Tiempo Ordinario
Miércoles de la IV semana
Textos
+ Del evangelio según san Marcos (6, 1·6)
En aquel tiempo, Jesús fue a su tierra en compañía de sus discípulos. Cuando llegó el sábado, se puso a enseñar en la sinagoga, y la multitud que lo escuchaba se preguntaba con asombro: “¿Dónde aprendió este hombre tantas cosas? ¿De dónde le viene esa sabiduría y ese poder para hacer milagros? ¿Qué no es éste el carpintero, el hijo de María, el hermanode Santiago, José, Judas y Simón? ¿No viven aquí, entre nosotros, sus hermanas?” y estaban desconcertados.
Pero Jesús les dijo: “Todos honran a un profeta, menos los de su tierra, sus parientes y los de su casa”. Y no pudo hacer allí ningún milagro, sólo curó a algunos enfermos imponiéndoles las manos. Y estaba extrañado de la incredulidad de aquella gente. Luego se fue a enseñar en los pueblos vecinos. Palabra del Señor.
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Mensaje[1]
Jesús vuelve a su «patria». Su fama se había extendido ya mucho más allá de Galilea, y llegaba incluso a Jerusalén. Cuando vuelve a entrar en la sinagoga, donde durante tantos años había escuchado las Escrituras y había rezado al Señor Dios, sus paisanos, en masa, acuden para escucharlo. Todos están asombrados ante las palabras de este vecino suyo, que además piensan conocer bien. Y se ponen también la pregunta justa que debería abrirles a la fe: «¿De dónde le viene esto?».
Desafortunadamente los habitantes de Nazaret se bloquean ante Jesús, precisamente porque lo conocen su presencia les es familiar; no se imaginaban así a un enviado de Dios, pensaban que un profeta debía tener rasgos extraordinarios y prodigiosos. Sin embargo, Jesús se presenta a ellos como un hombre normal. Es de condición modesta: «¿No es este el carpintero?», se dicen unos a otros. Era un oficio que no daba una especial reputación. La familia de Jesús es verdaderamente normal, viven de su trabajo, no son ricos, no son pobres; para los nazarenos Jesús no tiene absolutamente nada que lo sitúe por encima de ellos. Le reconocen una notable sabiduría y una capacidad taumatúrgica relevante, pero no pueden aceptar que hable de Dios con tanta autoridad, ni que se refiera a sus vidas y a sus comportamientos.
La maravilla se transformó de inmediato en escándalo. No podían tolerar que un hombre que ellos pensaban conocer bien pretendiese un cambio en sus vidas y en sus corazones. No podían aceptar todo eso. Rechazaban así la la lógica de la fe: acoger la autoridad del Evangelio sobre nuestra vida. Esta dureza de corazón impidió que Jesús pudiera realizar entre ellos algún milagro.
Quien elige la actitud de los habitantes de Nazaret impide al Señor actuar. No es que Jesús no quiera, el evangelio dice «no pudo». El milagro es la respuesta de Dios a quien le tiende la mano con humildad, implora su misericordia y pide ayuda. Ninguno de ellos tendía la mano, más bien todos tenían pretensiones. El camino para encontrar al Señor es dejarse encontrar por él. (Paglia, p.82)
[1] V. Paglia – Comunidad de Sant’Egidio, La palabra de Dios cada día, 2018, 82.