A pesar de que era el Hijo, aprendió a obedecer padeciendo

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Lunes de la Semana II

Textos

Lectura de la carta a los hebreos (5, 1-10)

Hermanos: Todo sumo sacerdote es un hombre escogido entre los hombres y está constituido para intervenir en favor de ellos ante Dios, para ofrecer dones y sacrificios por los pecados. El puede comprender a los ignorantes y extraviados, ya que él mismo está envuelto en debilidades.

Por eso, así como debe ofrecer sacrificios por los pecados del pueblo, debe ofrecerlos también por los suyos propios. Nadie puede apropiarse ese honor, sino sólo aquel que es llamado por Dios, como lo fue Aarón. De igual manera, Cristo no se confirió a sí mismo la dignidad de sumo sacerdote; se la otorgó quien le había dicho: Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy. O como dice otro pasaje de la Escritura: Tú eres sacerdote eterno, como Melquisedec.

Precisamente por eso, durante su vida mortal, ofreció oraciones y súplicas, con fuertes voces y lágrimas, a aquel que podía librarlo de la muerte, y fue escuchado por su piedad. A pesar de que era el Hijo, aprendió a obedecer padeciendo, y llegado a su perfección, se convirtió en la causa de la salvación eterna para todos los que lo obedecen y fue proclamado por Dios sumo sacerdote, como Melquisedec. Palabra de Dios.

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Mensaje[1]

Este pasaje de la Carta a los hebreos nos ayuda a reflexionar una vez más sobre Jesús, «sumo sacerdote». En la tradición del templo, el sumo sacerdote era el único que podía entrar una vez al año en el Santo de los Santos, la parte más interna del templo de Jerusalén, en el día del Kippur, el día de la Expiación, es decir, el día en que Dios perdonaba los pecados de su pueblo. Jesús es presentado en esta Carta como el nuevo sumo sacerdote. En efecto, a causa del sufrimiento padecido y de la obediencia a Dios, él se ha convertido en causa de salvación para todos. 

Ya no hay necesidad de ofrecer sacrificios de expiación para el perdón de los pecados en el templo de Jerusalén: Jesús mismo, por el sufrimiento padecido, es el que ahora nos proporciona el perdón y la salvación. El autor interpreta a la vida terrenal de Jesús como una oferta sacerdotal de «ruegos y súplicas con poderoso clamor y lágrimas al que podía salvarlo de la muerte», que «fue escuchado por su actitud reverente». 

Él, hijo de Dios, es declarado sacerdote según el rito de Melquisedec, el sacerdote del que se habla en el libro del Génesis en el capítulo 14 y luego en el salmo 110, citado por el autor de la Carta. Melquisedec, rey de Salem (Jerusalén), va al encuentro de Abrán ofreciéndole pan y vino y bendiciéndolo: «¡Bendito sea Abrán del Dios Altísimo, creador de cielos y tierra!». No era un sacerdote del Dios de Israel, pero reconoció en Abrán la presencia del Dios Altísimo. 

Con Jesús, parece decirnos el autor de la Carta a los hebreos, comienza de nuevo una historia en la que se pueden reconocer todos los pueblos que se someterán a él, sacerdote y mediador de la nueva alianza. A través de Jesús cada uno de nosotros, independientemente del pueblo al que pertenezca, puede tomar parte en el sacrificio de salvación que Jesús ha ofrecido sobre la cruz. Es más, a través de su testimonio, cada uno de nosotros puede ayudar a los demás, incluso al que está lejos de Dios, para que reconozca al Dios Altísimo, el padre de Jesús.


[1] Paglia, Vincenzo. La Palabra de Dios cada día – 2023. Edición en español. pp. 69-70.

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