Bendito el rey que viene en nombre del Señor

Domingo de Ramos o de la Pasión del Señor 

Textos

Cuando Jesús y los suyos iban de camino a Jerusalén, al llegar a Betfagé y Betania, cerca del monte de los Olivos, les dijo a dos de sus discípulos: “Vayan al pueblo que ven allí enfrente; al entrar, encontrarán amarrado un burro que nadie ha montado todavía. Desátenlo y tráiganmelo.

Si alguien les pregunta por qué lo hacen, contéstenle: ‘El Señor lo necesita y lo devolverá pronto’”. Fueron y encontraron al burro en la calle, atado junto a una puerta, y lo desamarraron.

Algunos de los que allí estaban les preguntaron: “¿Por qué sueltan al burro?” ellos les contestaron lo que había dicho Jesús y ya nadie los molestó.

Llevaron el burro, le echaron encima los mantos y Jesús monto en él. Muchos extendían con su manto en el camino, y otros lo tapizaban con ramas cortadas en el campo. Los que iban delante de Jesús y los que lo seguían iban gritando vivas: “¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Bendito el reino que llega, el reino de nuestro padre David! ¡Hosanna en el cielo!” Palabra del Señor.

C. Faltaban dos días para la fiesta de Pascua y de los panes Azimos. Los sumos sacerdotes y los escribas andaban buscando una manera de apresar a Jesús a traición y darle muerte, pero decían:

P. “No durante las fiestas, porque el pueblo podría amotinarse”.

C. Estando Jesús sentado a la mesa, en casa de Simón el leproso, en Betania, llegó una mujer con un frasco de perfume muy caro, de nardo puro; quebró el frasco y derramó el perfume en la cabeza de Jesús. Algunos comentaron indignados:

P. “¿ A qué viene este derroche de perfume? Podía haberse vendido por más de trescientos denarios para dárselos a los pobres”.

C. Y criticaban a la mujer; pero Jesús replicó:

+. “Déjenla. ¿Por qué la molestan? Lo que ha hecho conmigo está bien, porque a los pobres los tienen siempre con ustedes y pueden socorrerlos cuando quieran; pero a mí no me tendrán siempre. Ella ha hecho lo que podía. Se ha adelantado a embalsamar mi cuerpo para la sepultura. Yo les aseguro que en cualquier parte del mundo donde se predique el Evangelio, se recordará también en su honor lo que ella ha hecho conmigo”.

C. Judas Iscariote, uno de los Doce, se presentó a los sumos sacerdotes para entregarles a Jesús. Al oírlo, se alegraron y le prometieron dinero; y él andaba buscando una buena ocasión para entregarlo. El primer día de la fiesta de los panes Azimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le preguntaron a Jesús sus discípulos:

P. “¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?”

C. El les dijo a dos de ellos:

+. “Vayan a la ciudad. Encontrarán a un hombre que lleva un cántaro de agua; síganlo y díganle al dueño de la casa en donde entre: ‘El Maestro manda preguntar: ¿Dónde está la habitación en que voy a comer la Pascua con mis discípulos?’ El les enseñará una sala en el segundo piso, arreglada con divanes.

Prepárennos allí la cena”.

C. Los discípulos se fueron, llegaron a la ciudad, encontraron lo que Jesús les había dicho y prepararon la cena de Pascua. Al atardecer, llegó Jesús con los Doce. Estando a la mesa, cenando les dijo:

+. “Yo les aseguro que uno de ustedes, uno que está comiendo conmigo, me va a entregar”.

C. Ellos, consternados, empezaron a preguntarle uno tras otro:

P. “¿Soy yo?”

C. El respondió:

+. “Uno de los Doce; alguien que moja su pan en el mismo plato que yo. El Hijo del hombre va a morir, como está escrito: pero, ¡ay de aquel que va entregar al Hijo del hombre! ¡Más le valiera no haber nacido!”

C. Mientras cenaban, Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo partio y se lo dio a sus discípulos, diciendo:

+. “Tomen: esto es mi cuerpo”.

