Aquel de ustedes que no tenga pecado, que le tire la primera piedra

Cuaresma

Lunes de la semana V

Textos

† Del evangelio según san Juan (8, 1-11)

En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos y al amanecer se presentó de nuevo en el templo, donde la multitud se le acercaba; y él, sentado entre ellos, les enseñaba.

Entonces los escribas y fariseos le llevaron a una mujer sorprendida en adulterio, y poniéndola frente a él, le dijeron: “Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés nos manda en la ley apedrear a estas mujeres. ¿Tú que dices?” Le preguntaban esto para ponerle una trampa y poder acusarlo. Pero Jesús se agachó y se puso a escribir en el suelo con el dedo. Pero como insistían en su pregunta, se incorporó y les dijo: “Aquel de ustedes que no tenga pecado, que le tire la primera piedra”. Se volvió a agachar y siguió escribiendo en el suelo.

Al oír aquellas palabras, los acusadores comenzaron a escabullirse uno tras otro, empezando por los más viejos, hasta que dejaron solos a Jesús y a la mujer, que estaba de pie, junto a él.

Entonces Jesús se enderezó y le preguntó: “Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Nadie te ha condenado?” Ella le contestó: “Nadie, Señor”.

Y Jesús le dijo: “Tampoco yo te condeno. Vete y ya no vuelvas a pecar”. Palabra del Señor.

Fondo Musical: P. Martin Alejandro Arceo Álvarez

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Mensaje[1]

Nos acercamos a la gran y santa semana de la pasión, muerte y resurrección de Jesús. El Evangelio nos lleva ante Jesús una vez más. Es el alba de un nuevo día y Jesús -señala el Evangelio de Juan- está de nuevo en el Templo enseñando. Una multitud le rodea. 

De pronto, por entre la gente que le escucha se abre paso un grupo de escribas y fariseos que empuja a una mujer sorprendida en adulterio. La arrastran al medio del círculo, ante Jesús, y le preguntan a este si hay que aplicar o no la ley de Moisés. Quieren tender una trampa al joven profeta de Nazaret, para desacreditarlo ante el cada vez mayor número de gente que le escucha.

Si condena a la mujer – piensan – irá en contra de la misericordia que tanto predica; si la perdona, se pondrá en contra de la ley. En ambos casos saldrá derrotado. Jesús, inclinándose, se pone a «escribir con el dedo en la tierra». Es una actitud extraña: Jesús guarda silencio, como hará ante Pilatos y Herodes. El Señor de la Palabra, el hombre que había hecho de la predicación su vida y su servicio hasta la muerte, ahora calla. No sabemos qué escribe en la arena. 

Podemos imaginar los sentimientos indignados de los fariseos quizás intuir que había en el corazón de aquella mujer cuya esperanza de supervivencia estaba ligada a aquel hombre del que, por otra parte, no salía ni una palabra ni un gesto. Tras la insistencia de los fariseos, Jesús levanta la cabeza y pronuncia una frase que arroja algo de luz sobre sus pensamientos: «Aquel de ustedes que no tenga pecado, que le tire la primera piedra». Y se inclina de nuevo para escribir en la tierra. 

La respuesta desarma a todos. Aquellas palabras alcanzaron a todos: « comenzaron a escabullirse uno tras otro, empezando por los más viejos », señala agudamente el evangelista. Tan solo quedan Jesús y la mujer. Se encuentran una delante de la otra, la miseria y la misericordia. 

En aquel momento Jesús vuelve a hablar. Lo hace como de costumbre, con su tono, su pasión, su ternura y su firmeza. Levanta la cabeza y pregunta: « Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Nadie te ha condenado?». Ella responde: «Nadie, Señor». La palabra de Jesús se hace profunda, no indiferente sino llena de misericordia. Es una palabra buena, de esas que solo el Señor sabe pronunciar. «Tampoco yo te condeno. Vete, y en adelante no peques más».

Jesús, el único justo, la tomó de la mano y la alzó del suelo. Jesús no había venido a condenar, sino a hablar y devolver a la vida a los pobres y los pecadores. Dirigiéndose a la mujer añade: «Vete», es decir, vuelve a la vida, a tu camino. Y añade: «No peques más», es decir, recorre el camino que te he indicado, el camino de la misericordia y del perdón.


[1] V. Paglia – Comunidad de Sant’Egidio, La palabra de Dios cada día, 2019, 143-145.

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