No tienen que preparar de antemano su defensa

Tiempo Ordinario

Miércoles de la XXXIV semana

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Los perseguirán y los apresarán, los llevarán a los tribunales y a la cárcel, y los harán comparecer ante reyes y gobernantes por causa mía. Con esto ustedes darán testimonio de mí.

Grábense bien que no tienen que preparar de antemano su defensa, porque yo les daré palabras sabias, a las que no podrá resistir ni contradecir ningún adversario de ustedes.

Los traicionarán hasta sus padres y hermanos, sus parientes y amigos. Matarán a algunos de ustedes, y todos los odiarán por causa mía.

Sin embargo, ni un cabello de su cabeza perecerá. Si se mantienen firmes, conseguirán la vida”. Palabra del Señor.

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El texto evangélico que contiene el discurso de Jesús sobre el fin de los tiempos, utiliza el típico lenguaje apocalíptico de las Escrituras para describir, precisamente, los «últimos tiempos». 

Leyendo esta página del Evangelio viene a la memoria lo que sigue pasando en nuestra época: tragedias, guerras, genocidios, violencias increíbles, hambre. Y todavía hoy continúan siendo asesinados los testigos del Evangelio. El número de mártires, de todas las confesiones cristianas, y también de otras religiones, que se produjo en el siglo XX fue increíblemente elevado. Y también al inicio de este nuevo milenio continúan siendo asesinados violentamente cristianos que dan testimonio de su fe con valentía. 

Estos mártires están ante nuestros ojos como testigos preciosísimos. Y nos confían una preciosa herencia de fe que debemos custodiar e imitar: mientras que nosotros estamos como aturdidos y ablandados por una cultura que nos hace ser cada vez más esclavos del materialismo y del consumo para alcanzar un bienestar individual, ellos nos dicen con su propia vida que el Evangelio del amor es el tesoro más precioso que hemos recibido y que es el testimonio más fuerte y eficaz que podemos dar a los hombres de hoy. 

El mal, con su terrible y cruel violencia, pensó que los derrotaba, pero ellos con su sacrificio, con su sangre, con su resistencia al maligno, continúan ayudándonos a vencer el mal con el amor y la fidelidad al Señor. Es un mensaje que no pierde fuerza con el paso del tiempo: realmente no se pierde ni siquiera un solo cabello de su historia de amor. Su testimonio nos sumerge, junto a ellos, en este movimiento, de amor que nos salva a nosotros y al mundo. 

El arzobispo Óscar Arnulfo Romero, en la homilía que pronunció ante el cadáver de un sacerdote asesinado por los escuadrones de la muerte, decía que el Señor nos pide a todos los cristianos que seamos mártires, es decir, que «demos la vida». Nosotros recibimos la vida no para guardarla para nosotros mismos, sino para ofrecerla a favor de todos y especialmente para los pobres. 

El Señor nos acompaña del mismo modo que les acompañó a ellos y nos ayudará con su fuerza incluso cuando, a causa del Evangelio, aquellos a los que tenemos más cerca -Jesús habla de padres, hermanos, parientes y amigos- nos traicionen. La perseverancia en el amor salvará nuestra vida.


[1] V. Paglia – Comunidad de Sant’Egidio, La palabra de Dios cada día, 2018, 431-432.

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