C. Y tomando en sus manos una copa de vino, pronunció la acción de gracias, se la dio, todos bebieron y les dijo:

+. “Esta es mi sangre, sangre de la alianza, que se derrama por todos. Yo les aseguro que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día en que beba el vino nuevo en el Reino de Dios”.

C. Después de cantar el himno, salieron hacia el monte de los Olivos y Jesús les dijo:

+. “Todos ustedes se van a escandalizar por mi causa, como está escrito: Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas; pero cuando resucite iré por delante de ustedes a Galilea”.

C. Pedro replicó:

P. “Aunque todos se escandalicen, yo no”.

C. Jesús le contestó:

+. “¨Yo te aseguro que hoy, esta misma noche, antes de que el gallo cante dos veces, tú me negarás tres”.

C. Pero él insistía:

P. “Aunque tenga que morir contigo, no te negaré”.

C. Y los demás decían lo mismo. Fueron luego a un huerto, llamado Getsemaní, y Jesús dijo a sus discípulos:

+. “Siéntense aquí mientras hago oración”.

C. Se llevo a Pedro, a Santiago y a Juan; empezó a sentir terror y angustia, y les dijo:

+. “Tengo el alma llena de una tristeza mortal. Quédense aquí, velando”.

C. Se adelantó un poco, se postró en tierra y pedía que, si era posible, se alejara de él aquella hora. Decía:

+. “Padre, tú lo puedes todo: aparta de mí este cáliz. Pero que no se haga lo que yo quiero, sino lo que tú quieres”.

C. Volvió a donde estaban los discípulos, y al encontrarlos dormidos, dijo a Pedro:

+. “Simón, ¿estás dormido? ¿No has podido velar ni una hora ? Velen y oren, para que no caigan en la tentación. El espíritu está pronto, pero la carne es débil”.

C. De nuevo se retiró y se puso a orar, repitiendo las mismas palabras. Volvió y otra vez los encontró dormidos, porque tenían los ojos cargados de sueño; por eso no sabían qué contestarle. El les dijo:

+. “Ya pueden dormir y descansar. ¡Basta! Ha llegado la hora. Miren que el hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. ¡Levántense! ¡Vamos! Ya está cerca el traidor”.

C. Todavía estaba hablando, cuando se presentó Judas, uno de los Doce, y con él, gente con espadas y palos, enviada por los sacerdotes, los escribas y los ancianos. El traidor les había dado una contraseña, diciéndoles:

P. “Al que yo bese, ése es. Deténgalo y llévenselo bien sujeto”.

C. Llegó se acercó y le dijo:

P. “Maestro”.

C. Y lo besó. Ellos le echaron mano y lo apresaron. Pero uno de los presentes desenvainó la espada y de un golpe le cortó la oreja a un criado del sumo sacerdote. Jesús tomó la palabra y les dijo:

+. “¿Salieron ustedes a apresarme con espadas y palos, como si se tratara de un bandido? Todos los días he estado entre ustedes, enseñando en el templo y no me han apresado. Pero así tenía que ser para que se cumplieran las Escrituras”.

C. Todos lo abandonaron y huyeron. Lo iba siguiendo un muchacho, envuelto nada más con una sábana, y lo detuvieron; pero él soltó la sábana y se les escapó desnudo. Condujeron a Jesús a casa del sumo sacerdote y se reunieron todos los pontífices, los escribas y los ancianos. Pedro lo fue siguiendo de lejos, hasta el interior del patio del sumo sacerdote y se sentó con los criados, cerca de la lumbre, para calentarse. Los sumos sacerdotes y el sanedrín en pleno buscaban una acusación contra Jesús para condenarlo a muerte y no la encontraban. Pues, aunque muchos presentaban falsas acusaciones contra él, los testimonios no concordaban. Hubo unos que se pusieron de pie y dijeron:

P. “Nosotros lo hemos oído decir: ‘Yo destruiré este templo, edificado por hombres, y en tres días construiré otro, no edificado por hombres’ ”.

