Sal a los caminos y a las veredas; insísteles a todos para que vengan

Tiempo Ordinario

Martes de la XXXI semana

Textos

En aquel tiempo, uno de los que estaban sentados a la mesa con Jesús le dijo: “Dichoso aquel que participe en el banquete del Reino de Dios”.

Entonces Jesús le dijo: “Un hombre preparó un gran banquete y convidó a muchas personas. Cuando llegó la hora del banquete, mandó un criado suyo a avisarles a los invitados que vinieran, porque ya todo estaba listo. Pero todos, sin excepción, comenzaron a disculparse.

Uno le dijo: ‘Compré un terreno y necesito ir a verlo; te ruego que me disculpes’. Otro le dijo: ‘Compré cinco yuntas de bueyes y voy a probarlas; te ruego que me disculpes’. Y otro más le dijo: ‘Acabo de casarme y por eso no puedo ir’.

Volvió el criado y le contó todo al amo. Entonces el señor se enojó y le dijo al criado: ‘Sal corriendo a las plazas y a las calles de la ciudad y trae a mi casa a los pobres, a los lisiados, a los ciegos y a los cojos’. Cuando regresó el criado, le dijo: ‘Señor, hice lo que me ordenaste, y todavía hay lugar’.

Entonces el amo respondió: ‘Sal a los caminos y a las veredas; insísteles a todos para que vengan y se llene mi casa. Yo les aseguro que ninguno de los primeros invitados participará de mi banquete’ ”. Palabra del Señor.

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El pasaje evangélico continúa refiriendo la conversación que tiene Jesús mientras está todavía en la mesa en casa del fariseo que lo ha invitado. Uno de los comensales, probablemente maravillado por la sabiduría del joven maestro, interviene manifestando la felicidad de estar en la mesa del reino de Dios. 

El banquete es una imagen habitual en el judaísmo para designar la felicidad del reino mesiánico. Y Jesús hace referencia a él con frecuencia en su predicación, como en esta ocasión. Compara el reino de Dios con un gran banquete, al que se invita a un gran número de personas. Estas, no obstante, cuando los siervos van a llamarlas, rechazan todas la invitación. Cada uno tiene su excusa totalmente comprensible: el primero ha comprado un campo y debe ir a venderlo: el segundo ha comprado dos pares de bueyes y debe probarlos, el último debe incluso celebrar su boda y, evidentemente, no puede ir. 

En cualquier caso todos coinciden en rechazar la invitación por motivo de los improrrogables compromisos que ya han adquirido. No hay duda alguna de que las motivaciones aducidas son serias pero -y ahí está el punto central de la parábola- es mucho más importante optar por el reino de Dios. Esa es la única decisión realmente crucial para la vida. Es la respuesta a la demanda de amistad, de familiaridad y de intimidad que Dios hace a los hombres. 

Jesús, con esta parábola, recuerda esa prioridad. Sí, todos los hombres necesitan la amistad de Dios. Es grande la responsabildad de aquellos que deben presentarla a los hombres -y pienso en la misión de la Iglesia en el mundo-, pero también es fundamental la responsabilidad de quien escucha la invitación a aceptarla. 

A aquel que está ya saciado y lleno de sí mismo le cuesta separarse de sus cosas: pero el que es pobre, débil, el que está desesperado acepta más rápidamente la invitación del siervo enviado por el señor para llenar la sala que ya está a punto para el banquete. Estos últimos, que realmente necesitan alimento y amor, apenas oír la invitación, acuden. Y la sala se llena de invitados. Además, Jesús había dicho: «Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios» (Le 6, 20). 


[1] V. Paglia – Comunidad de Sant’Egidio, La palabra de Dios cada día, 2018, 407.

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