¡Dichosos!

Tiempo Ordinario

Lunes de la X semana 

En aquel tiempo, cuando Jesús vio a la muchedumbre, subió al monte y se sentó. Entonces se le acercaron sus discípulos.

Enseguida comenzó a enseñarles, hablándoles así “Dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos.

Dichosos los que lloran, porque serán consolados. Dichosos los sufridos, porque heredarán la tierra.

Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados. Dichosos los misericordiosos, porque obtendrán misericordia.

Dichosos los limpios de corazón, porque verán a Dios.

Dichosos los que trabajan por la paz, porque se les llamará hijos de Dios.

Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los cielos.

Dichosos serán ustedes cuando los injurien, los persigan y digan cosas falsas de ustedes por causa mía. Alégrense y salten de contento, porque su premio será grande en los cielos”. Palabra del Señor. 

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Iniciamos, entre semana, la lectura continua del evangelio según san Mateo; nos acompañará hasta finales del mes de agosto. Mateo nos evangeliza iniciándonos en el misterio del Reino de los Cielos, la novedad absoluta de Jesús de Nazaret que nos lleva a discernir y a optar por lo nuevo, como el escriba que, habiéndose hecho discípulo del Reino, es semejante al padre de familia que saca del ropero lo nuevo y lo viejo.

Un rasgo típico del evangelio de Mateo es el doble movimiento: hacia adentro y hacia afuera. El discípulo debe formarse en la comunidad fraterna con los demás discípulos y debe ir a otras partes a formar nuevos discípulos.

Un discípulo vive un cambio radical en su vida: sale de las tinieblas para caminar iluminado por la luz del Reino; es bautizado, es decir, sumergido en el misterio de Dios, para vivir en el estilo de vida de la familia trinitaria. Este estilo de vida lo describe Jesús a lo largo de todas sus enseñanzas. El discípulo camina todos los días en la certeza que el “Dios-con-nosotros” nos asegura la fidelidad de su presencia en su Hijo resucitado. Así, la Palabra de Dios resuena y despliega su poder todos los días, con gran actualidad, por boca del mismo Señor resucitado.

Después de la introducción al evangelio, constituida por los relatos de la infancia de Jesús, que se leemos en tiempo de adviento y de Navidad y los relatos inaugurales del Bautismo, las Tentaciones, el anuncio del Kerigma y el llamado de los primeros discípulos, el evangelista agrupa todo el mensaje de Jesús en cinco grandes discursos, para entregar al discípulo las enseñanzas fundamentales del Señor.  

Estos cinco grandes discursos son:

1. Discurso sobre la identidad del discípulo, conocido como “Sermón de la Montaña” (Mt 5-7).

2.  Discurso sobre la Misión (Mateo 10). 

3.  Discurso sobre el discernimiento cristiano, conocido como “de las Parábolas” (Mt 13,1-53). 

4. Discurso sobre la vida en comunidad (Mateo 18).

5. Discurso sobre el fin de los tiempos o “Discurso escatológico” (Mateo 24-25).

Todos estos discursos corresponden a un programa que podría llamarse “el aprendizaje vital de la Palabra de Jesús”.  Se caracterizan porque dan los grandes principios de vida y enseñan a ponerlos en práctica. El discípulo no debe contentarse con saber “qué” hacer, sino debe preocuparse también por “cómo” hacerlo en la lógica del Reino.

Las bienaventuranzas

El sermón de la Montaña inicia con las bienaventuranzas. Para entenderlas mejor recordemos que hasta este momento, Jesús se ha encontrado con la dura realidad de su pueblo, a todas las personas y en las diversas formas de su sufrimiento. Él les ha hecho experimentar la Buena Nueva del Reino Cf. Mt 4, 23-24). La multitud sanada no vuelve a casa inmediatamente, sino que se deja educar por Jesús en la vida nueva que para ellos ha comenzado. Los que se han visto sanados inician un camino de discipulado. La vida nueva se recibe no sólo como una gracia, es necesario aprenderla; hay que dar forma a esa vida nueva, han que darle cauce a la conversión, para ello es la instrucción de Jesús

Frente a la muchedumbre, Jesús subió a la montaña. Este gesto recuerda la subida de Moisés al Sinaí para recibir y proclamar la Ley de Dios. Jesús desde la Montaña proclamará no un código de mandamientos, sino una serie de valores, que descubren lo que es valioso en el Reino. La subida a la Montaña significa además la oración. Mateo nos describirá a Jesús subiendo a la montaña para encontrarse con su Padre. Habiendo subido a la montaña, frente a la muchedumbre, Jesús se sentó, actitud propia del maestro que da instrucciones u órdenes.

