Al ver Jesús a las multitudes, se compadecía de ellas.

Tiempo Ordinario

Domingo de la XI semana

Ciclo A

Textos

† Del evangelio según san Mateo (9, 36—10, 8)

En aquel tiempo, al ver Jesús a las multitudes, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y desamparadas, como ovejas sin pastor.

Entonces dijo a sus discípulos: “La cosecha es mucha y los trabajadores, pocos. Rueguen, por tanto, al dueño de la mies que envíe trabajadores a sus campos”.

Después, llamando a sus doce discípulos, les dio poder para expulsar a los espíritus impuros y curar toda clase de enfermedades y dolencias.

Estos son los nombres de los doce apóstoles: el primero de todos, Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés; Santiago y su hermano Juan, hijos de Zebedeo; Felipe y Bartolomé; Tomás y Mateo, el publicano; Santiago, hijo de Alfeo, y Tadeo; Simón, el cananeo, y Judas Iscariote, que fue el traidor.

A estos doce los envió Jesús con estas instrucciones: “No vayan a tierra de paganos ni entren en ciudades de samaritanos.

Vayan más bien en busca de las ovejas perdidas de la casa de Israel. Vayan y proclamen por el camino que ya se acerca el Reino de los cielos.

Curen a los leprosos y demás enfermos; resuciten a los muertos y echen fuera a los demonios. Gratuitamente han recibido este poder; ejérzanlo, pues, gratuitamente”. Palabra del Señor. 

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Mensaje[1]

Este domingo iniciamos la lectura del discurso misionero de Jesús que se encuentra en el capítulo 10 del evangelio según san Mateo; esta lectura se prolongará además de éste otros tres domingos, que serán para nosotros la oportunidad de reavivar la conciencia del llamado que el Señor nos hace -personal y comunitariamente- para continuar su obra en el mundo siendo misioneros, al estilo de Él, en cualquier ambiente en el que nos encontremos.

El contexto

Recordemos que Mateo agrupa las instrucciones del Señor para formar a sus discípulos en cinco grandes discursos: el sermón de la Montaña, el sermón de la misión, el sermón en parábolas, el sermón de la vida en comunidad y el sermón del cumplimiento futuro del Reino.

El capítulo 10 que leemos ahora contiene el sermón de la misión. Después del sermón de la montaña (caps. 5-7) en el que Jesús expone las bases para ser y vivir como discípulo suyo, Mateo nos presenta una serie de textos en los que relata diez milagros de Jesús. Los capítulos del sermón de la montaña describen lo que Jesús “enseña”, los siguientes, lo que Jesús “realiza” para cumplir la misión para la cual Dios lo envió.

Antes y después de estas dos secciones, Mateo nos dice en pocas palabras en qué consiste la actividad misionera de Jesús: «Jesús recorría las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, proclamando la Buena Nueva del Reino y sanando toda enfermedad y toda dolencia» (9,23; ver 4,23).

De esta manera nos hace caer en la cuenta de que la actividad de Jesús es intensa y que llega incluso a las localidades más pequeñas. Jesús va al encuentro de todos y va al fondo de la realidad humana.

En una frase, Mateo sintetiza la manera como Jesús ve la situación de su pueblo y por qué es urgente la misión.

¿Cómo ve Jesús la situación del pueblo?

El evangelista nos refiere dos imágenes, una pastoril y otra agrícola, para describir la situación del pueblo: la de un rebaño maltratado y disperso y la de la mies madura y abundante que hay que cosechar. Estas imágenes pintan el contexto en el que se va a realizar una misión que no puede retrasarse.

El rebaño maltratado y disperso. Dice el evangelista: «… al ver Jesús a las multitudes, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y desamparadas, como ovejas sin pastor» Jesús ve al pueblo cansado y agotado, como un rebaño si pastor; su mirada va más allá de las apariencias, capta la realidad profunda.

Jesús no permanece indiferente. Lo que ve lo conmociona hasta las entrañas: «sintió compasión»; ésta, expresa la sintonía de Jesús con el dolor de la gente, Jesús siente lo que la gente siente, lo que vive él lo percibe en lo más hondo de su ser. Jesús no es uno más que mira con desprecio a su pueblo. Él ve la situación real y se compromete a ayudarla. El discípulo debe aprender a tener esta misma compasión. (cf. Mateo 18,27 y 33) 

¿Cómo ve Jesús el campo misionero?