C. Pero ni aun en esto concordaba su testimonio. Entonces el sumo sacerdote se puso de pie y le preguntó a Jesús:

P. “¿No tienes nada que responder a todas esas acusaciones?”.

C. Pero él no le respondió nada. El sumo sacerdote le volvió a preguntar:

P. “¿Eres tú el Mesías y el Hijo de Dios bendito?”.

C. Jesús contestó:

+. “Si lo soy. Y un día verán cómo el Hijo del hombre está sentado a la derecha del Todopoderoso y cómo viene entre las nubes del cielo”.

C. El sumo sacerdote se rasgó las vestiduras exclamando:

P. “¿Qué falta hacen ya más testigos? Ustedes mismos han oído la blasfemia. ¿Qué les parece?”.

C. Y todos lo declararon reo de muerte. Algunos se pusieron a escupirle, y tapándole la cara, lo abofeteaban y le decían:

P. “Adivina quien fue”.

C. y los criados también le daban de bofetadas. Mientras tanto, Pedro estaba abajo, en el patio. Llego una criada del sumo sacerdote y al ver a Pedro calentándose, lo miro fijamente y le dijo:

P. “Tú también andabas con Jesús Nazareno”.

C. El lo negó, diciendo:

P. “Ni sé ni entiendo lo que quieres decir”.

C. Salió afuera, hacia el zaguán, y un gallo cantó. La criada, al verlo, se puso de nuevo a decir a los presentes:

P. “Ese es uno de ellos”.

C. Pero él lo volvió a negar. Al poco rato también los presentes dijeron a Pedro:

P. “Claro que eres uno de ellos, pues eres galileo”.

C. Pero él se puso a echar maldiciones y a jurar:

P. “No conozco a ese hombre del que hablan”.

C. En seguida cantó el gallo por segunda vez. Pedro se acordó entonces de las palabras que le había dicho Jesús: ‘Antes de que el gallo cante dos veces, tú me habrás negado tres’, y rompió a llorar. Luego que amaneció, se reunieron los sumos sacerdotes con los ancianos, los escribas y el sanedrín en pleno, para deliberar. Ataron a Jesús, se lo llevaron y lo entregaron a Pilato. Este le preguntó:

P. “¿Eres tú el rey de los judíos?”

C. El respondió:

+. “Sí lo soy”.

C. Los sumos sacerdotes lo acusaban de muchas cosas. Pilato le pregunto de nuevo:

P. “¿No contestas nada?. Mira de cuántas cosas te acusan”.

C. Jesús ya no le contestó nada, de modo que Pilato estaba muy extrañado. Durante la fiesta de Pascua, Pilato solía soltarles al preso que ellos pidieran. Estaba entonces en la cárcel un tal Barrabás, con los revoltosos que habían cometido un homicidio en un motín. Vino la gente y empezó a pedir el indulto de costumbre. Pilato les dijo:

P. “¿Quieren que les suelte al rey de los judíos?”

C. Porque sabía que los sumos sacerdotes se lo habían entregado por envidia. Pero los sumos sacerdotes incitaron a la gente para que pidieran la libertad de Barrabás. Pilato les volvió a preguntar:

P. “¿Y qué voy a hacer con el que llaman rey de los judíos?”

C. Ellos gritaron más fuerte:

P. “¡Crucifícalo!”

C. Pilato les dijo:

P. “Pues, ¿qué mal ha hecho?”

C. Ellos gritaron más fuerte:

P. “¡Crucifícalo!”

C. Pilato, queriendo dar gusto a la multitud, les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de mandarlo azotar, lo entregó para que lo crucificaran. Los soldados se lo llevaron al interior del palacio, al pretorio, y reunieron a todo el batallón. Lo vistieron con un manto de color púrpura, le pusieron una corona de espinas que habían trenzado, y comenzaron a burlarse de él dirigiéndole este saludo:

