Consuelen, consuelen a mi pueblo

Adviento

Martes de la II semana

“Consuelen, consuelen a mi pueblo, dice nuestro Dios. Hablen al corazón de Jerusalén y díganle a gritos que ya terminó el tiempo de su servidumbre y que ya ha satisfecho por sus iniquidades, porque ya ha recibido de manos del Señor castigo doble por todos sus pecados”. Una voz clama: “Preparen el camino del Señor en el desierto, construyan en el páramo una calzada para nuestro Dios.

Que todo valle se eleve, que todo monte y colina se rebajen; que lo torcido se enderece y lo escabroso se allane. Entonces se revelará la gloria del Señor y todos los hombres la verán”. Así ha hablado la boca del Señor.

Una voz dice: “¡Griten!”, y yo le respondo: “¿Qué debo gritar?” “Todo hombre es como la hierba y su grandeza es como flor del campo. Se seca la hierba y la flor se marchita, pero la palabra de nuestro Dios permanece para siempre”.

Sube a lo alto del monte, mensajero de buenas nuevas para Sión; alza con fuerza la voz, tú que anuncias noticias alegres a Jerusalén. Alza la voz y no temas; anuncia a los ciudadanos de Judá: “Aquí está su Dios. Aquí llega el Señor, lleno de poder, el que con su brazo lo domina todo.

El premio de su victoria lo acompaña y sus trofeos lo anteceden. Como pastor apacentará a su rebaño; llevará en sus brazos a los corderitos recién nacidos y atenderá solícito a sus madres”. Palabra de Dios.

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Durante el destierro de Babilonia la desconfianza y la tristeza oprimen el corazón de los deportados. Se preguntan si el Señor se ha olvidado de su pueblo, si es válida todavía su palabra, si subsiste un hilo de esperanza para Jerusalén. Es entonces cuando el Señor suscita un profeta anónimo, cuyos oráculos se añadieron al libro del profeta Isaías, porque de algún modo prolongan su mensaje. La lectura de hoy es el pórtico de estos oráculos, anticipando el tema de todo el contenido de su actividad profética. Dios pide al profeta y a sus discípulos que sean portadores de la buena noticia que les confía. La consoladora noticia consiste en una relación renovada con el Señor, en una alianza restaurada. Para el profeta un signo visible de esta renovada relación amorosa con el Señor es el regreso a la patria de los desterrados, que se llevará a cabo no en tono menor, sino de modo triunfal, en medio de una creación festiva, con el Señor que camina ala cabeza del pueblo, como triunfante guerrero y cariñoso pastor. 

La parábola del evangelio propone la actitud del pastor, que contra toda lógica deja noventa y nueve ovejas para ir en busca de la que ha perdido. El pastor tiene una relación personal con cada una de las ovejas del rebaño, por ello no se guía por criterios de eficiencia que privilegian la utilidad, la conveniencia y la seguridad; para él, la oveja que se ha perdido esta expuesta, es vulnerable, sufre y está a merced de todo peligro ¡debe ser rescatada! Cuando lo logra, se llena de alegría.

Este pastor es figura de Dios, que ama con amor personal a cada uno de sus hijos y sale a su encuentro cuando se han perdido; leyendo la parábola en el contexto de san Mateo que habla a la comunidad eclesial, el pastor es figura también de la comunidad, llamada a ser “signo del rostro de Dios”; en ella cada persona debe tener rostro y nombre, no puede ser anónima; las relaciones deben ser personales; la comunidad, por tanto, es convocada también a desinstalarse para ponerse en camino en búsqueda de quienes se han separado del rebaño, viven situaciones de vulnerabilidad y corren peligro.

El Señor que viene, busca y consuela; esto, es suficiente para alentar nuestra esperanza y para animar el compromiso de buscar y consolar a quienes caminan por la vida desorientados, extraviados, solitarios, marginados y que viven en situación de vulnerabilidad y sufrimiento; de esta manera los discípulos sembramos esperanza en el mundo y alegría en la comunidad, porque, para quienes han optado por el reino de Dios, hay más alegría por la oveja encontrada que por las noventa y nueve.


[1] Cfr. G. Zevini – P.G. Cabra, Lectio divina para cada día del año. Vol. 1, 114-116.

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