Tiempo Ordinario
Domingo de la XX semana
Textos
† Del evangelio según san Juan (6, 51-58)
En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre.
Y el pan que yo les voy a dar es mi carne para que el mundo tenga vida”.
Entonces los judíos se pusieron a discutir entre sí: “¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?” Jesús les dijo: “Yo les aseguro: Si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no podrán tener vida en ustedes.
El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna y yo lo resucitaré el último día. Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida.
El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él.
Como el Padre, que me ha enviado, posee la vida y yo vivo por él, así también el que me come vivirá por mí.
Este es el pan que ha bajado del cielo; no es como el maná que comieron sus padres, pues murieron. El que come de este pan vivirá para siempre”.Palabra del Señor.
Mensaje[1]
Contexto
La gente había sentido resistencia frente a las palabras de Jesús cuando dijo “He bajado del cielo”. Inmediatamente dijeron: pero si conocemos a la mamá, al papá, si este es Jesús! Y entonces la encarnación suscitó una gran dificultad.
Hoy nos encontramos con otra resistencia. Cuando Él dijo “Mi carne para la vida del mundo” inmediatamente la gente se pregunta: “¿Cómo puede éste hombre darnos a comer su carne?”.
La gente no entendía. Y si no entendían en aquella época, menos hoy nosotros. Nosotros vemos cómo responde Jesús entonces. Jesús responde con siete afirmaciones. El evangelio de este domingo contiene siete afirmaciones.
Recordemos que hay siete preguntas que sirven de hilo conductor y que dan la estructura, el esqueleto, de todo el discurso del pan de vida, de esta bella catequesis. Hay siete preguntas. Pues, ahora la última lección de Jesús está compuesta de siete afirmaciones.
Las siete afirmaciones de la parte final del discurso del “Pan de Vida”
En las siete afirmaciones se repite el mismo concepto. En las siete afirmaciones se repite siempre, ni una sola vez falta, la palabra “comer”. Comer significa asimilar, significa saber decir el Amén eucarístico, significa hacer verdaderamente la comunión. No un Jesús al cual contemplamos a distancia. Un Jesús al cual ahora nosotros encarnamos. Al cual ahora nosotros hacemos una sola cosa con nosotros. Siete afirmaciones en las cuales se repite la palabra comer.
Pero ni una sola afirmación se repite al pie de la letra. Siempre hay una variante, siempre hay una nueva luz, siempre se abre una nueva ventana para que comprendamos la profundidad del misterio.
La primera es una afirmación que comienza en negativo, en condicional. “Si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no podrán tener vida en ustedes”.
La segunda, por el contrario es positiva: “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día”.
Enseguida en la tercera vuelve a insistir: “Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida”.
La cuarta afirmación vuelve sobre el mismo concepto con una proposición bellísima que habla ahora de la alianza. “El que come mi carne y bebe mi sangre vive en mi y yo en él”.
La quinta se basa en una comparación: “Así como el Padre que me ha enviado posee la vida y yo vivo por Él, así también el que me coma vivirá por mi”. La naturaleza de la alianza entre el discípulo y el Maestro viene de la comunión del Padre y del Hijo porque comulgar es hacer viva alianza con Cristo y en Él con la Trinidad.
La sexta afirmación es otra afirmación impositiva, muy bonita. Jesús dice lo que ocurre enseguida: “Este es el pan que ha bajado del cielo; no es como el maná que comieron sus padres, pues murieron”.
Y partiendo de esta realidad negativa, “ellos murieron” en seguida la séptima afirmación, la última, la más vibrante, la más alta, es la positiva para aquel que entra en alianza y en comunión con Cristo a través de la Eucaristía. “El que coma de este pan vivirá para siempre”.
Profundización
Como ya hemos dicho, las siete afirmaciones repiten una sola idea. Jesús es el verdadero pan, el pan que da la vida, la vida eterna, vivimos de Él. Vivimos de lo que recibimos y este pan tiene que ser comido, y comerlo significa no solamente asimilarlo como palabra y como ejemplo, como modelo de vida sino asimilarlo como víctima ofrecida en sacrificio por mí. Víctima con la cual hay que entrar en una misteriosa comunión.
Cada vez que comulgamos nosotros estamos invitados a asimilar el pan; Cristo. Usted no puede decir que desayunó simplemente colocando el pan sobre la mesa, mirándolo un par de minutos y pensando que ya desayunó No! Usted tiene que coger el pan y tiene que comerlo. Pues bien, esa analogía explica la comunión. A Jesús hay que comerlo. ¿Qué quiere decir eso? No basta únicamente con mirarlo y mirarlo y mirarlo. Hay que encarnarlo. Y lo que nosotros encarnamos, asimilamos, lo hacemos una sola cosa con nosotros es nada más y nada menos que la cruz.
Cuando comulgamos encarnamos el sentido de la muerte y resurrección de Cristo, estamos comulgando con la cruz. De esa manera, al asimilar a Cristo nos hacemos también proexistentes. Nos hacemos Cristo crucificado para los demás, o sea, aquel que da la vida.
No podemos comulgar en la Eucaristía y regresar a la casa egoístas. No puede ser. Cuando comulgamos hacemos alianza con Cristo, nos hacemos uno con Él: “Él en mi y yo en Él‟. Uno solo. Y entonces la cruz, Cristo con los brazos abiertos dando vida está en nosotros amando a todos los demás.
En estas palabras encontramos nosotros una expresión de lo que los otros evangelios presentan en la institución de la Eucaristía. En los otros evangelios Jesús dice “Tomen y coman esto es mi cuerpo, tomen y beban esta es mi sangre”. Juan lo dice aquí de otra manera.
En el Evangelio de Juan, la institución de la Eucaristía está sustituida por un relato bautismal con el lavatorio de los pies y lo hace allá porque ya lo ha explicado aquí en el capítulo 6.
En definitiva, Jesús quiere subrayarnos que el hombre, nosotros, ustedes y yo, estamos llamados a alimentarnos del Verbo hecho carne, alimentarnos de Él como Palabra en la que hay que creer, como ejemplo que hay que seguir, como víctima propiciatoria a la que hay que adherirse. Adherirse místicamente, profundamente en un acto sacramental. En términos más sencillos y más pobres, Jesús es la vida del hombre.
El hombre está hecho para vivir en, con, por, e inclusive de Jesús. Vivir de Él mediante la fe que escucha su Palabra. Que le recibe como un Hijo de Dios, que cree que Él es el Hijo de Dios encarnado, el Hijo de Dios que ha dado su vida por mí. Comulgar es encarnar el sentido de la muerte y resurrección de Cristo, el acto salvífico por excelencia. Es traer a mí todo el poder y la fuerza de la cruz y hacerme uno con el crucificado mediante la comunión misteriosa con su sacrificio, su muerte, su cuerpo y su sangre benditos, entregados por nosotros en la cruz. Nosotros estamos destinados a vivir de Jesús. A encontrar en Cristo la plenitud de nosotros mismos y a realizar su destino en la comunión y en la identificación con Él. Comulgamos con sus opciones, con sus actitudes, con sus comportamientos, con todo el evangelio. Y comulgamos con la mayor de todas sus opciones, la de dar la vida por los demás.
[1] F. Oñoro, Eucaristía y encarnación que vivifican Lectio Divina Juan 6, 51-58, CELAM/CEBIPAL