P. “¡Viva el rey de los Judíos!”

C. Le golpeaban la cabeza con una caña, le escupían y doblando las rodillas, se postraban ante él. Terminadas las burlas, le quitaron aquel manto de color púrpura, le pusieron su ropa y lo sacaron para crucificarlo. Entonces forzaron a cargar la cruz a un individuo que pasaba por ahí de regreso del campo, Simón de Cirene, padre de Alejandro y de Rufo, y llevaron a Jesús al Gólgota (que quiere decir “lugar de la Calavera”). Le ofrecieron vino con mirra, pero él no lo aceptó. Lo crucificaron y se repartieron sus ropas, echando suertes para ver qué le tocaba a cada uno. Era media mañana cuando lo crucificaron. En el letrero de la acusación estaba escrito: “El rey de los judíos”. Crucificaron con él a dos bandidos, uno a su derecha y otro a su izquierda. Así se cumplió la escritura que dice: Fue contado entre los malhechores. Los que pasaban por ahí lo injuriaban meneando la cabeza y gritándole:

P. “¡Anda! Tú que destruías el templo y lo reconstruías en tres días, sálvate a ti mismo y baja de la cruz”.

C. Los sumos sacerdotes se burlaban también de él y le decían:

P. “Ha salvado a otros, pero a sí mismo no se puede salvar. Que el Mesías, el rey de Israel, baje ahora de la cruz, para que lo veamos y creamos”.

C. Hasta los que estaban crucificados con él también lo insultaban. Al llegar el mediodía, toda aquella tierra se quedó en tinieblas hasta las tres de la tarde. Y a las tres, Jesús gritó con voz potente:

+. “Eloí, Eloí, ¿lemá sabactaní?”

C. (que significa: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?). Algunos de los presentes, al oírlo, decían:

P. “Miren, está llamando a Elías”.

C. Uno corrió a empapar una esponja en vinagre, la sujetó a un carrizo y se la acercó para que bebiera, diciendo:

P. “Vamos a ver si viene Elías a bajarlo”.

C. Pero Jesús dando un fuerte grito, expiró.

Aquí todos se arrodillan y guardan silencio por unos instantes.

C. Entonces el velo del templo se rasgó en dos, de arriba a abajo. El oficial romano que estaba frente a Jesús, al ver cómo había expirado, dijo:

P. “De veras este hombre era Hijo de Dios”.

C. Había también ahí unas mujeres que estaban mirando todo desde lejos; entre ellas, María Magdalena, María (la madre de Santiago el menor de José) y Salomé, que cuando Jesús estaba en Galilea, lo seguían para atenderlo; y además de ellas, otras muchas que habían venido con él a Jerusalén. Al anochecer, como era el día de la preparación, víspera del sábado, vino José de Arimatea, miembro distinguido del sanedrín, que también esperaba el Reino de Dios. Se presentó con valor ante Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús. Pilato se extraño de que ya hubiera muerto, y llamando al oficial, le preguntó si ya hacía mucho tiempo que había muerto. Informado por el oficial, concedió el cadáver a José. Este compró una sábana, bajó el cadáver, lo envolvió en la sábana y lo puso en un sepulcro excavado en una roca y tapó con una piedra la entrada del sepulcro. María Magdalena y María, la madre de José, se fijaron en dónde lo ponían. Palabra del Señor.

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Hoy comienza la Semana Santa o Semana de Pasión. Es santa porque en el centro está el Señor, y es de pasión porque contemplamos a Jesús, hombre lleno de pasión y rico en misericordia. El apóstol Pablo lo escribió a los Filipenses: «Se rebajó a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte y una muerte de cruz». ¿Cómo permanecer neutral ante lo que veremos y escucharemos? La pasión de Jesús, como la debilidad y el dolor de los hombres, no es un espectáculo a contemplar con indiferencia. La de Jesús es una pasión de amor: él no nos cambia con una ley sino con un amor grande. En realidad Jesús es el hombre que debe ser defendido, protegido, amado. No basta con no hacer el mal, tener las manos limpias, no decidir; es necesario amar a ese hombre. Quien no elige el amor acaba por ser cómplice del mal.

