Tiempo Ordinario
Sábado de la XXXII semana
Textos
† Del evangelio según san Lucas (18, 1-8)
En aquel tiempo, para enseñar a sus discípulos la necesidad de orar siempre y sin desfallecer, Jesús les propuso esta parábola: “En cierta ciudad había un juez que no temía a Dios ni respetaba a los hombres. Vivía en aquella misma ciudad una viuda que acudía a él con frecuencia para decirle: ‘Hazme justicia contra mi adversario’.
Por mucho tiempo, el juez no le hizo caso, pero después se dijo: ‘Aunque no temo a Dios ni respeto a los hombres, sin embargo, por la insistencia de esta viuda, voy a hacerle justicia para que no me siga molestando’ ”.
Dicho esto, Jesús comentó: “Si así pensaba el juez injusto, ¿creen acaso que Dios no hará justicia a sus elegidos, que claman a él día y noche, y que los hará esperar? Yo les digo que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿creen que encontrará fe sobre la tierra?” Palabra del Señor.
Mensaje[1]
El evangelio de hoy nos habla de un tema muy querido por Lucas: la oración. La primera vez que el evangelista narra las enseñanzas de Jesús sobre la oración es cuando en el «Padre nuestro» da a sus discípulos una escuela para orar.
Ahora -es la segunda vez que habla de ello a los discípulos- destaca que es «preciso orar siempre sin desfallecer». No solo deben orar «siempre», sino que deben hacerlo «sin desfallecer». Muchas veces sentimos el peligro de desanimarnos o de abatimos ante peticiones que no vemos atendidas.
Jesús no quiere que los discípulos pierdan la confianza en Dios y en su próxima misericordia. Del mismo modo que el Padre lo escucha a él, escucha también a los discípulos. La oración, parece decir Jesús, siempre es eficaz; no debe haber dudas.
Para reforzar esta afirmación narra la parábola de una pobre viuda que pide ayuda a un juez. Ella, símbolo de la impotencia de los débiles en una sociedad como la de la época de Jesús, con su insistencia al juez inicuo y duro de corazón, finalmente obtiene justicia. Es una escena que choca por su realismo. Pero sobre todo es extraordinario su significado aplicado a nuestra oración al Padre que está en los Cielos.
Si aquel juez tan duro atendió a aquella pobre viuda, parece decir Jesús, «¿creen acaso que Dios no hará justicia a sus elegidos, que claman a él día y noche, y que los hará esperar?» El Evangelio quiere convencemos de cualquier modo de la fuerza y de la potencia de la oración: cuando esta es insistente se podría decir que obliga a Dios a intervenir.
La oración es la primera obra que el discípulo está llamado a llevar a cabo; podríamos decir que es el primer trabajo que debe llevar a cabo porque con la oración se hace realidad la intervención de Dios en la vida y en la historia. Por eso, como pasa con cualquier trabajo, también la oración requiere continuidad y perseverancia.
Sí, la oración no es un trabajo espontáneo, una tarea para hacer de vez en cuando. La continuidad en la oración garantiza la intervención de Dios. Efectivamente, la fuerza más grande del cristiano está precisamente en la oración.
Frente a dicha afirmación, Jesús se pregunta con seriedad: «Pero, cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará la fe sobre la tierra?». Es una pregunta que interroga de manera seria a cada discípulo y a las comunidades. El Hijo del hombre continúa viniendo a la tierra, también hoy. ¿Qué es de nuestra oración? Dichosos nosotros si el Señor nos encuentra vigilantes, es decir, perseverantes en la oración.
[1] V. Paglia – Comunidad de Sant’Egidio, La palabra de Dios cada día, 2018, 419-420