Busqué ardorosamente el bien y no quedé defraudado

Tiempo ordinario

Sábado de la VIII semana

Textos

Del libro del Eclesiástico (Sirácide) (51, 17-27)

Te doy gracias y te alabo, Señor, y bendeciré tu nombre para siempre.

Desde mi adolescencia, antes de que pudiera pervertirme, decidí buscar abiertamente la sabiduría. En el templo se la pedí al Señor y hasta el fin de mis días la seguiré buscando.

Dio su flor y maduró, como racimo de uvas, y mi corazón puso en ella su alegría.

Mi pie avanzó por el camino recto, pues desde mi juventud seguí sus huellas; tan pronto como le presté oídos, la recibí y obtuve una gran instrucción.

La sabiduría me ha hecho progresar, por eso glorificaré al que me la concedió.

Decidí ponerla en práctica, busqué ardorosamente el bien y no quedé defraudado. Luché por ella con toda mi alma, cumpliendo cuidadosamente la ley.

Levanté mis brazos hacia el cielo y deploré conocerla tan poco. Concentré en ella mis anhelos y con un corazón puro la poseí. Desde el principio ella me conquistó, por eso jamás la abandonaré. Palabra de Dios.

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Mensaje[1]

El objetivo de la vida es buscar la sabiduría. Y escuchar la Escritura es la manera concreta de encontrarla. La Escritura, leída y aplicada a la vida, meditada y vivida, es la fuente de la que tomar el agua que manará para la vida eterna. No se puede vivir sin escuchar la Palabra de Dios. Así lo experimenta el hombre sabio, que conoce el peso y también las alegrías que llenan sus días. La sabiduría no es algo que se adquiere de una vez para siempre, sino que se alimenta de la fidelidad caminando con el Señor. 

El ejemplo de los discípulos de Emaús es clarificador: al principio caminaban tristes y desorientados, pero cuando Jesús se les une y lo escuchan con atención mientras les explica el sentido de las Escrituras, poco a poco sienten que su corazón se va calentando en su interior. Y su camino se hace cada vez más sabio. Es necesario escuchar las Escrituras cada día. 

Hay que abrirlas y escucharlas cada día como si fueran el pan espiritual para el corazón y para la vida. Esta es la verdadera sabiduría: escuchar cada día la Palabra de Dios. En la conclusión del libro, el sabio Ben Sirá escribe «En recompensa el Señor me dio una lengua, y con ella le alabaré» (v.22). Alabar a Dios es una verdadera acción de gracias por el don que hemos recibido. Tras el viaje de la vida el sabio contempla lo que le ha ocurrido y se da cuenta de que la Palabra lo ha guiado desde el inicio de su camino.


[1] Paglia, Vincenzo. La Palabra de Dios cada día – 2023. Edición en español. pp. 223-224.

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