Jesús entra en Jerusalén como un rey. La gente parece intuirlo y extiende los mantos a lo largo del camino, como era costumbre en Oriente. También los ramos de olivo, tomados de los campos y esparcidos a lo largo del camino de Jesús, hacen de alfombra. El grito de «Hosanna» (en hebreo significa «¡Ayuda!») expresa la necesidad de salvación que sentía la gente. Jesús entra en Jerusalén como aquel que puede sacarnos de nuestras esclavitudes y hacernos partícipes de una vida más humana y solidaria. Sin embargo su rostro no es el rostro de un poderoso o de un fuerte, sino el de un hombre manso y humilde.

Pasan sólo seis días desde la entrada triunfal en Jerusalén y su rostro se convierte en el de un crucificado. Es la paradoja del domingo de Ramos, que nos hace vivir al mismo tiempo el triunfo y la pasión de Jesús. La entrada de Jesús en la ciudad santa es ciertamente la de un rey, pero la única corona que le pondrán sobre la cabeza será de espinas. Los ramos de olivo que hoy son el signo de la fiesta, en el huerto donde solía retirarse a orar le verán sudar sangre por la angustia de la muerte.

Jesús no huye, toma su cruz y sube con ella hasta el Gólgota, donde es crucificado. Aquella muerte, que a los ojos de la mayoría pareció una derrota, fue en realidad una victoria: era la lógica conclusión de una vida gastada por el señor. Verdaderamente sólo Dios podía vivir y morir de aquel modo, es decir, olvidándose de sí mismo para darse totalmente a los demás. Y de esto se da cuenta un militar pagano. El evangelista Marcos escribe: «Al ver el centurión, que estaba frente a él, que había expirado de esa manera, dijo: ‘Verdaderamente éste era Hijo de Dios’» (Mc 16, 39).¿Quién entiende a Jesús? Los niños. son ellos quienes le acogen mientras entra en Jerusalén. «Si no cambiáis y os hacéis como los niños, no entraréis en el Reino de los Cielos», había dicho Jesús. Es lo que le sucede a Pedro: cuando se echa a llorar corno un nido comienza a entenderse a sí mismo. Nosotros somos como él. Pedro confía en su orgullo: «Aunque todos se escandalicen de tí, yo nunca me escandalizaré», le replica Jesús. Se cree bueno, pero duerme cuando Jesús le pide velar tan sólo una hora: está como embrutecido, insatisfecho, triste. En realidad duerme y deja solo a Jesús. Y luego quizá fue él quien empuñó la espada. Pedro trata sólo de salvarse. Se avergüenza de Jesús, un débil, un vencido. Son nuestras traiciones. Pero al final, viendo las consecuencias del mal, Pedro llora. Entra de nuevo en sí mismo, recuerda, entiende, se libera de su orgullo, se arrepiente. En esta semana convirtámonos en hombres verdaderos corno Pedro; lloremos corno niños, pidiendo perdón por nuestro pecado, Conmovámonos ante el drama de tantos pobres cristos que con su cruz nos recuerdan el sufrimiento y el «vía crucis» de Jesús. Escojamos o escapar más, no seguirle más desde lejos, sino quedarnos cerca de él y quererle. Tornemos en nuestras manos el Evangelio y hagamos compañía a Jesús. El olivo que llevamos en las manos es signo de paz: quiere recordarnos que el Señor quiere la paz, otroga la paz. Ese olivo nos acompañará a nuestras casas para recordarnos lo mucho que Dios nos quiere. Él es nuestra paz, porque no tiene enemigos y no se salva a sí mismo. El amor vence al mal. ¿Querernos también nosotros aprender un amor así? ¿Queremos ser hombres y mujeres de paz como Jesús? La pasión es el camino de la alegría. Recorrámosla con Jesús para resucitar con él. 


[1] V. Paglia, Comunidad de Sant’Egidio, La palabra de Dios cada día, 2018, 147-149.

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