Dile que me ayude

Tiempo Ordinario

Martes de la XXVII semana

En aquel tiempo, entró Jesús en un poblado, y una mujer, llamada Marta, lo recibió en su casa. Ella tenía una hermana, llamada María, la cual se sentó a los pies de Jesús y se puso a escuchar su palabra. Marta, entre tanto, se afanaba en diversos quehaceres, hasta que, acercándose a Jesús, le dijo: “Señor, ¿no te has dado cuenta de que mi hermana me ha dejado sola con todo el quehacer? Dile que me ayude”.

El Señor le respondió: “Marta, Marta, muchas cosas te preocupan y te inquietan, siendo así que una sola es necesaria.

María escogió la mejor parte y nadie se la quitará”. Palabra del Señor.

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En el evangelio de hoy, después de haber contemplado la escena del buen samaritano contemplamos la visita amistosa de Jesús en casa de sus amigas Marta y María. El evangelista nos indica así que si bien la compasión del buen samaritano es modelo para la vida de los discípulos, esta debe ir a la par de la escucha atenta de la Palabra.

A María le parecía mentira que el Maestro estuviera allí en su casa, tan cerca de ella. Ahora podía escuchar en silencio sus palabras de vida eterna. La vemos bien recogida a los pies del Maestro, como acostumbraban a hacer los discípulos en los tiempos bíblicos.

A Marta la vemos en el fondo. Pasa de un lado para otro bien atareada. Los «diversos quehaceres» de que habla el evangelio son las tareas domésticas, las cuales se multiplican cuando hay visita: limpieza, comida, ambientación, cuarto de huéspedes, etc. Son muchas cosas al mismo tiempo las que hay que atender, sobre todo la de la comida. En ese ir y venir se nota que Marta está tensa por agradarle a Jesús. 

Hasta que Marta no resiste más y se dirige a Jesús -para que la oiga María-: «Señor, ¿no te has dado cuenta de que mi hermana me ha dejado sola con todo el quehacer? Dile que me ayude». La estima que Jesús siente también por Marta supondría que no le agradara verla cargar sola todo el trabajo de la casa. El «¿no te has dado cuenta?» suena a reclamo e ironía. 

Entonces Jesús le responde con una frase bien cargada de sentido y que abre grandes horizontes: «Marta, Marta, muchas cosas te preocupan y te inquietan, siendo así que una sola es necesaria. María escogió la mejor parte y nadie se la quitará»

¿Por qué Jesús le llama la atención a Marta? Es claro que no es por el servicio, ya que él mismo habla de la importancia del servicio. En la descripción de Marta se había dicho que ella «se afanaba en diversos quehaceres»: corría de un lado para otro, hacía muchas pequeñas cosas con el tiempo bastante fragmentado. El problema es que en toda la agitación la ocupación se volvió preocupación, siendo dominada por la ansiedad y perdiendo la paz. 

Lo que Jesús desaprueba no es la actividad de Marta sino su activismo. En el activismo se pierde de vista la meta, es difícil mantener la concentración, se desgastan las motivaciones y se terminan haciendo las tareas mal. Esta vida frenética –que también ocurre en algunos apostolados- es una de las características de nuestro tiempo, queremos hacer muchas cosas al mismo tiempo: estudiar y trabajar, estar en la casa y estar fuera, hablar por teléfono y ver televisión, y así muchas más. 

Ocuparnos de los oficios con el corazón ansioso indica que hemos perdido el norte, que perdimos de vista lo que era esencial, que terminamos esclavos del trabajo. Esto perjudica tanto la calidad de vida como la calidad del servicio. 

Para resolver esto, Jesús nos dice que la mejor manera de ser Marta es ser María. Quien cultiva el buen hábito de la reflexión, del cultivo de la vida interior en la serenidad de la oración y en atenta escucha de la Palabra, logra la capacidad de ver todo desde el punto de vista de la eternidad, purifica sus acciones, capta las prioridades. Con María se aprende la inteligente calma que ayuda a hacer todo bien e incluso a hacer más de lo esperado. 

Pero no se pueden separar las dos, por algo son hermanas. La escucha contemplativa debe llevar al compromiso y la actividad debe partir de la escucha atenta del querer del Señor. Como dice el Cardenal Martini: “Para servir el Reino hay que servir primero al Rey”. Si no, seguramente haremos muchas cosas que consideramos “servicio” al Señor, ¿Pero era eso lo que él quería que hiciéramos? 

En fin, lo mejor y más completo es tener las manos de Marta pero con el corazón de María. Hay que sacar tiempo –y tiempo de calidad- para la escucha del Maestro, para reencontrarnos con nuestro centro, para considerar los motivos de lo que hacemos, para estar en contacto nuestro ser profundo y con Dios que nos habita allí dentro. Las palabras del Maestro serán nuestra guía en el viaje interior. Si bien hay muchas cosas “urgentes” para hacer, esto es lo verdaderamente “necesario”.

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