¿Acaso tu maestro no paga el impuesto?

Tiempo Ordinario

Lunes de la XIX semana

En aquel tiempo, se hallaba Jesús con sus discípulos en Galilea y les dijo: “El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; lo van a matar, pero al tercer día va a resucitar”. Al oír esto, los discípulos se llenaron de tristeza.

Cuando llegaron a Cafarnaúm, se acercaron a Pedro los recaudadores del impuesto para el templo y le dijeron: “¿Acaso tu maestro no paga el impuesto?” El les respondió: “Sí lo paga”.

Al entrar Pedro en la casa, Jesús se adelantó a preguntarle: “¿Qué te parece, Simón? ¿A quiénes les cobran impuestos los reyes de la tierra, a los hijos o a los extraños?” Pedro le respondió: “A los extraños”. Entonces Jesús le dijo: “Por lo tanto, los hijos están exentos.

Pero para no darles motivo de escándalo, ve al lago y echa el anzuelo, saca el primer pez que pique, ábrele la boca y encontrarás una moneda. Tómala y paga por mí y por ti”. Palabra del Señor.

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Jesús, por segunda vez, les dice a los discípulos lo que le espera en Jerusalén: será entregado en manos de los jefes del pueblo, le matarán pero luego resucitará. Y una vez más los discípulos se muestran consternados. Les cuesta aceptar la idea de un Mesías sufriente aunque la profecía contenga también el anuncio de la resurrección. 

Es la misma dificultad que nosotros conocemos bien. ¡Cuántas veces escuchamos solo lo que queremos sin dejar que la Palabra que se nos anuncia nos implique! 

Cuando entraron en Cafarnaún, algunos recaudadores de impuestos se acercaron a Pedro y le preguntaron si Jesús iba a pagar el tributo establecido para el Templo. No se trata del tributo al César, sino del tributo que todo israelita debía dar al templo para su funcionamiento. 

Aunque Jesús es «más grande que el templo», no evita aquella obligación y ordena a Pedro que, de la boca del pez que pescará, coja la moneda que deberá dar en el templo. Jesús no quiere provocar ningún escándalo no pagando. Ha venido para edificar, y no para escandalizar a la gente. Por eso actúa de manera distinta a lo que cabría esperar en él. En esta línea, ante la afirmación de los Corintios que decían: «todo es lícito», el apóstol Pablo contesta: sí, «mas no todo edifica. Que nadie procure su propio interés, sino el de los demás» (1 Cor 10, 23-24). 

La primera preocupación de Jesús sigue siendo reunir y custodiar a la gente que el Padre le ha confiado. Y por eso procura alejar todo lo que puede provocar escándalos inútiles. Se trata de una sabiduría que requiere una gran disciplina interior sobre todo por parte de aquellos que tienen responsabilidades pastorales. Hay que eliminar el instinto a actuar impulsivamente y sin reflexionar El Señor nos muestra que la verdadera sabiduría es construir el templo espiritual que es la comunidad cristiana. 


[1] V. Paglia – Comunidad de Sant’Egidio, La palabra de Dios cada día, 2018, 311-312.

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