El que quiera ser grande entre ustedes, que sea el que los sirva

Cuaresma

Miércoles de la semana II

Textos

† Del evangelio según san Mateo (20, 17-28)

En aquel tiempo, mientras iba de camino a Jerusalén, Jesús llamó aparte a los Doce y les dijo: “Ya vamos camino de Jerusalén y el Hijo del hombre va a ser entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas, que lo condenarán a muerte y lo entregarán a los paganos para que se burlen de él, lo azoten y lo crucifiquen; pero al tercer día, resucitará”.

Entonces se acercó a Jesús la madre de los hijos de Zebedeo, junto con ellos, y se postró para hacerle una petición.

El le preguntó: “¿Qué deseas?” Ella respondió: “Concédeme que estos dos hijos míos se sienten, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda, en tu Reino”.

Pero Jesús replicó: “No saben ustedes lo que piden.

¿Podrán beber el cáliz que yo he de beber?” Ellos contestaron: “Sí podemos”.

Y él les dijo: “Beberán mi cáliz; pero eso de sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo; es para quien mi Padre lo tiene reservado”.

Al oír aquello, los otros diez discípulos se indignaron contra los dos hermanos. Pero Jesús los llamó y les dijo: “Ya saben que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen.

Que no sea así entre ustedes.

El que quiera ser grande entre ustedes, que sea el que los sirva, y el que quiera ser primero, que sea su esclavo; así como el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar la vida por la redención de todos”. Palabra del Señor.

Fondo Musical: P. Martin Alejandro Arceo Álvarez

Mensaje[1]

Jesús se está acercando a Jerusalén, y por tercera vez, ahora de forma más extensa que las anteriores, confia a sus discípulos lo que le espera: el drama de la muerte, aunque añade también la resurrección. 

Los discípulos, como a menudo nos sucede también a nosotros, no le escuchan , o piensan que exagera, como de costumbre. El evangelista narra que los discípulos, ante el drama que Jesús les comunica, tienen la cabeza en otra parte. Jesús está pensando con gran preocupación en lo que le ocurrirá en Jerusalén, y ellos en cambio se preocupan por el puesto que van a ocupar o que van a pedir. Jesús va hacia la cruz, y ellos piensan en «tronos de gloria». 

Es cierto que la escena la inicia la madre de los hijos de Zebedeo, pero en ella estamos representados todos nosotros : la preocupación por uno mismo, por el futuro, por la propia colocación. Y en el fondo todos estamos convencidos de que eso no es algo tan equivocado. Pero el problema está en el hecho de que la concentración en uno mismo a menudo es tan profunda que nos vuelve ciegos y sordos ante el drama de quien está sufriendo realmente. 

En Jesús angustiado , que pide consuelo, vemos también a todos los que hoy están condenados a la pobreza y la injusticia. El riesgo es que incluso nosotros, como esa madre y esos discípulos, estemos preocupados sólo por nosotros mismos. Jesús les dice: «No saben ustedes lo que piden». Cuando se pide sólo para uno mismo significa ser ciego, es decir, no saber qué es lo que se necesita pedir. Y Jesús, con gran paciencia, vuelve a enseñar a esos discípulos para que aprendan el camino que deben seguir, y por tanto las cosas que deben pedir. 

Como un buen maestro Jesús parece incluso aceptar su ambición, pero le da la vuelta: «El que quiera ser grande entre ustedes, que sea el que los sirva, y el que quiera ser primero, que sea su esclavo». Es el camino contrario al que propone el mundo, al que nosotros buscamos instintivamente. Jesús, con su propia vida, nos muestra la «alteridad» respecto al estilo de vida del mundo y a los sentimientos egocéntricos que todos sentimos: «el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar la vida por la redención de todos». Se lo pide a sí mismo y a todo el que quiere seguirlo: es el camino hacia la Pascua de resurrección, que pasa sin embargo por la cruz.  (Paglia 117-118)


[1] V. Paglia – Comunidad de Sant’Egidio, La palabra de Dios cada día, 2018, 117-118.

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