Busquen y encontrarán… quien busca, encuentra.

Tiempo Ordinario

Jueves de la XXVII semana

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Supongan que alguno de ustedes tiene un amigo que viene a medianoche a decirle: ‘Préstame, por favor, tres panes, pues un amigo mío ha venido de viaje y no tengo nada que ofrecerle’.

Pero él le responde desde dentro: ‘No me molestes.

No puedo levantarme a dártelos, porque la puerta ya está cerrada y mis hijos y yo estamos acostados’. Si el otro sigue tocando, yo les aseguro que, aunque no se levante a dárselos por ser su amigo, sin embargo, por su molesta insistencia, sí se levantará y le dará cuanto necesite.

Así también les digo a ustedes: Pidan y se les dará, busquen y encontrarán, toquen y se les abrirá. Porque quien pide, recibe; quien busca, encuentra y al que toca, se le abre. ¿Habrá entre ustedes algún padre que, cuando su hijo le pida pan, le dé una piedra? ¿O cuando le pida pescado, le dé una víbora? ¿O cuando le pida huevo, le dé un alacrán? Pues, si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¿cuánto más el Padre celestial les dará el Espíritu Santo a quienes se lo pidan?” Palabra del Señor.

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Jesús nos dio la oración del «Padre nuestro», un tesoro precioso que se ha convertido en compañía cotidiana de la oración de los cristianos desde hace veinte siglos. Pero Jesús conoce las dudas que tienen los discípulos sobre la eficacia de la oración. Podríamos decir que conoce también el riesgo que comporta reducir solo a palabras el mismo «Padre nuestro». Por eso quiere aclarar las dudas que surgen en el corazón de los discípulos. Además, sin la oración no es posible salvarse. 

Es necesario orar con la certeza de que el Padre que está en los cielos nos escucha y atiende nuestras súplicas. Jesús insiste en que los discípulos deben orar con fe e insistencia. Y a ese propósito narra dos parábolas. La primera, la del amigo inoportuno, es casi un comentario de la cuarta invocación del «Padre nuestro», es decir, «danos hoy nuestro pan de cada día». 

Con esta parábola Jesús parece querer que los discípulos sean también «inoportunos» con el Padre en la oración. Sí, los discípulos deben insistir cuando piden. «Así también les digo a ustedes: Pidan y se les dará, busquen y encontrarán, toquen y se les abrirá», les repite a los discípulos. Y los tranquiliza diciéndoles que les pasará también a ellos lo mismo que sucede en la parábola. 

La oración insistente parece obligar a Dios «a levantarse» y atender nuestra petición. Y Dios, continúa diciendo Jesús con la segunda parábola, no solo contestará, sino que dará siempre cosas buenas a sus hijos. Él escucha siempre a los que se dirigen a él con confianza. Realmente la oración -la del hijo que confía absolutamente en el Padre- tiene una fuerza increíble, es capaz de «doblegar» a Dios hacia nosotros. 

Por eso en toda la tradición de la Iglesia la insistencia en la oración es uno de los pilares irrenunciables de la vida espiritual. Por desgracia -a causa, entre otros motivos, del ritmo desenfrenado de la vida de hoy día- nos cuesta orar y raramente somos perseverantes en la oración, sobre todo, en la oración común. 

No pocas veces nuestra confianza es realmente limitada. Dejemos que esta página evangélica toque nuestro corazón y descubriremos la fuerza y la eficacia de la oración en nuestra vida y en la vida de aquellos por los que rezamos. La oración salva la vida. Por eso es fundamental encontrar tiempo para dirigirse a Dios cada día y presentarle nuestra vida y la vida del mundo para que intervenga y salve a todos del mal.


[1] V. Paglia – Comunidad de Sant’Egidio, La palabra de Dios cada día, 2018, 377-378.

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