Tiempo Ordinario
Domingo de la VI semana
Textos
+ Del evangelio según san Lucas (6, 17. 20-26)
En aquel tiempo, Jesús descendió del monte con sus discípulos y sus apóstoles y se detuvo en un llano. Allí se encontraba mucha gente, que había venido tanto de Judea y de Jerusalén, como de la costa de Tiro y de Sidón.
Mirando entonces a sus discípulos, Jesús les dijo: “Dichosos ustedes los pobres, porque de ustedes es el Reino de Dios. Dichosos ustedes los que ahora tienen hambre, porque serán saciados. Dichosos ustedes los que lloran ahora, porque al fin reirán.
Dichosos serán ustedes cuando los hombres los aborrezcan y los expulsen de entre ellos, y cuando los insulten y maldigan por causa del Hijo del hombre. Alégrense ese día y salten de gozo, porque su recompensa será grande en el cielo. Pues así trataron sus padres a los profetas.
Pero, ¡ay de ustedes, los ricos, porque ya tienen ahora su consuelo! ¡Ay de ustedes, los que se hartan ahora, porque después tendrán hambre! ¡Ay de ustedes, los que ríen ahora, porque llorarán de pena! ¡Ay de ustedes, cuando todo el mundo los alabe, porque de ese modo trataron sus padres a los falsos profetas!” Palabra del Señor.
Mensaje[1]
Este domingo la liturgia nos presenta las Bienaventuranzas en la versión del evangelio según san Lucas. La otra versión la encontramos en el evangelio según san Mateo.
La bienaventuranza es una expresión común en la Escritura y se refiere a la felicidad que está reservada al creyente que vive situaciones concretas y asume comportamientos específicos; por ejemplo, en los Salmos se llama dichoso a «quien encuentra alegría en la enseñanza del Señor y la medita día y noche» (1,2), a «quien socorre al indefenso» (41,2) y a «quien actúa con justicia y practica siempre el derecho» (106,3).
Jesús proclamó en su predicación distintas bienaventuranzas: «Dichoso el que no encuentra en mí motivo de escándalo» (Mt 11,6; Lc 7,23), «Dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica» (Lc 11,28), «Dichosos aquellos siervos a quienes el Señor encuentre vigilando a su llegada» (Lc 12,37); sin embargo hay dos textos clásicos de Las Bienaventuranzas uno en el evangelio según san Mateo y otro en el de san Lucas,.
Estos dos textos, aunque tienen similitudes tienen también marcadas diferencias. Las bienaventuranzas de Mateo dan inicio al llamado Sermón de la Montaña, las de Lucas, al Sermón de la llanura; Mateo se dirige a una comunidad judía de gente pobre y le interesa presentar a Jesús como el nuevo Moisés y cuando se refiere a la pobreza, pone el acento en la pobreza de espíritu, advirtiendo con ello que hay pobres con corazón de rico y proponiendo la pobreza como estilo de vida por el que se puede optar; por su parte Lucas se dirige a una comunidad mixta, algunos de sus interlocutores provienen del judaísmo y otros provienen de pueblos considerados paganos; además es una comunidad en la que hay contrastes entre ricos y pobres, por ello, al referirse a la pobreza y a la riqueza lo hace en sentido literal, sin matices.
Desde el inicio del evangelio, Lucas se ocupa del contraste y oposición que existe entre la riqueza y la pobreza. En el cántico del Magníficat, en labios de María ya nos había dicho que Dios «derriba a los potentados y enaltece a los humildes, a los hambrientos los sacia y a los ricos los despide vacíos» (Lc 1, 52-53). Más delante, justo en la escena de la sinagoga de Nazaret que consideramos hace dos domingos, el evangelista presenta a Jesús como el Ungido por el Espíritu y enviado a anunciar la buena nueva a los pobres, los cautivos, los ciegos y los oprimidos y a todos, el año de gracia del Señor (cf. Mt 4,18)
El año de gracia del Señor, entendido en el contexto de la tradición jubilar del pueblo judío, es una oportunidad para restablecer la armonía con Dios, con el prójimo y con toda la creación; este horizonte de la misión de Jesús nos da una pista importante para interpretar sus bienaventuranzas y las malaventuranzas o ‘ayes’ que caracterizan el texto lucano.
