Alégrense y salten de contento

Tiempo Ordinario

Domingo de la semana IV

Textos

† Del evangelio según san Mateo (5, 1-12)

En aquel tiempo, cuando Jesús vio a la muchedumbre, subió al monte y se sentó. Entonces se le acercaron sus discípulos. Enseguida comenzó a enseñarles, hablándoles así:

“Dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos. Dichosos los que lloran, porque serán consolados. Dichosos los sufridos, porque heredarán la tierra. Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados. Dichosos los misericordiosos, porque obtendrán misericordia. Dichosos los limpios de corazón, porque verán a Dios. Dichosos los que trabajan por la paz, porque se les llamará hijos de Dios. Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los cielos.

Dichosos serán ustedes cuando los injurien, los persigan y digan cosas falsas de ustedes por causa mía. Alégrense y salten de contento, porque su premio será grande en los cielos”. Palabra del Señor.

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Mensaje[1]

Mateo señala que Jesús, viendo las multitudes, sube al monte y empieza a hablarles. Y les explica quién es verdaderamente bienaventurado, feliz. En definitiva, propone su idea de felicidad. Los salmos habían acostumbrado a los creyentes de Israel al sentido de la bienaventuranza verdadera: «Dichoso el hombre que pone en el Señor su confianza, dichoso el que cura del débil, dichoso el que confía en el Señor». Este puede decirse bienaventurado, feliz. En esta misma línea llama a los pobres de espíritu «bienaventurados» (y no quiere decir ricos de hecho, sino pobres espiritualmente).

Y luego continúa llamando bienaventurados a los misericordiosos, los afligidos, los mansos, los hambrientos de justicia, los puros de corazón, los perseguidos a causa de la justicia, y también los que son insultados y perseguidos a causa de su nombre. Nadie había escuchado nunca palabras semejantes. Y también a nosotros que las escuchamos hoy nos parecen muy lejanas de la forma corriente de pensar. Parecen verdaderamente palabras irreales. Podríamos decir que son palabras bellas, pero imposibles para los hombres. Y sin embargo para Jesús no es así.

Él quiere para nosotros una felicidad verdadera, plena, robusta, que resista a los cambios de humor y no esté sometida a los ritmos de la moda o a las exigencias de consumo. En realidad, lo que deseamos es vivir un poco mejor, un poco más tranquilos, y nada más. En definitiva, un poco de bienestar personal. No nos apetece tanto ser «bienaventurados» de verdad. Por eso la bienaventuranza se ha convertido en una palabra extraña, demasiado plena, excesiva; es una palabra tan fuerte y con tanta carga que resulta demasiado diferente de nuestras satisfacciones, a menudo insignificantes.

La página evangélica de las bienaventuranzas nos arranca de una vida banal para empujarnos hacia una vida plena, hacia una alegría mucho más profunda. Las bienaventuranzas no son demasiado elevadas para nosotros, como no lo eran para aquella multitud que las escuchó por vez primera. Tienen un rostro verdaderamente humano: el rostro de Jesús. Él es el hombre de las bienaventuranzas, el pobre, el manso y el que tiene hambre de justicia, el apasionado y misericordioso, el hombre perseguido y condenado a muerte. Miremos a este hombre y sigámosle: seremos bienaventurados.


[1] Paglia, Vincenzo. La Palabra de Dios cada día – 2023. Edición en español. pp. 84-85.

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