La descripción de la escena nos muestra la autoridad con la que Jesús va a hablar y nos invita a acoger la revelación como discípulos. Entonces inicia la enseñanza. De la Palabra que sale de la boca de Jesús vive el discípulo. Esto vale no sólo para el sermón de la montaña sino para todas las enseñanzas de Jesús. Este es el alimento que necesita la gente, los milagros solos no bastan, hay que explorar la belleza y apropiarse de la riqueza de la vida de Reino.

La felicidad del Reino.

En la primera parte del sermón de la montaña, tenemos las llamadas bienaventuranzas. Tienen una estructura peculiar, fácilmente distinguible: 1. La declaración: bienaventurados, que será repetida siempre al comienzo; 2. La situación o actitud que sirve de base para la experiencia: v.gr. los pobres de espíritu; y 3. La causa de la bienaventuranza: “porque de ellos es el Reino de los cielos”. Veamos brevemente su significado.

  1. La declaración: “Bienaventurados”

La palabra “bienaventurados” se repite nueve veces; pero las bienaventuranzas son ocho. La expresión describe el nuevo estado en el que se encuentra aquel que ha entrado en el ámbito del Reino de Dios: el estado de plenitud interna que comúnmente llamamos “felicidad”.

La bienaventuranza es la atmósfera de la vida del Reino, un reino que ya está siendo experimentado: “de ellos es el Reino”.  La repetición del término parece tener la intención de provocar una toma de conciencia: sigues a Jesús, ya tienes todos los motivos para ser feliz.

  1. Las actitudes o situaciones que abren las puertas para la felicidad del Reino

Las ocho bienaventuranzas van describiendo progresivamente el rostro de un discípulo de Jesús, lo interesante es que delinean la experiencia del mismo Jesús, lo que nos ayuda a entender el discipulado como camino de identificación con el Maestro.

a) La pobreza en Espíritu (5,3): indica la apertura total a Dios y a los hermanos. El “rico” en espíritu es el autosuficiente y orgulloso (cf. Ap 3,17). El Reino se recibe cuando se reconoce la radical necesidad de Dios y del prójimo.

b) La mansedumbre (5,4): describe a la persona que ejerce el control de sí misma en sus emociones e impulsos (cf. Sal 37), que no pretende dominar ni controlar a los otros; es la persona que sabe convivir.

c)  Las lágrimas (5,5): se refiere al estado de una persona en proceso de duelo por su propia desgracia o la de los otros; generalmente se vive en las rupturas de relación: v.gr. la muerte, un pecado, etc. De alguna manera se refiere a la pobreza porque hay un vacío que pide ser llenado.

d) El hambre y la sed de la justicia (5,6): «hambre y sed» son dos necesidades vitales del ser humano que no admiten dilación para la solución. Esta búsqueda compulsiva de lo esencial para vivir se traslada al terreno de las relaciones: recomponer las relaciones deterioradas, es decir, la “justicia”.

e) La misericordia (5,7): en el evangelio de Mateo el término “misericordia” está casi siempre asociado al de “perdón”.  Pero hay un punto de vista más amplio: donde quiera que alguien sufra allí hay que reconstruir –mediante una acogida efectiva- el tejido social deteriorado.

f) La pureza de corazón (5,8): no se refiere a una especie de inocencia (que pareciera congénita en algunas personas) sino estado de limpieza interior en que se encuentra todo aquel que ha sido purificado por el sacrificio redentor de Jesús. En un corazón puro las motivaciones son distintas a las de los demás: no hay codicia, no se guarda rencor, se valora objetivamente, sólo se desea el bien a los demás.

g) El trabajo por la paz (5,9): de nuevo nos encontramos en el ámbito relacional, particularmente en ambiente conflictivo; en lugar de insistir en lo que puede desunir, por el contrario, se aporta siempre a lo que puede mantener y hacer crecer las buenas relaciones: las propias y las de los demás.

h) La persecución por causa de la justicia (5,10-12): la identificación con Jesús y el compromiso profético con su Reino -todo lo anterior- tiene su precio: lleva a compartir el destino doloroso del Maestro. La persecución viene de diversas formas, pero la más destacada es la difamación. Pero a pesar de toda la violencia que se le viene encima, el discípulo no responde con violencia; es verdad que es una víctima inocente, pero su actitud es otra, la de la resistencia de la alegría: no hay alegría mayor para un discípulo que el saber que se parece en todo a su Maestro Jesús.

  1. La causa de la felicidad: Dios

La felicidad proviene, no del punto de partida (la pobreza, las lágrimas, la mansedumbre, etc.) sino del punto de llegada, es decir, de la obra de Dios Padre: «de ellos es el Reino», «poseerán la tierra», «serán consolados», etc.  Dios es la causa de la alegría. En otras palabras: se es feliz porque Dios está obrando en uno, gracias a la Buena Nueva proclamada y realizada por Jesús.


[1] Fidel Oñoro. Pistas para la Lectio Divina. Mateo 5, 1-12. El perfil de una vida profética: Las Bienaventuranzas. CEBIPAL/CELAM.

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