El árbol se conoce por sus frutos

Tiempo Ordinario

Sábado de la XXIII semana

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “No hay árbol bueno que produzca frutos malos, ni árbol malo que produzca frutos buenos. Cada árbol se conoce por sus frutos.

No se recogen higos de las zarzas, ni se cortan uvas de los espinos.

El hombre bueno dice cosas buenas, porque el bien está en su corazón; y el hombre malo dice cosas malas, porque el mal está en su corazón, pues la boca habla de lo que está lleno el corazón.

¿Por qué me dicen ‘Señor, Señor’, y no hacen lo que yo les digo? Les voy a decir a quién se parece el que viene a mí y escucha mis palabras y las pone en práctica. Se parece a un hombre, que al construir su casa, hizo una excavación profunda, para echar los cimientos sobre la roca.

Vino la creciente y chocó el río contra aquella casa, pero no la pudo derribar, porque estaba sólidamente construida.

Pero el que no pone en práctica lo que escucha, se parece a un hombre que construyó su casa a flor de tierra, sin cimientos. Chocó el río contra ella e inmediatamente la derribó y quedó completamente destruida”. Palabra del Señor. 

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Si es importante reconocer a Jesús como Señor, más importante es aún construir nuestra propia vida poniendo en práctica su enseñanza: «¿por qué me dicen ‘Señor, Señor’, y no hacen lo que yo les digo?». 

La enseñanza está confirmada mediante dos comparaciones dobles: la del árbol y la del hombre sensato. 

Con la elocuente imagen del árbol el evangelio nos ofrece un agudo criterio que nos ayuda a discernir o a juzgar rectamente. El árbol bueno se conoce por sus frutos.

Si pensamos nuestra vida como un árbol, nos podemos preguntar la forma en que se nutre y la forma en que lo que lo alimenta, se refleja en la calidad de sus frutos. 

Preguntémonos ahora respecto a nuestra vida ¿cómo es al agua que nutre nuestras raíces? ¿de que calidad es la tierra en la que estamos sembrados? ¿cuánta luz recibimos, cuánta sombra? 

De igual manera, la imagen de los cimientos de la casa construidos en terreno falso o en terreno firme nos ayuda a preguntarnos en el fundamento de nuestras convicciones, si están en la superficie, éstas será volátiles, si están arraigadas en el corazón y en la conciencia, nos sostendrán en los momentos de dificultad.

El árbol se califica por sus frutos, como el constructor por los cimientos que pone en su casa. La Palabra de Jesús exige su traducción en comportamientos correctos, en motivaciones justas, en unos sentimientos correspondientes. Si es necesario ser oyentes de la Palabra, más importante es aún ser obreros de esa misma Palabra. 

Lucas insiste en la «puesta en práctica», porque quiere evitar todo idealismo, toda reducción del mensaje a puro conocimiento. Exige la verificación de la «práctica», «obras buenas». Quien no procede así, se hace la ilusión de ser discípulo. 

Pensemos a partir de estas imágenes en lo que nutre nuestros sentimientos, pensamientos y emociones en relación a la calidad del fruto de vida que ofrecemos a quienes amamos y están cerca de nosotros y en la solidez que damos a nuestro proyecto de vida cristiana al construirlo sobre la Palabra del Señor.


[1] G. Zevini – P.G. Cabra – M. Montes, Lectio divina para cada día del año., XI, 290-291.

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