Adviento
Jueves de la I semana
Textos
Del libro del profeta Isaías (26, 1-6)
Aquel día se cantará este canto en el país de Judá: “Tenemos una ciudad fuerte; ha puesto el Señor, para salvarla, murallas y baluartes. Abran las puertas para que entre el pueblo justo, el que se mantiene fiel, el de ánimo firme para conservar la paz, porque en ti confió.
Confíen siempre en el Señor, porque el Señor es nuestra fortaleza para siempre; porque él doblegó a los que habitaban en la altura; a la ciudad excelsa la humilló, la humilló hasta el suelo, la arrojó hasta el polvo donde la pisan los pies, los pies de los humildes, los pasos de los pobres”. Palabra de Dios.
+ Del evangelio según san Mateo (7, 21.24-27)
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “No todo el que me diga ‘¡Señor, Señor!’, entrará en el Reino de los cielos, sino el que cumpla la voluntad de mi Padre, que está en los cielos.
El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica, se parece a un hombre prudente, que edificó su casa sobre roca.
Vino la lluvia, bajaron las crecientes, se desataron los vientos y dieron contra aquella casa; pero no se cayó, porque estaba construida sobre roca.
El que escucha estas palabras mías y no las pone en práctica, se parece a un hombre imprudente, que edificó su casa sobre arena. Vino la lluvia, bajaron las crecientes, se desataron los vientos, dieron contra aquella casa y la arrasaron completamente”. Palabra del Señor.
Voz: Marco Antonio Fernández Reyes
Fondo Musical: P. Martín Alejandro Arceo Álvarez
Mensaje [1]
El himno de acción de gracias del profeta expresa la doble proclamación del auxilio de Dios que sostiene a la ciudad «fuerte» de Jerusalén en oposición a la soberbia Babilonia.
El himno lo cantan los habitantes de la ciudad, que necesita ser reconstruida y levantar murallas garantes de su seguridad. Pero a veces las “murallas” no sólo defienden de los enemigos; también llegan a convertirse en una especie de defensa del propio bienestar, en barrera contra los humildes. Aparece entonces una imagen muy bella en la que el profeta invita a abrir las puertas de la ciudad para que entren el ella otros, llamados «pueblo justo».
La descripción de la gente que puede entrar en la ciudad en busca de refugio nos lleva a pensar que los moradores, sus habitantes, no son habitualmente ni justos, ni fieles y se les invita a abrirse al «pueblo justo», «que se ha mantenido fiel». Solamente así, con esta apertura al otro, al pobre, los habitantes de la ciudad encontrarán la verdadera salvación y seguridad.
Las dos imágenes evangélicas antitéticas del hombre prudente y del hombre necio y de los resultados contrapuestos corresponden a las fórmulas de la alianza de Dios con Israel, fórmulas que -según los diversos testimonios del Antiguo Testamento- concluyen siempre con una serie de bendiciones y maldiciones. Las frases conclusivas del sermón de la montaña nos dan a entender que bendición y maldición, salvación o destrucción no nos vienen dadas del exterior; manifiestan más bien la consistencia del actuar humano y el cimiento en que se funda.
Naturalmente que cuesta más construir sobre roca, es mucho más cómodo edificar sobre extensa llanuras de arena, pero tales construcciones sin cimientos sólidos están destinadas a ser arrasadas por aguaceros y vendavales. Por tanto, es capital la calidad del cimiento; sólo apoyando las obras propias en la Palabra de verdad es como la vida humana logra su realización, prescindiendo de exterioridades: «No todo el que me dice:¡Señor, Señor! Entrará en el reino de los cielos».
Hoy podemos incurrir en la tentación de buscar con entusiasmo milagros y manifestaciones espectaculares de Dios; cuando así hacemos, olvidamos que sólo la obediencia a la voluntad del Padre indica la calidad del seguimiento de los discípulos de Jesús y por ello decimos que sólo quien es justo, es digno del Reino.
[1] G. Zevini – P.G. Cabra, Lectio divina para cada día del año. Vol. 1, 70-72.