquel tiempo, Jesús comenzó a hablar en parábolas a los sumos sacerdotes, a los escribas y a los ancianos y les dijo: “Un hombre plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó un lagar, construyó una torre para el vigilante, se la alquiló a unos viñadores y se fue de viaje al extranjero.
A su tiempo, les envió a los viñadores a un criado para recoger su parte del fruto de la viña. Ellos se
apoderaron de él, lo golpearon y lo devolvieron sin nada. Les envió otro criado, pero ellos lo descalabraron y lo insultaron. Volvió a enviarles a otro y lo mataron. Les envió otros muchos y los golpearon o los mataron.
Ya sólo le quedaba por enviar a uno, su hijo querido, y finalmente también se lo envió, pensando: ‘A mi hijo sí lo respetarán’. Pero al verlo llegar, aquellos viñadores se dijeron: ‘Este es el heredero; vamos a matarlo y la herencia será nuestra’. Se apoderaron de él, lo mataron y arrojaron su cuerpo fuera de la viña.
¿Qué hará entonces el dueño de la viña? Vendrá y acabará con esos viñadores y dará la viña a otros.
¿Acaso no han leído en las Escrituras: La piedra que desecharon los constructores es ahora la piedra angular. Esto es obra de la mano del Señor, es un milagro patente?” Entonces los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos, quisieron apoderarse de Jesús, porque se dieron cuenta de que por ellos había dicho aquella parábola, pero le tuvieron miedo a la multitud, dejaron a Jesús y se fueron de ahí.
Palabra del Señor. Palabra del Señor.
Mensaje[1]
Nuevamente Jesús toma la palabra y esta vez lo hace por medio de una parábola bastante conocida: la de los labradores malvados.
Jesús presenta al personaje central de la parábola: “Un hombre” y probablemente dueño de extensiones de tierra. Nos describe a continuación muy bien la actividad de este hombre que “plantó un viñedo y le puso un cerco, preparó un lugar donde hacer el vino y levantó una torre para vigilarlo todo”. Vemos a un hombre ocupado en preparar su viña y muy seguramente pensando ya en los frutos que le pueda dar.
Este hombre debía partir; entonces alquila la viña a unos viñadores y se fue confiando en el buen trabajo y en los frutos que daría la viña pues había sido bien sembrada. Pasa el tiempo y el hombre, calculando que ya era el tiempo de los frutos manda sucesivas misivas a recoger la parte que le corresponde. Pero la cosa no era tan fácil. Ya los arrendatarios, por así decirlo, se habían adueñado de la viña y por consiguiente de sus frutos.
Las agresiones hechas a los mensajeros enviados van en aumento: Al primero lo golpean y lo mandan con las manos vacías; al segundo lo hieren en la cabeza y lo insultan; al tercero lo matan. Los intentos del dueño de la viña por recibir sus frutos son vanos. Y uno a uno sus siervos reciben el atropello de los labradores malvados.
Pero el hombre no se rinde. Aún le queda otra oportunidad. Tiene a su amado hijo. Piensa que precisamente por ser su hijo lo respetarán y enviarán con él la parte que le corresponde. Pero no pensaban así esos labradores. A toda costa querían adueñarse de todo y ¿qué ocasión más propicia podían encontrar? Ese era nada menos que el Hijo, el heredero. Si lo quitaban del camino ellos serían los herederos. Y así lo hicieron. Lo mataron.
A este punto, Jesús, lanza una pregunta como queriendo cuestionar a sus interlocutores: “¿Y qué creen ustedes que hará el dueño del viñedo?” Y sin dejar espacio a la respuesta él mismo agrega: “Pues irá y matará a los labradores y entregará el viñedo a otros”. Es una conclusión obvia. Si no se encuentra respuesta por parte de ellos, lo harán otros que respondan mejor.
Esta parábola nos trae unos elementos que podemos identificar claramente confrontándola con la realidad de Israel y con nuestra propia realidad.
Dios Padre es el dueño de la Viña, el que la ha trabajado y la entrega en las mejores condiciones, así nos lo presenta san Juan en su evangelio: “Mi Padre es el viñador” (15,1).
La viña es el pueblo de Israel. Esa viña Dios la ha entregado a unos labradores. Los jefes que uno a uno han pasado y la han gobernado. Algunos responsablemente otros aprovechando ‘el cuarto de hora’.
Pero aún hay un personaje que diríamos central: El Hijo amado enviado por el Padre y que desafortunadamente no corrió con buena suerte. Ese Hijo es Jesús, enviado por el Padre para nuestra salvación. Para recibir los frutos a su tiempo y convertirlos en certeza de salvación eterna.
[1] Oñoro, F., Entregar los frutos responsablemente. Pistas para la lectio divina. CEBIPAL.