Esfuércense por estar en paz con todos 

Tiempo ordinario

Miércoles de la semana IV

Textos

Lectura de la carta a los hebreos (12, 4-7. 11-15)

Hermanos: Todavía no han llegado ustedes a derramar su sangre en la lucha contra el pecado, y ya se han olvidado de la exhortación que Dios les dirigió, como a hijos, diciendo: Hijo mío, no desprecies la corrección del Señor, ni te desanimes cuando te reprenda. Porque el Señor corrige a los que ama y da azotes a sus hijos predilectos. Soporten, pues, la corrección, porque Dios los trata como a hijos; ¿y qué padre hay que no corrija a sus hijos? Es cierto que de momento ninguna corrección nos causa alegría, sino más bien tristeza.

Pero después produce, en los que la recibieron, frutos de paz y santidad. Por eso, robustezcan sus manos cansadas y sus rodillas vacilantes; caminen por un camino plano, para que el cojo ya no se tropiece, sino más bien, se alivie.

Esfuércense por estar en paz con todos y por aquella santificación, sin la cual no es posible ver a Dios. Velen para que nadie se vea privado de la gracia de Dios, para que nadie sea como una planta amarga, que hace daño y envenena a los demás. Palabra de Dios.

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Mensaje[1]

La corrección es signo de amor porque es lo que hace un padre con sus hijos. Si no nos corrigieran no habría ningún cambio en nuestra vida. Por eso el autor pide a la comunidad cristiana, cuya fe corría el riesgo de debilitarse, que retome el vigor evangélico: «Robusteced las manos caídas y las rodillas vacilantes, y enderezad para vuestros pies los caminos tortuosos, para que el cojo no se descoyunte, sino que más bien se cure» (12, 12-13).

Es una exhortación que recuerda lo indispensable que es la educación en la vida de los discípulos. Seguir al Señor requiere que cada uno cambie su corazón, modifique sus pensamientos y, en definitiva, dejarse guiar por el Evangelio antes que por el propio orgullo, los instintos o las costumbres. Solo obedeciendo al Evangelio y su pedagogía podemos crecer en sabiduría y en amor.

Es la gran cuestión del arte pastoral, como lo llamaban los Padres de la Iglesia. Se trata de un compromiso que implica en primer lugar a los «pastores», es decir, a los responsables de la comunidad, para que trabajen por el crecimiento interior de los creyentes. En realidad, cada discípulo –y por tanto todos, incluyendo los «pastores»– está llamado a corregirse a sí mismo y a ayudar a los demás a crecer en la fe y en la santidad.

He aquí el motivo por el que el autor les pide a todos los cristianos que velen para que «nadie se vea privado de la gracia de Dios». Se podría decir que toda la comunidad está llamada a velar, a ejercer la tarea «episcopal» de cuidar de la fe de sus hermanos y hermanas. Forma parte de este velar el cuidado por no dejar que crezca en medio de ellos ninguna «raíz amarga», es decir, aquellas actitudes egocéntricas que turban su vida e impiden su crecimiento.


[1] Paglia, Vincenzo. La Palabra de Dios cada día – 2023. Edición en español. pp. 88-89.

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