En este mismo sentido, otra pista para la interpretación correcta de este texto evangélico nos la ofrece la lectura del Antiguo Testamento que le sirve como telón de fondo en el contexto litúrgico. EL texto de Jeremías distingue al hombre que pone su confianza en Dios caracterizándolo como un árbol plantado junto al río, del hombre que confía en si mismo, al que caracteriza como un cardo en la estepa que vivirá en la aridez del desierto (cf. Jer 17, 5-8)
En este horizonte religioso “las bienaventuranzas de Lucas desestabilizan la escala de valores que predomina en la sociedad. Jesús aporta una nueva comprensión de la existencia, muy distinta de la que ofrece nuestro mundo. Coloca a los discípulos y nos coloca a todos, ante una alternativa de felicidad/desgracia, invirtiendo los valores de la sociedad.”[2]
¿Quiénes son felices?
Las tres primeras bienaventuranzas de Lucas, son variaciones del mismo tema; un tríptico que declara «felices» a los pobres, a los que «ahora pasan hambre» y a los que «ahora lloran» porque su situación cambiará radicalmente con el advenimiento del Reino, en el que los hombres y mujeres se convierten a Dios y al mismo tiempo que ponen orden en su relación con los bienes de la creación a los que no puede endiosar porque son medios y no fines, ponen también orden en su relación con el prójimo, al estilo de Jesús y como el buen samaritano a quien el mismo Lucas presentará más adelante como modelo de amor al prójimo (Lc 10, 29-37).
Lucas habla de pobres ‘a secas’, sin matices. Con ello hace referencia a las personas que “de una u otra forma sienten que sus vidas están aplastadas y para las cuales el vivir se convierte en una pesada carga, sea por la pobreza material, sea por la indefensión social, sea por la ignorancia e incultura, sea por el desprestigio social o la discriminación en cualquiera de sus formas, sea por su debilidad física o mental.”[3] El mismo Lucas presenta en su evangelio varios ejemplos de estos pobres que representan a la humanidad más necesitada y humillada, la más desprotegida e indefensa, la menos desarrollada y también a la que es perseguida y odiada simplemente por haber puesto su confianza en Jesús y denunciar con su testimonio de vida que una sociedad construida sobre los cimientos de hombres y mujeres hartos de si mismos va a la ruina.
¿Por qué son felices?
«Reino de Dios», «Reino de los cielos», «tener a Dios por Rey», no son expresiones que indican el destino del creyente en ultratumba. EL rey, entre los semitas, era la persona que hacía justicia y defendía la causa de los débiles. Tener a Dios por Rey es tenerlo como defensor y protector, como aliado y salvador. El Reino de Dios se dejará sentir en los ambientes humanos en donde haya personas que tengan a Dios por Rey y lo hagan presente como defensor y protector de quienes ponen su esperanza en Él.
El lugar desde donde Jesús proclama las bienaventuranzas en Lucas es un llano, no un monte como en Mateo; simbólicamente Jesús se ubica en el mismo lugar o plano en el que se halla la sociedad construida a partir de falsos valores de riqueza y poder; el Reino se propone así como levadura que se mezcla en la sociedad para hacerla fermentar.
Mientras el Reino de Dios fermenta los grupos humanos, continuará habiendo pobres, hambre, sollozos y persecución, pero la esperanza de que las cosas pueden ser distintas anima a los discípulos de Jesús a vivir con una nueva mentalidad. Los hartos y satisfechos de si mismos que a su vez busquen mantener la injusticia para asegurar su posición privilegiada con sus mismas acciones labran su destrucción.
Las bienaventuranzas no son la recompensa de Dios a quien se ha portado bien y se ha esforzado por llevar una vida ordenada. Son la declaración de que Dios se pone de parte de los pobres, de los hambrientos, de aquéllos a quienes la vida depara penas y llanto, de los que sufren persecución por causa de Jesús y del evangelio; no porque sean mejores o más virtuosos, sino porque la situación inhumana que viven es insoportable para Dios que no soporta la opresión pues es un Dios de vida y justicia, de verdad y misericordia.
Dios no quiere la pobreza; para Jesús la pobreza y la miseria es algo escandaloso que va contra el querer de Dios; sus discípulos deben rechazarla y combatirla y cualquier esfuerzo que se haga es un paso que hace avanzar el Reino de Dios. Un esfuerzo laudable es el que cada quien realiza liberándose del ansía de poseer para llevar una vida más austera. El camino para conseguir la felicidad es inverso al que propone la sociedad de consumo en la que vivimos.
[1] V. Paglia – Comunidad de Sant’Egidio, La palabra de Dios cada día, 2018, 83-84.
[2] F. Ulibarri, Conocer, gustar y vivir la palabra, 210.
[3] F. Ulibarri, Conocer, gustar y vivir la palabra, 211.