¿Es verdad que son pocos los que se salvan?

Tiempo Ordinario

Miércoles de la XXX semana

En aquel tiempo, Jesús iba enseñando por ciudades y pueblos, mientras se encaminaba a Jerusalén. Alguien le preguntó: “Señor, ¿es verdad que son pocos los que se salvan?” Jesús le respondió: “Esfuércense por entrar por la puerta, que es angosta, pues yo les aseguro que muchos tratarán de entrar y no podrán. Cuando el dueño de la casa se levante de la mesa y cierre la puerta, ustedes se quedarán afuera y se pondrán a tocar la puerta, diciendo: ‘Señor, ábrenos’.

Pero él les responderá: ‘No sé quienes son ustedes’.

Entonces le dirán con insistencia: ‘Hemos comido y bebido contigo y tú has enseñado en nuestras plazas’. Pero él replicará: ‘Yo les aseguro que no sé quiénes son ustedes. Apártense de mí, todos ustedes los que hacen el mal’. Entonces llorarán ustedes y se desesperarán, cuando vean a Abraham, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios, yustedes se vean echados fuera. Vendrán muchos del oriente y del poniente, del norte y del sur, y participarán en el banquetedel Reino de Dios.

Pues los que ahora son los últimos, serán los primeros; y los que ahora son los primeros, serán los últimos”. Palabra del Señor.

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Jesús enseña mientras se dirige a Jerusalén. Jesús no camina entre los hombres sin mirar a aquellos con los que se encuentra, centrados en sí mismo y en sus propios problemas. Jesús tiene una meta, Jerusalén, pero no va allí solo para él. Va a morir a la ciudad santa porque quiere que todos se salven. No es él, de hecho, quien necesita salvación sino los hombres. 

En ese contexto destaca la pregunta que le hacen sobre el número de los que se salvarán. El interlocutor transmite una preocupación que surgía en aquella época, ya que entre los rabinos algunos excluían de la salvación a quienes no respetaban ciertas disposiciones. De ese modo se ponía en duda que todo el pueblo de Israel se iba a salvar. 

En un apócrifo judío, por ejemplo, leemos: «El Altísimo ha hecho este siglo para muchos, pero el futuro para pocos» (IV libro de Esdras). Jesús, en cambio, afirma que nadie entra en el reino de Dios solo porque pertenece al pueblo de Israel, o a un país, o a una etnia, o a una cultura, etc. Lo que salva es la fe. Jesús no responde directamente a la pregunta sobre el número de los que se salvarán. Solo dice que ha llegado el momento de elegir. Y el juicio se hará sobre dicha decisión. Y cuando llega el día del juicio no sirve de nada reclamar derechos de pertenencia a una etnia o a una religión. Es más -añade Jesús-, «Vendrán muchos del oriente y del poniente, del norte y del sur, y participarán en el banquete del Reino de Dios».

Lo que importa es decidir de inmediato seguir al Señor, antes de que sea demasiado tarde. Ese es el significado de la imagen de la puerta estrecha: ante la predicación del Evangelio no podemos aplazar la decisión de escuchar, no se puede dilatar el tiempo para elegir. Si rechazamos el Evangelio es como si llegáramos a la casa de la que habla el pasaje evangélico cuando el señor de la casa ya ha cerrado la puerta. 

El que se queda fuera, el que no escucha, queda a merced del príncipe del mal y sentirá el aguijonazo del frío de la tristeza y la amargura de la soledad. La afirmación de Jesús sobre aquellos «últimos» que serán primeros -el texto se refiere a los paganos- destaca la «primacía» de escuchar: quien acoge el Evangelio en su corazón y lo pone en práctica se convierte en el primero en el reino de los Cielos. 


[1] V. Paglia – Comunidad de Sant’Egidio, La palabra de Dios cada día, 2018, 400.

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