A estos cuatro jóvenes les concedió Dios sabiduría e inteligencia

Tiempo Ordinario

Lunes de la XXXIV semana

El año tercero del reinado de Joaquín, rey de Judá, vino a Jerusalén Nabucodonosor, rey de Babilonia, y la sitió. El Señor entregó en sus manos a Joaquín, rey de Judá, así como parte de los objetos del templo, que él se llevó al país de Senaar y los guardó en el tesoro de sus dioses.

El rey mandó a Aspenaz, jefe de sus oficiales, que seleccionara de entre los israelitas de sangre real y de la nobleza, algunos jóvenes, sin defectos físicos, de buena apariencia, sobrios, cultos e inteligentes y aptos para servir en la corte del rey, con el fin de enseñarles la lengua y la literatura de los caldeos.

El rey les asignó una ración diaria de alimentos y de vino de su propia mesa. Deberían ser educados durante tres años y después entrarían al servicio del rey. Entre ellos se encontraban Daniel, Ananías, Misael y Azarías, que eran de la tribu de Judá.

Daniel hizo el propósito de no contaminarse compartiendo los alimentos y el vino de la mesa del rey, y le suplicó al jefe de los oficiales que no lo obligara a contaminarse. Dios le concedió a Daniel hallar favor y gracia ante el jefe de los oficiales. Sin embargo, éste le dijo a Daniel: “Le tengo miedo al rey, mi señor, porque él les ha asignado a ustedes su comida y su bebida, y si llega a verlos más delgados que a los demás, estará en peligro mi vida”.

Daniel le dijo entonces a Malasar, a quien el jefe de los oficiales había confiado el cuidado de Daniel, Ananías, Misael y Azarías: “Por favor, haz la prueba con tus siervos durante diez días; que nos den de comer legumbres, y de beber, agua; entonces podrás comparar nuestro aspecto con el de los jóvenes que comen de la mesa del rey y podrás tratarnos según el resultado”.

Aceptó él la propuesta e hizo la prueba durante diez días.

Al cabo de ellos, los jóvenes judíos tenían mejor aspecto y estaban más robustos que todos los que comían de la mesa del rey. Desde entonces Malasar les suprimió la ración de comida y de vino, y les dio sólo legumbres.

A estos cuatro jóvenes les concedió Dios sabiduría e inteligencia en toda clase de ciencia. A Daniel, además, el don de interpretar visiones y sueños.

Al cabo del tiempo establecido, el jefe de los oficiales llevó a todos los jóvenes ante Nabucodonosor y se los presentó. El rey conversó con ellos y entre todos no encontró a nadie como Daniel, Ananías, Misael y Azarías. Quedaron entonces al servicio del rey. Y en todas las cosas de sabiduría, inteligencia y experiencia que el rey les propuso, los encontró diez veces superiores a todos los magos y adivinos de su reino. Palabra de Dios.

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En esta última semana del año litúrgico, se nos hace escuchar algunos pasajes del libro de Daniel que por su carácter escatológico nos ayudan a contemplar el misterio final de la historia. El apunte sobre el sitio de Jerusalén por parte del rey babilonio Nabudoconosor quiere destacar la nueva situación en la que se encuentra el pueblo hebreo: la difícil relación con el gran mundo que los rodea.

Es emblemático que cite dos ciudades, Babilonia y Jerusalén. Con ello no quiere hacer una descripción histórica, sino más bien poner de manifiesto que siempre es Dios, el que guía la historia de su pueblo, incluso cuando tiene que enttrar en relación con el mundo exterior. Incluso la decisión de elegir a cuatro jóvenes hebreos de estirpe real, los de mejor parecido y los más inteligentes de todos, para que fueran a Babilonia para ser instruidos en la corte del rey es fruto de la voluntad de Dios. 

Ellos, por su parte, no traicionan la ley tomando alimentos prohibidos. Al comer únicamente legumbres no solo no adelgazan, sino que incluso presentan mejor salud que sus coetáneos babilonios. Esta situación de éxito recuerda a la historia de José, que llegó a lo más alto de la estructura de mando de la corte del reyde Egipto.

El autor, en definitiva, parece que diga que los creyentes de Israel, si permanecen fieles a Dios, saben llevar a cabo la misión que se les confía más allá del recinto de Israel. De hecho, en comparación con todos los que se presentaron ante el rey, ninguno fue tan sabio como Daniel y sus compañeros. Si los creyentes escuchan la Palabra de Dios y la siguen, son capaces de ofrecer a toda la sociedad una sabiduría extraordinaria que proviene, precisamente, de escuchar al Señor y su palabra.


[1] Paglia, Vincenzo. La Palabra de Dios cada día – 2023. Edición en español. pp. 406-407.

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