Al ver a las multitudes, se compadecía de ellas

Tiempo Ordinario

Martes de la XIV semana

En aquel tiempo, llevaron ante Jesús a un hombre mudo, que estaba poseído por el demonio, Jesús expulsó al demonio y el mudo habló. La multitud, maravillada, decía: “Nunca se había visto nada semejante en Israel”. Pero los fariseos decían: “Expulsa a los demonios por autoridad del príncipe de los demonios”.

Jesús recorría todas las ciudades y los pueblos, enseñando en las sinagogas, predicando el Evangelio del Reino y curando toda enfermedad y dolencia. Al ver a las multitudes, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y desamparadas, como ovejas sin pastor.

Entonces dijo a sus discípulos: “La cosecha es mucha y los trabajadores, pocos. Rueguen, por tanto, al dueño de la mies que envíe trabajadores a sus campos”. Palabra del Señor.

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Los milagros no expresan solo su fuerza divina; son el signo de que la vida puede cambiar, de que es posible curarse, de que es posible tener un corazón distinto. En los Evangelios se dice que Jesús predicaba y curaba. Es la misma consigna para los discípulos de entonces y de hoy.

Jesús envía a la Iglesia a predicar el Evangelio y a curar a los hombres de todas sus enfermedades. Debemos volvernos a interrogar sobre la consigna que nos hace el Señor sobre el «poder», es decir, una fuerza eficaz, de «tocar el corazón» con la predicación del Evangelio y de llevar a cabo milagros de curación.

El Evangelio nos presenta a un «endemoniado mudo», un enfermo que era incapaz de hablar. Jesús le devuelve la palabra. Realmente el único que sabe conmoverse ante los débiles, el único que antepone los problemas de los demás a los suyos es aquel que es compasivo.

Hoy nuestras ciudades están llenas de hombres y de mujeres mudos porque no saben con quién hablar, no tienen nadie a quien dirigirse para presentarle sus peticiones, sus angustias, sus derechos. Solo hay que pensar en los muchos ancianos que viven cada vez más solos a medida que se van haciendo mayores.

También somos mudos y sordos cuando no tenemos a nadie que nos plantee preguntas, alguien que pueda devolvernos la palabra, como hizo Jesús con aquel hombre. Si, necesitamos escuchar el evangelio para poder volver a hablar. Muchas veces estamos mudos porque estamos llenos de palabras vacías. Y todo aquel que deja que el Evangelio toque su corazón vuelve a hablar, a rezar, a exhortar, a perdonar y también a corregir.

También nosotros podemos expresar nuestro asombro junto a aquellas muchedumbres que rodeaban a Jesús: «Nunca se había visto nada semejante en Israel». Jesús continúa su misión y nosotros, junto a él, somos invitados a recorrer las calles y plazas de nuestras ciudades con su misma compasión para llevar a cabo «milagros» de misericordia.

La compasión de Jesús nos abre los ojos y nos permite ver sobre todo a los pobres y débiles, nos permite inclinarnos ante todas las personas que en este mundo están «extenuadas y desamparadas, como ovejas sin pastor». Y Jesús continúa diciendo: «La cosecha es mucha y los trabajadores, pocos».

Hace falta rezar al Padre para que envíe obreros misericordiosos. Descubriremos que el Señor nos invita también a nosotros a convertirnos en obreros para todos aquellos que están a merced de la violencia, de la soledad, de la tristeza, de la guerra y de la pobreza.


[1] V. Paglia – Comunidad de Sant’Egidio, La palabra de Dios cada día, 2018, 275-276.

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