Para describir el estado de la gente, el evangelista recurre a dos palabras impresionantes referidas a las multitudes: «estaban extenuadas y desamparadas». La situación que describen estas palabras es el resultado de la irresponsabilidad de agentes externos, que obran con saña y codicia; los que estaban llamados a dar vida al pueblo, hicieron todo lo contrario: lo aplastaron.

Jesús no ve a las personas en forma individual, sino como pueblo entero: las multitudes estaban «como ovejas sin pastor». Esta metáfora describe a un pueblo abandonado a su propia suerte; un pueblo sin cohesión y, por tanto, necesitado de un liderazgo que lo mantenga unido; un pueblo disperso, sin un fin común y sin valores comunes, que vaga sin proyecto, que no tiene meta; un pueblo entregado a sus enemigos, expuesto a todo tipo de influencias e intereses egoístas y codiciosos, corruptos, que sólo quieren sacar ventaja de él.

Frente a los pastores que han descuidado su deber y frente al panorama desolador de un pueblo extenuado sicológica, moral y socialmente, Jesús se presenta como el buen Pastor de su pueblo. Notamos en él un doble movimiento: la percepción del sufrimiento exterior a Él y desde su interior, la misericordia, que se materializa en la cercanía, cuidado y curación de enfermos y sufrientes.

En este pasaje, la misericordia impulsa a Jesús a dos acciones específicas: la invitación a la oración y un envío a la misión que es una misión de sanación. El Reino de Dios se lleva realiza en la victoria sobre el mal, del cual la enfermedad es un signo.

La imagen de la mies madura y abundante

Dice el evangelio: «Entonces dijo a sus discípulos: “La cosecha es mucha y los trabajadores, pocos. Rueguen, por tanto, al dueño de la mies que envíe trabajadores a sus campos”.»

Después de ver a la multitud, Jesús se dirige a sus discípulos. La situación que vive el pueblo impone sobre ellos un compromiso en el cual deben participar.

Jesús sigue recurriendo a las metáforas; ahora habla de ‘mies abundante’ y ‘pocos obreros’. Se visualiza un contraste: hay una cosecha que se debe recoger a tiempo, pero los recolectares con escasos. Se hace evidente que hay necesidad de ayuda, que se requiere un gran esfuerzo y que no hay tiempo que perder.

La oración al dueño de la mies. Jesús no deja a sus discípulos hacer cálculos ni propuestas de solución, no les permite diseñar su propio programa, lo que les pide es orar al dueño del campo a que mande obreros para recoger la cosecha. Dios es el creador, es el Señor del cielo y de la tierra, por tanto, el pueblo es de Dios, todo lo que se refiere al pueblo está bajo el señorío de Dios, es Él quien hace madurar el tiempo del mundo, quien guía la historia de su pueblo y quien, ahora, se ocupará amorosamente de su pueblo necesitado.

Jesús hace orar a los mismos que va a enviar a la misión. Les pide orar pidiendo a Dios que envíe trabajadores a su campo y ellos mismos son esos trabajadores. Queda claro que la misión proviene de Dios. El compromiso cristiano en el mundo no es simple altruismo. La vida del pueblo no es un campo de experimentación para probar programas sociales y de ayuda meramente humanos. La oración del envío de misioneros es importante porque quien desee ayudar verdaderamente al pueblo no puede presentarse por iniciativa propia, debe ser enviado por el dueño de la mies.

Tres elementos sobresalen como condiciones para el compromiso con el pueblo de Dios: el reconocimiento del señorío de Dios, la oración de súplica y la obediencia a la misión. 

¿Qué hace Jesús frente a esta situación?

Después de haber caracterizado la situación del pueblo y de dejar claro que el proyecto a realizar no es el propio sino el de Dios, Jesús mismo envía a sus discípulos. Jesús se comporta como pastor y dueño de la mies. La misión es una iniciativa que requiere plenos poderes de parte de Dios y lo que Jesús hace, lo hace en nombre de Dios y es sostenido y determinado por su misericordia hacia su pueblo. Lo que Jesús hace da a sus discípulos cohesión, guía y asistencia, orientación y sentido.

