Tiempo ordinario
Viernes de la semana VI
Textos
† Lectura del libro del Génesis (11, 1-9)
En aquel tiempo, toda la tierra tenía una sola lengua y unas mismas palabras. Al emigrar los hombres desde el oriente, encontraron una llanura en la región de Sinaar y allí se establecieron.
Entonces se dijeron unos a otros: “Vamos a fabricar ladrillos y a cocerlos”. Utilizaron, pues, ladrillos en vez de piedras, y asfalto en vez de mezcla. Luego dijeron: “Construyamos una ciudad y una torre que llegue hasta el cielo, para hacernos famosos, antes de dispersarnos por la tierra”.
El Señor bajó a ver la ciudad y la torre que los hombres estaban construyendo y se dijo: “Son un solo pueblo y hablan una sola lengua. Si ya empezaron esta obra, en adelante ningún proyecto les parecerá imposible.
Vayamos, pues, y confundamos su lengua, para que no se entiendan unos con otros”.
Entonces el Señor los dispersó por toda la tierra y dejaron de construir su ciudad; por eso, la ciudad se llamó Babel, porque ahí confundió el Señor la lengua de todos los hombres y desde ahí los dispersó por la superficie de la tierra. Palabra de Dios.
Mensaje[1]
Esta página bíblica que concluye los primeros once capítulos del Génesis es una gran reflexión sobre la humanidad y sobre la vida. Los hombres, a pesar de haber sido creados a imagen y semejanza de Dios, deciden alejarse de él y construir solos su propio destino. Quieren ser los amos absolutos de su vida y del mundo. La torre que debe llegar hasta el cielo es el signo de lo grande que es el orgullo humano.
La unidad que se manifiesta al inicio es ficticia. El orgullo es un sentimiento que ciega porque empuja a concentrar la atención en nosotros mismos hasta tal punto que impide ver en el otro a un hermano. Los demás se convierten en rivales y enemigos que nos roban protagonismo. Es lo que pasó en Babel. La afirmación de uno mismo hace que las personas, los grupos, los pueblos, no se comprendan, y por tanto se dispersen y se enfrenten.
El hombre orgulloso solo se escucha a sí mismo. Incluso la historia que estamos viviendo, a pesar de estar marcada fuertemente por la globalización, es presa de divisiones y conflictos. Pero el Señor no permite que el mundo se desgarre por culpa de la soberbia humana.
La división de Babel se superará plenamente el día de Pentecostés, cuando la humanidad dispersa se reencontrará unida escuchando, aunque en lenguas distintas, el mismo Evangelio. Desde entonces los discípulos de Jesús, guiados por el Espíritu, están al servicio de la unidad de la familia humana. Es dentro de este horizonte universalista que se sitúa el sentido mismo de la misión de la Iglesia: estar al servicio de la unidad de la familia humana.
[1] Paglia, Vincenzo. La Palabra de Dios cada día – 2023. Edición en español. pp. 107-108.