Dicen una cosa y hacen otra

Cuaresma

Martes de la semana II

Textos

+ Del evangelio según san Mateo (23, 1-12)

En aquel tiempo, Jesús dijo a las multitudes y a sus discípulos: “En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y fariseos. Hagan, pues, todo lo que les digan, pero no imiten sus obras, porque dicen una cosa y hacen otra. Hacen fardos muy pesados y difíciles de llevar y los echan sobre las espaldas de los hombres, pero ellos ni con el dedo los quieren mover. Todo lo hacen para que los vea la gente. Ensanchan las filacterias y las franjas del manto; les agrada ocupar los primeros lugares en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas; les gusta que los saluden en las plazas y que la gente los llame ‘maestros’.

Ustedes, en cambio, no dejen que los llamen ‘maestros’, porque no tienen más que un Maestro y todos ustedes son hermanos. A ningún hombre sobre la tierra lo llamen ‘padre’, porque el Padre de ustedes es sólo el Padre celestial. No se dejen llamar ‘guías’, porque el guía de ustedes es solamente Cristo. Que el mayor de entre ustedes sea su servidor, porque el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido”. Palabra del Señor.

Fondo Musical: P. Martin Alejandro Arceo Álvarez

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Mensaje[1]

Jesús está haciendo su último discurso en el Templo y arremete violentamente contra os «escribas y los fariseos». Estos no son los verdaderos pastores del pueblo de Dios. Jesús no critica la doctrina que plantean -al contrario, dice que es justa y hay que cumplirla-, sino que ataca más bien su comportamiento. 

Con su conducta, los escribas y fariseos muestran una religiosidad ritual y fría, formada básicamente por prácticas externas que no llegan al corazón. Dice Jesús que les gusta ensanchar las «filacterias» -los pequeños estuches que contienen pequeños rollos de pergamino con algunos pasajes bíblicos y que se atan al brazo izquierdo y en la frente- pero no observan las palabras que contienen las filacterias. El origen de las filacterias es muy sugerente: la palabra de Dios tenía que ser recordada (la frente) y puesta en práctica ( el brazo). Pero para los fariseos no eran más que una práctica exterior que llegaba incluso a traicionar el contenido mismo de las palabras que había en los pequeños estuches. 

Jesús también les acusa de que «alargan las orlas del manto», es decir, las pequeñas trenzas de tela con un cordón morado y azul dispuestas en los cuatro ángulos de las vestiduras externas, pero no viven su significado. En el libro de los Números está escrito: «cuando las vean (las borlas), se acordarán de todos los preceptos del Señor». También Jesús las llevaba, como recordatorio de la ley de Dios. Pero los fariseos las alargaban sin aumentar al mismo tiempo la misericordia y el amor de sus corazones. Análoga reflexión se puede hacer sobre la costumbre de los fariseos de buscar los primeros lugares en los banquetes y en las sinagogas. 

Por último, Jesús polemiza con los títulos «académicos » y oficiales. Los escribas y los sacerdotes exigían que el pueblo y sus seguidores se dirigieran a ellos utilizando dichos títulos. Entre estos, Jesús subraya el más conocido: «rabbí», es decir, «maestro». Tampoco en este caso se opone Jesús a la tarea de ser maestro, que ellos deberían haber cumplido correctamente. En realidad, con su doble moral, con su doble moral ponían sobre la espalda de la gente pesos insoportables, mientras que ellos se henchían de su egocentrismo. 

Jesús subraya la primacía absoluta de la Palabra de Dios. Todos los creyentes están sometidos a ella: deben acogerla con fe, comunicarla con generosidad y vivirla de manera radical siempre y en todo lugar. La paternidad de Dios sobre nuestra vida proviene de la paternidad misma del Evangelio. 

Es el Evangelio, y no nuestras palabras o nuestros programas, el que tiene verdadera autoridad sobre nuestra vida personal y común. La tentación de adaptar el Evangelio a nuestras tradiciones y a las del mundo es fuerte. Jesús censura esa tentación, y nos pide a nosotros que hagamos lo mismo. Si lo hacemos descubriremos que la verdadera alegría y la verdadera grandeza consiste en ser siervos de la Palabra de Dios: escucharla con fe y comunicarla a todos hasta los confines de la tierra. 


[1] V. Paglia – Comunidad de Sant’Egidio, La palabra de Dios cada día, 2018, 115-117.

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