El que quiera servirme que me siga

10 agosto

San Lorenzo, Diácono y Mártir

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Yo les aseguro que si el grano de trigo sembrado en la tierra, no muere, queda infecundo; pero si muere, producirá mucho fruto. El que se ama a sí mismo, se pierde; el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se asegura para la vida eterna.

El que quiera servirme que me siga, para que donde yo esté, también esté mi servidor. El que me sirve será honrado por mi Padre”. Palabra del Señor.

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Hoy, 10 de agosto, celebramos a San Lorenzo mártir, que murió como testigo de Cristo en Roma en el año 258 d.C. en tiempos del emperador Valeriano; en su testimonio encontramos un ejemplo concreto de la vivencia del evangelio: un hombre libre frente a su sociedad.  

Los testigos de su persecución cuentan que cuando las autoridades imperiales lo presionaron para que entregara los supuestos tesoros de la Iglesia que estarían bajo su responsabilidad, san Lorenzo extendió la mano hacia un grupo de pobres y mendigos que estaban cerca y dijo: “He aquí los tesoros de la Iglesia”.

El testimonio de Lorenzo nos motiva y la Palabra de Dios, hoy en el evangelio de Juan, nos ofrece razones para que demos el paso valiente de Jesús al tomar la cruz, esto es, de dar la vida con generosidad y amor.

Las palabras de Jesús nos dan la clave interpretativa del misterio de la pasión en tres frases contundentes. Comienza con una comparación, de allí se extrae la aplicación para la vida y finalmente se indica que todo ello se vive junto con Jesús.

Si nosotros somos de los que pensamos que es absurdo perder algo en la vida, nos viene bien la comparación del grano de trigo: “si muere, producirá mucho fruto”. Según esta lógica para ganar hay que perder. 

Por cierto, nadie dice que la muerte de la semilla, al plantarla en lo frío y oscuro de la tierra, para que luego brote el árbol, sea un absurdo. 

Jesús enseña que la muerte es un paso “necesario” y que de ninguna manera es un absurdo si la miramos no desde el ángulo de la pérdida sino de la ganancia.  Lo que hay que mirar es la vida que brota y que se hace visible en su máximo esplendor.

La paradoja del grano de trigo que para dar vida en el árbol muere a sí misma en cuanto semilla, se constata en la vida de un discípulo de Jesús. 

El seguimiento de Jesús exige renuncias para optar por el camino de la vida. Esto se comprende mejor dentro del horizonte indiscutible de todo el evangelio que es la Cruz. El reconocimiento, el aplauso del mundo, las imágenes de felicidad que hoy se ponen a nuestro alcance, tienen su gratificación, “sus ganancias”, pero en realidad dan en nada porque no dan la vida en plenitud. La verdadera realización está en el salir de sí mismo, en no vivir para sí, siguiendo el camino de servicio de Jesús.

Todo lo anterior se hace posible en el marco de una relación profunda con Jesús y una relación de “servicio” a él en los hermanos. 

Como dice Jesús, esta relación tiene un presupuesto, el “seguimiento”, y tiene una consecuencia, “el Padre lo honrará”, es decir, lo reconocerá como su hijo en la gloria. 

En el centro de este versículo aparece la idea central de toda esta experiencia de Jesús: estoy llamado a estar con Jesús allí donde él está por mí, o sea, en la cruz, envueltos en esa única vivencia de amor en la entrega a lo demás para que todos tengan vida. Ahí está el sentido, el valor y la verdadera realización de nuestra vida.


[1] F. Oñoro, Dar vida con la fuerza de la Cruz, Lectio Divina: Juan 12, 24-26:CEBIPAL/CELAM

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