Señor, enséñanos a orar

Tiempo Ordinario

Miércoles de la XXVII semana

Un día, Jesús estaba orando y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: “Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos” .

Entonces Jesús les dijo: “Cuando oren, digan: Padre, santificado sea tu nombre, venga tu Reino, danos hoy nuestro pan de cada día y perdona nuestras ofensas, puesto que también nosotros perdonamos a todo aquel que nos ofende, y no nos dejes caer en tentación”. Palabra del Señor.

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¿Cómo sería orar al lado Jesús? Los discípulos tuvieron ese privilegio y el evangelista Lucas nos permite también participar en esta maravillosa experiencia a través del pasaje del evangelio que leemos hoy.

La manera de orar de Jesús debía ser muy atractiva. Cuando lo veían los discípulos quedaban tan impresionados que sentían ganas de orar como él. Un día Jesús oraba y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: «Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos»

El que habla en nombre de la comunidad, sabe que está solicitando una oración que identifique la comunidad, por eso coloca una referencia: «como Juan enseñó a sus discípulos». Todo profeta, incluido Juan Bautista, enseñaba a orar a su grupo de seguidores. Los discípulos de Jesús no quieren ser la excepción. Pero hay algo novedoso en Jesús que cautiva y que es la verdadera motivación de los discípulos para querer orar con manera. 

Jesús responde sin tardanza: «Cuando oren, digan: Padre». Sabemos el desconcierto que un apelativo así provocaba en un ambiente en el cual la gente ni siquiera se atrevía a llamar a Dios por su nombre propio diciéndole “Yahvé”, preferían decir “Adonai”. El respeto hacia Dios se mostraba desde la misma forma de invocarlo. Pero Jesús se dirige a él de manera diferente: se presenta como un pequeño, como un hijo que ama y se sabe amado. 

La oración de Jesús manda al piso cualquier barrera que se pueda interponer ante la presencia de Dios. No hay lejanía entre Dios y las personas, cada uno se puede dirigir a él directamente sin necesidad de intermediarios. ¡Una verdadera revolución en la historia de las religiones! 

En la palabra “Papá”, Jesús nos hace conocer el misterio de Dios y el suyo propio. Por una parte, la confianza e intimidad que el Hijo siente por el Padre; y por otra, la ternura protectora de Padre hacia cada uno de nosotros. 

Ni siquiera los grandes amigos de Dios en la Biblia habían logrado algo así. Aún cuando el Génesis nos cuenta que Dios se paseaba en el jardín de Adán y Eva, sabemos que ellos compartían el espacio pero no encontramos la comunicación de corazón a corazón que tenía con Jesús. Tampoco con Abraham, ni con Moisés.

Con Jesús es diferente. Lo que parece increíble es saber que también los discípulos pueden orar como Jesús, que Jesús les concede la petición de enseñarles a orar como él lo hace, o sea, experimentando la cercanía amorosa del Padre.

En este ambiente el “” del Padre se hace presente en su obra santificadora y en el Reino que se instaura. De su corazón de Padre proviene el pan de los hijos, el amor que reconcilia y la fortaleza contra el tentador. Todo ello muestra la ilimitada disponibilidad del Padre para venir a nuestro encuentro en la oración. 

El Padre nuestro es pues ante todo una escuela de oración, no se le debe reducir a una plegaria que se musita porque es ante todo un modo de entrar en comunicación con Dios. Cada vez que recemos el Padre Nuestro preguntémonos si nuestra relación con Dios es la de hijos al estilo de Jesús.

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