Dios no envió a su Hijo para condenar al mundo

Domingo después de Pentecostés

La Santísima Trinidad

Textos

† Del evangelio según san Juan (3, 16-18)

“Tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga la vida eterna.

Porque Dios no envió a su Hijo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salvara por él.

El que cree en él no será condenado; pero el que no cree ya está condenado, por no haber creído en el Hijo único de Dios”. Palabra del Señor.

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Mensaje[1]

Ante todo tengamos presente que si nosotros confesamos que Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo, lo hacemos gracias a la enseñanza, la vida y el misterio de Jesús. Pero ya desde antes –en el Antiguo Testamento- el pueblo de la Biblia lo presiente y, después, poco a poco, cuando los apóstoles hacen la experiencia pascual, la vida y la fe de las primeras comunidades cristianas lo comprenden de manera inequívoca.

La experiencia de un Dios Trino es fe y vida, vida y fe. No hay duda que la intimidad de los Tres fue vivida espontáneamente por los primeros cristianos después de la Pascua cuando ya se había cumplido la promesa de Jesús sobre la venida del Paráclito: “Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa” (Juan 16,13). Pero después de la experiencia viene la “formulación” de lo vivido y comprendido; es así como se va llegando poco a poco a la confesión de que Dios es Trinidad Santa.

A partir de Pentecostés, plenitud del tiempo pascual, cuando Jesús y el Padre han entregado lo más íntimo de sí, el amor infinito del uno por el otro, el Espíritu Santo, nos guía “hasta la verdad completa” (16,13) y es en el ámbito de este don que proclamamos y celebramos esta solemnidad de la Trinidad Santa. Es la Fiesta de nuestro Dios Trinidad, el Dios familia, de nuestros padres y madres, el Dios de nuestros hermanos y hermanas. 

La pregunta es, entonces, ¿quién es la Trinidad?, ¿qué significa creer en este Dios hoy?, ¿cómo podemos orar al Dios Trino? Nuestro conocimiento de Dios proviene en definitiva de Jesús. Por eso volvamos al Cenáculo para escuchar maravillados y agradecidos, de la boca de Jesús, la revelación sobre el amor de los Tres.

El Evangelio de Juan, con un texto del capítulo 3, nos presenta el diálogo entre Jesús y Nicodemo y nos ubica en la perspectiva espiritual del “nacer de nuevo” (Jn 3,3ss). Hablar de Dios, sobre él, nos pone siempre en camino, nos invita a un itinerario espiritual, en nosotros y en cada una de nuestras relaciones cotidianas. 

Los versículos 16-18 condensan maravillosamente toda la historia de la salvación en gruesas pinceladas, van a lo esencial: Dios nos amó tanto que nos dio a su querido Hijo, para que tengamos vida en abundancia envió a su Hijo a salvar, no ha juzgar (3,17) y la salvación está en creer, según la óptica de este evangelio (3,18). Creemos en un Dios de Vida, quien nos ama entregando a su Hijo Único y quiere nuestra salvación.

Celebremos pues el misterio que está en el centro de nuestra fe, del cual todo procede y al cual todo vuelve. El misterio de la unidad de Dios y, a la vez, de su subsistencia en tres Personas iguales y distintas. Padre, Hijo y Espíritu Santo: la unidad en la comunión y la comunión en la unidad. Conviene que los cristianos, en este gran día, seamos conscientes de que este misterio está presente en nuestras vidas: desde el Bautismo —que recibimos en nombre de la Santísima Trinidad— hasta nuestra participación en la Eucaristía, que se hace para gloria del Padre, por su Hijo Jesucristo, gracias al Espíritu Santo. Y es la señal por la cual nos reconocemos como cristianos: la señal de la Cruz en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo


[1] Tomado de la página en facebook de Virginia Raquel Azcuy. Teóloga argentina.

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