En este horizonte hay que ver el envío de los discípulos por parte de Jesús. Los convoca y los envía con poder y les da las primeras instrucciones para la realización de la misión.

Jesús convoca y envía a sus discípulos

En primer plano aparece el poder que les confiere y en segundo la lista de sus nombres. La descripción del poder del que les hace partícipes se hace con palabras que encajan bien con la descripción de la actividad de Jesús. 

Los doce discípulos, están asociados a los demás discípulos y a la comunidad. El número doce” tiene que ver con el pueblo de Israel, constituido por doce tribus. Se simboliza así su aspiración a ser familia, “pueblo de Dios”. EL número doce constituye un marco de esperanza para Israel y para el mundo entero.

Los doce discípulos son denominados enseguida como los “doce apóstoles”; es decir, los doce enviados. Son hombres que Jesús ha llamado para que lo sigan, para que lo acompañen, para que vivan en comunión con Él. Jesús « les dio poder para expulsar a los espíritus impuros y curar toda clase de enfermedades y dolencias.» Es decir, para enfrentar el sufrimiento humano y anunciar allí la novedad benéfica del Reino de los Cielos que en Jesús alcanza su realización. 

Los apóstoles son los continuadores de la obra de Jesús. Para ello, Él los reviste de su autoridad para que entren en la dinámica característica de su misión: ayudar a los afligidos, expulsar a los demonios que les agobian y curar todas las enfermedades.

El hecho de que estos doce, sean llamados apóstoles, indica que ellos no se dan a si mismos la misión, sino de que son enviados. 

En la lista de apóstoles se nota lo siguiente. Los apóstoles de Jesús son recordados por sus nombres. Jesús o envía a una masa sino a algunas personas. Cada una con su propio nombre y rostro y con su propia responsabilidad; la lista de nombres es bien ordenada; procede de dos en dos, con lo que da rito a la pronunciación de los nombres, insinuando además el envío en pareja. En primer lugar, aparece Pedro y al final de la lista aparece Judas. De ocho de ellos se dice algo característico muy breve. Solo cuatro o tienen epíteto: Felipe, Bartolomé, Tomás y Tadeo. Nueve nombres son de origen hebreo y tres son de origen griego. Al final de la lista se anota que su compromiso corresponde a las condiciones que él ya había indicado: no van por iniciativa personal o en nombre propio, sino que son enviados por el dueño de la mies.

Jesús establece a dónde deben ir y que deben hacer.

En un primer momento los apóstoles son enviados solamente «en busca de las ovejas perdidas de la casa de Israel», conforme a las promesas del Antiguo Testamento. La orden de no ir a tierra de paganos no implica una misión exclusiva; más que una prohibición es una indicación secuencial. Por el momento son enviados al pueblo de Israel, confirmando así su elección y su misión universal con todos los pueblos de la tierra.

La misión apostólica sigue el mismo esquema de Jesús, para quien su primera respuesta a las necesidades del pueblo fue su enseñanza y sus curaciones. Los apóstoles deben anunciar «que el reino de los cielos está cerca”. Los mismos términos de la predicación de Juan el Bautista y de Jesús, excepto el llamado a la conversión, son cuatro los imperativos que delinean la acción: curar enfermos, resucitar muertos, purificar leprosos y expulsar demonios.

Al final se insiste en el tema de la gratuidad: «gratuitamente han recibido este poder; ejérzanlo, pues, gratuitamente». En esto el apóstol se asemeja más al maestro. Así como Jesús nada ha hecho esperando recompensa, así deben hacer también ellos. Todo lo han recibido: la comunión con el Señor, su formación, su tarea, su poder. La misión se vive desde la generosidad de quien entregó su vida como oblación en la Cruz.

Compartir los mismos sentimientos de Jesús frente a la realidad del pueblo, llevará a los misioneros de todos los tiempos a gastar con Jesús la vida para congregar al pueblo de Dios.

El amor de Dios que Jesús ha hecho presente en el anuncio y realización del Reino y que ha tenido su culmen en la ofrenda de su vida, ha sido un don gratuito y generoso para nosotros. No podemos hacer algo distinto. Nuestra entrega debe ser como la de Jesús.


[1] Oñoro F., Misioneros de la Misericordia (I). El envío para revigorizar a un pueblo maltratado. Mateo 9, 36 . 10,8. CEBIPAL/CELAM.

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