Cristo se ofreció a sí mismo como sacrificio inmaculado a Dios

Tiempo Ordinario

Sábado de la Semana II

Textos

Lectura de la carta a los hebreos (9, 2-3. 6-7. 11-14)

Hermanos: En la antigua alianza, el santuario estaba dispuesto de tal manera, que en una primera tienda, llamada el “lugar santo”, se hallaban el candelabro y la mesa con los panes sagrados; separada por un velo, había una segunda tienda, llamada el “lugar santísimo”.

Al “lugar santo” entraban los sacerdotes todos los días para celebrar el culto; pero al “lugar santísimo” entraba una vez al año el sumo sacerdote, él solo, llevando consigo sangre de animales para ofrecerla en expiación por sus propios pecados y por los del pueblo.

Ahora bien, cuando Cristo se presentó como sumo sacerdote que nos obtiene los bienes definitivos, penetró una sola vez y para siempre en el “lugar santísimo”, a través de una tienda, que no estaba hecha por mano de hombre, ni pertenecía a esta creación. No llevó consigo sangre de animales, sino su propia sangre, con la cual nos obtuvo una redención eterna. Porque si la sangre de los machos cabríos y de los becerros y las cenizas de una ternera, cuando se esparcían sobre los impuros, eran capaces de conferir a los israelitas una pureza legal, meramente exterior,

¡cuánto más la sangre de Cristo purificará nuestra conciencia de todo pecado, a fin de que demos culto al Dios vivo, ya que a impulsos del Espíritu Santo, se ofreció a sí mismo como sacrificio inmaculado a Dios, y así podrá purificar nuestra conciencia de las obras que conducen a la muerte, para servir al Dios vivo! Palabra de Dios.

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Mensaje[1]

El tabernáculo de la presencia de Dios nos dice ya algo también de la nueva y futura alianza que será realizada en el nuevo «templo»: es decir, en Jesús. Además, es Jesús mismo quien afirma que no ha venido para abolir la ley, sino para darle cumplimiento. La tienda de la antigua alianza estaba dividida en dos partes: el «Santo» y luego el «Santo de los Santos», escondido detrás de una cortina.

En la Carta se acentúa la separación entre estas dos partes: en el «Santo» se encuentran las cosas sencillas propias de la vida de cada día, es decir, el candelabro, la mesa y los panes presentados; mientras que en el «Santo de los Santos» se conservan las cosas más preciosas y resplandecientes de oro. En la primera tienda el autor ve la imagen de la tierra, mientras que en el «Santo de los Santos» la del cielo.

También para los ministros había una distinción: a la primera tienda podían entrar todos los sacerdotes, mientras que en la segunda únicamente el sumo sacerdote y una sola vez al año, después de haber ofrecido un sacrificio cruento y rociado con la sangre sobre el propiciatorio. Este rito muestra que «no estaba abierto el camino del santuario» del cielo. Solo con Jesús se verifica un cambio completo del sacerdocio y de la ley (7, 12).

Él puede procurar estos bienes porque ejerce un ministerio sacerdotal no en el estrecho espacio del tabernáculo terrenal, sino en «una Tienda mayor y más perfecta, no fabricada por mano de hombre, es decir, no de este mundo». Y, como sumo sacerdote, no ha podido entrar en el «Santo de los Santos» «sin sangre» (9, 7). En efecto, ha entrado con sangre, pero no de la manera antigua, con la de animales. Jesús ha entrado en el Santuario con su misma sangre. Los discípulos, acogidos en este misterio de salvación, ya desde ahora entran con él en el «Santo de los Santos» purificados de las obras de la muerte para servir al Dios vivo.


[1] Paglia, Vincenzo. La Palabra de Dios cada día – 2023. Edición en español. pp. 74-75.

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