Todo reino dividido por luchas internas va a la ruina

Tiempo Ordinario

Viernes de la XXVII semana

En aquel tiempo, cuando Jesús expulsó a un demonio, algunos dijeron: “Este expulsa a los demonios con el poder de Satanás, el príncipe de los demonios”. Otros, para ponerlo a prueba, le pedían una señal milagrosa.

Pero Jesús, que conocía sus malas intenciones, les dijo: “Todo reino dividido por luchas internas va a la ruina y se derrumba casa por casa. Si Satanás también está dividido contra sí mismo, ¿cómo mantendrá su reino? Ustedes dicen que yo arrojo a los demonios con el poder de Satanás. Entonces, ¿con el poder de quién los arrojan los hijos de ustedes? Por eso, ellos mismos serán sus jueces. Pero si yo arrojo a los demonios por el poder de Dios, eso significa que ha llegado a ustedes el Reino de Dios.

Cuando un hombre fuerte y bien armado guarda su palacio, sus bienes están seguros; pero si otro más fuerte lo asalta y lo vence, entonces le quita las armas en que confiaba y después dispone de sus bienes. El que no está conmigo, está contra mí; y el que no recoge conmigo, desparrama.

Cuando el espíritu inmundo sale de un hombre, anda vagando por lugares áridos, en busca de reposo, y al no hallarlo, dice: ‘Volveré a mi casa, de donde salí’. Y al llegar, la encuentra barrida y arreglada. Entonces va por otros siete espíritus peores que él y vienen a instalarse allí, y así la situación final de aquel hombre resulta peor que la de antes”. Palabra del Señor.

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En la enseñanza del “Padre Nuestro”, la segunda invocación que Jesús le pide a los discípulos que pronuncien es “Venga tu Reino”. El “Reino” viene en la persona de Jesús y el mayor de todos sus dones es el Espíritu Santo. 

Pues bien, el pasaje de hoy da un paso adelante en este tema mostrándonos que gracias a la venida del Reino un discípulo de Jesús vive bajo el Señorío de Dios, descartando completamente cualquier dominación de Satanás. La vida en el Reino de Dios supone victoria sobre las fuerzas del Mal.

Por experiencia personal, los discípulos, quienes ya han estado en misión saben que cuentan con un respaldo que les permite vencer el mal: “Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo”, les dijo Jesús cuando ellos regresaban felices de su experiencia misionera.

Ahora, con los discípulos detrás de él, después de realizar un exorcismo, Jesús recibe un ataque que saca a relucir el por qué de su confrontación con Satanás. Los adversarios afirman que Jesús expulsa a los demonios «con el poder de Satanás, el príncipe de los demonios». Él les responde que dicha afirmación no es coherente, porque si así fuera, entonces deberían decir lo mismo de los exorcismos que ellos mismos acostumbraban realizar. 

Puesto que los exorcismos no necesariamente eran prueba de un poder divino, en aquella época acostumbraban pedir «una señal milagrosa». Jesús aclara que sus exorcismos son precisamente una señal del cielo porque se trata del “poder de Dios” realizando esta obra.

Con esto Jesús le dice a sus críticos que mientras Él expulsa los demonios como una manifestación auténtica del obrar de Dios, ellos no hacen más que realizar actos mágicos que, a la hora de la verdad no tienen eficacia a fondo sobre el mal.

En el texto se distingue entre el «Satanás, el príncipe de los demonios» y los «demonios». La idea es que Satán es el jefe de cuadrillas de demonios. Sobre esto, Jesús enseña que las victorias sobre los “demonios” que se realizan a lo largo de su ministerio, son un anticipo de la victoria final sobre Satán que se realizará en la Cruz.

Desde esta perspectiva, el ministerio de Jesús y también nuestra vida como discípulos de Él, se presenta como un campo de batalla en el que tendremos que definirnos: ¿De qué lado estamos?.

Finalmente, Jesús dirige su mirada hacia todo aquél que ya ha comenzado una vida nueva: hay que estar siempre vigilante. No hay que confiarse porque puede haber recaídas y éstas –la experiencia lo demuestra– suelen dejar a la persona en una situación peor que la inicialmente superads. No hay que darle chance al demonio con un retroceso.  Para impedirlo, una persona liberada debe mantenerse en la raya, en el campo de Jesús, construyendo la fidelidad en la renovación continua de la fe y en el aprendizaje del Evangelio. Este es el verdadero «estar y recoger conmigo».

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