Cada árbol se conoce por sus frutos

Tiempo Ordinario

Domingo de la VIII semana

En aquel tiempo, Jesús propuso a sus discípulos este ejemplo: “¿Puede acaso un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en un hoyo? El discípulo no es superior a su maestro; pero cuando termine su aprendizaje, será como su maestro.

¿Por qué ves la paja en el ojo de tu hermano y no la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo te atreves a decirle a tu hermano: ‘Déjame quitarte la paja que llevas en el ojo’, si no adviertes la viga que llevas en el tuyo? ¡Hipócrita! Saca primero la viga que llevas en tu ojo y entonces podrás ver, para sacar la paja del ojo de tu hermano”. 

No hay árbol bueno que produzca frutos malos, ni un árbol malo que produzca frutos buenos. Cada árbol se conoce por sus frutos. No se recogen higos de las zarzas, ni se cortan uvas de los espinos. El hombre bueno dice cosas buenas, porque el bien está en su corazón y el hombre malo dice cosas malas, porque el mal está en su corazón, pues la boca habla delo que está lleno el corazón”: Palabra del Señor.»

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Este Domingo leemos en el evangelio la tercera parte del sermón del llano. Recordemos, en la primera parte leímos las Bienaventuranzas, en la segunda parta, la invitación a ser misericordiosos como el Padre, con un acento particular en el amor a los enemigos, a los que el evangelio invitaba a no juzgar, a no condenar, a perdonar y a hacerles el bien.El discurso continua ahora, con una enseñanza que instruye al discípulo acerca de las relaciones fraternas en el seno de la comunidad, de manera que desde la actitud básica de la misericordia del Padre, sepa manejar sus impulsos negativos para que con ello no dañe las relaciones interpersonales ni la vida de la comunidad y por el contrario se situe como testigo del Reino.

El discipulado, al estilo de Jesús, es comunitario; no hay discípulo sin comunidad. Nótese en el texto que comentamos como se repite la palabra “hermano”; la fraternidad es signo del nuevo pueblo de Dios, germen de la humanidad nueva que Jesús ha venido a crear con su buena nueva de la salvación. 

En el seno de la comunidad, el discípulo debe tener una presencia saludable, sus relaciones con los demás no pueden ser tóxicas ni pretenciosas; se ha de esforzar pues a ser un buen hermano, buen amigo, buen compañero de camino, comenzando con los hermanos de su propia comunidad de fe.

Lo primero que tiene que aprender el discípulo es que su único modelo es Jesús. “El discípulo no es superior a su maestro; pero cuando termine su aprendizaje, «será como su maestro»; es decir, adoptará sus mismas actitudes y comportamientos y será formador de otros discípulos. El aprendizaje de estas dos tareas es gradual y en muchos casos muy lento. Por eso hay que dejarse ayudar por Jesús para luego poder ayudar a otros.

Cuando Jesús utiliza la imagen del “ciego” indica que el discípulo se encuentra en una etapa de aprendizaje en la que está aprendiendo a vivir según el evangelio, con los criterios de vida que inculca el Maestro y mientras no haya alcanzado la madurez para ser testigo del evangelio con su vida, el discípulo será como un ciego que necesita del apoyo y guía de otros.

Por esta razón, quien comienza a caminar en el seguimiento de Jesús debe ser prudente y no precipitarse a la hora de calificar la conducta de los demás. No es raro que quien comienza a recorrer el camino del evangelio capte con facilidad las deficiencias de los demás y quiera opinar sobre todo y sobre todos, asumiendo sin darse cuenta la posición de juez y faltando a la caridad.

La prudencia pide al discípulo, a pesar de su camino con Jesús, considerarse todavía a sí mismo como un ciego, absteniéndose de emitir juicios sobre los demás, pues a él mismo todavía le queda trecho por recorrer en el camino de la conversión. El discípulo pues, debe ser prudente y no asumir el papel de guía si no está preparado para ello y no será él mismo a quien corresponda calificarse, sino la comunidad que reconociendo su madurez se orientará por su testimonio; la imprudencia a este respecto tiene consecuencias que Jesús ejemplifica siguiendo el ejemplo del guía: «caerán los dos en un hoyo».

La primera tarea del discípulo es seguir trabajándose a sí mismo: discernir y sacar la “viga del propio ojo”; liberarse del propio egoísmo y del afán de aprovecharse de los demás y oprimirles; si el discípulo no practica la autocrítica y elimina de su corazón cuanto en él haya de orgullo, mentira e hipocresía la corrección que pretenda del otro será una farsa. Lo peor que le puede pasar a un discípulo es sentirse bueno y mejor que los demás, esta autopercepción erronea le hará propenso a ser severo en el juicio de la vida de los demás y a coregir a otros lo que en si mismo no corrige; esto es,  volviendo a la imagen del guía ciego, querer conducirles a ciegas.

Jesús enseña a apareciar las cosas, las situaciones y a las personas con objetividad; el consejo del evangelio no está reñido con el jucio crítico que abre a la verdad; denuncia el delito donde lo encunetra y desenmascara la maldad; Jesús no prohibe, por el contrario aconseja, la corrección fraterna; en ambos casos enseña el modo de hacerlo: con humildad y sin juzgar el interior que sólo Dios conoce. El juicio sobre la bondad o maldad de las personas está reservado sólo a Dios. Estos son los criterios del maestro, el discípulo que quiera actuar alejándose de ellos, hace el ridículo.

«El hombre bueno dice cosas buenas, porque el bien está en su corazón» Jesús enseña que la bondad en el decir y en el obrar surge siempre del corazón, de una interioridad sana y honesta; quien tiene torcidas sus intenciones desvirtúa la bondad de sus actos. El texto tiene un hondo sentido psicológico: sólo con actitudes buenas podemos hacer cosas buenas, sólo con actitudes justas podemos dar frutos de justicia. 

Quien lleva en su corazón odio y mentira, afán de poder o de lucro, jamás podrá hacer el bien a nadie; no puede buscar ni querer el bien de los demás, porque sólo busca el propio beneficio. «Cada árbol se conoce por sus frutos. No se recogen higos de las zarzas, ni se cortan uvas de los espinos.». He aquí una llamada de atención; en el compromiso cristiano, nada se improvisa, cada uno da lo que es y vive, «el hombre malo dice cosas malas, porque el mal está en su corazón, pues la boca habla de lo que está lleno el corazón»

Una vez más en este texto de Lucas, encontramos la dimensión social del evangelio. El ejemplo de los frutos es elocuente. Un árbol no es bueno si es estéril y no produce fruto; ningún árbol da frutos para si mismo; los frutos contienen la semilla que se esparcirá y producirá nuevas plantas y frutos; pero, al mismo tiempo los frutos, apetecibles y sabrosos también sirven como alimento. 

La bondad del corazón no es un fin en si misma, es don de Dios y tarea del hombre, libera del encierro del egoísmo, haciéndo salir de si misma a la persona encaminándola para hacer el bien a los demás. El discipulado implica un compromiso por el bien de las personas y de las comunidades; este compromiso es de caridad y de justicia, no por separado, sino en estrecha relación; al mismo tiempo que la caridad lleva a prodigarse amorosamente en la atención de las necesidades de una persona, la justicia entraña el compromiso personal y colectivo para que se transformen las situaciones y estructuras que generaron esas necesidades, de manera que todas las personas puedan vivir con dignidad y como sujetos de su propio desarrollo.


[1] Cf. F. Oñoro, Pistas para la Lectio Divina, Lucas 6. 39-42, CEBIPAL/CELAM; F. Ulibarri, Conocer, gustar y vivir la palabra, 220-223.

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