Si ustedes no son fieles administradores del dinero ¿quién les confiará los bienes verdaderos?

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Tiempo ordinario

Sábado de la XXXI semana

Textos

† Del evangelio según san Lucas (16, 9-15)

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Con el dinero, tan lleno de injusticias, gánense amigos que, cuando ustedes mueran, los reciban en el cielo. El que es fiel en las cosas pequeñas, también es fiel en las grandes; y el que es infiel en las cosas pequeñas, también es infiel en las grandes.

Si ustedes no son fieles administradores del dinero, tan lleno de injusticias, ¿quién les confiará los bienes verdaderos? Y si no han sido fieles en lo que no es de ustedes, ¿quién les confiará lo que sí es de ustedes? No hay criado que pueda servir a dos amos, pues odiará a uno y amará al otro, o se apegará al primero y despreciará al segundo. En resumen, no pueden ustedes servir a Dios y al dinero”.

Al oír todas estas cosas, los fariseos, que son amantes del dinero, se burlaban de Jesús.

Pero él les dijo: “Ustedes pretenden pasar por justos delante de los hombres; pero Dios conoce sus corazones, y lo que es muy estimable para los hombres es detestable para Dios”. Palabra del Señor.

Fondo Musical: P. Martin Alejandro Arceo Álvarez

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Mensaje[1]

El pasaje evangélico exhorta al discípulo a no dejarse utilizar por las riquezas, a no ser esclavos de la riqueza, a no convertirla en el ídolo de la vida, a no acumularla solo para uno mismo o para el beneficio de uno mismo. 

Dios nos da las riquezas para que nos procuren beneficios a nosotros y también a los demás, sobre todo, los más pobres, aquellos que necesitan ayuda. Los pobres son nuestros verdaderos amigos, y a ellos debemos dirigir en primer lugar nuestra atención misericordiosa. Por eso Jesús exhorta a dar limosnas, a ocuparse de quien es débil y necesitado. De ese modo les ayudamos a ellos y al mismo tiempo ponemos nuestras riquezas en manos seguras: «con el dinero, tan lleno de injusticias, gánense amigos que, cuando ustedes mueran, los reciban en el cielo». 

Los pobres a los que hemos ayudado -tal como repite toda la tradición cristiana- nos recibirán en las puertas del cielo y nos acompañarán a «las eternas moradas». Con estas palabras se confirma una vez más que la vía maestra para entrar en el remo de los Cielos es el amor por los pobres, la atención hacia los más débiles y la amistad con el que está abandonado. 

Se trata no simplemente de darles limosna -algo que de por sí ya merece gran consideración sino de ser amigos de ellos. Inclinarse hacia ellos, tocarlos con nuestras manos, llamarlos por sus nombres, significa comprender el sentido profundo de estas palabras evangélicas y de todas las enseñanzas bíblicas sobre la misericordia y sobre la justicia. 

El amor por los pobres es un don que debemos invocar a Dios. Si empezamos a practicarlo -es decir, si nos acercamos a los pobres, si los tocamos, si los amamos- nos acercamos al Señor, lo tocamos y lo amamos. La idolatría de las riquezas -la avaricia- es lo que más nos aleja de Dios porque nos aleja de los pobres. 

Las palabras de Jesús son de una claridad cristalina: no podemos servir a Dios y al dinero al mismo tiempo. O somos esclavos de uno o del otro. Y, por desgracia, la cultura actual nos impulsa hacia lo que en varias ocasiones hemos denominado la esclavitud del materialismo: considerar que las riquezas son el ideal de la vida. 

La historia cristiana no deja de poner ante nuestros ojos testimonios ejemplares de la libertad que se adquiere abandonando las riquezas y dejándose atraer por el amor. Un solo ejemplo: Francisco de Asís se despojó incluso de sus vestiduras para entregarse por completo al Evangelio. Y sigue siendo aún hoy un testigo extraordinario del amor. Y el papa Francisco nos lo acerca aún más.


[1] V. Paglia – Comunidad de Sant’Egidio, La palabra de Dios cada día, 2018, 411-412.

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