El que los escucha a ustedes, a mí me escucha

Tiempo Ordinario

Viernes de la XXVI semana

Textos

En aquel tiempo, Jesús dijo: “¡Ay de ti, ciudad de Corozaín! ¡Ay de ti, ciudad de Betsaida! Porque si en las ciudades de Tiro y de Sidón se hubieran realizado los prodigios que se han hecho en ustedes, hace mucho tiempo que hubieran hecho penitencia, cubiertas de sayal y de ceniza.

Por eso el día del juicio será menos severo para Tiro y Sidón que para ustedes. Y tú, Cafarnaúm, ¿crees que serás encumbrada hasta el cielo? No. Serás precipitada en el abismo”.

Luego, Jesús dijo a sus discípulos: “El que los escucha a ustedes, a mí me escucha; el que los rechaza a ustedes, a mí me rechaza y el que me rechaza a mí, rechaza al que me ha enviado”. Palabra del Señor.

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Jesús acaba de exhortar a los setenta y dos a ir por todas las ciudades para predicar el Evangelio. Sin embargo, añade que si alguna de las ciudades no acepta su predicación deben abandonarla sacudiéndose incluso el polvo que haya quedado pegado a sus sandalias. Llegados a este punto Jesús se dirige directamente a Corazín y a Betsaida, dos ciudades de Galilea, amenazándolas de quedar reducidas a escombros. 

Aquellas ciudades, a pesar de la predicación misma de Jesús y de los muchos milagros que había llevado a cabo durante aquel tiempo, no habían cambiado ni su vida ni su comportamiento pecaminoso. Además de aquellas dos ciudades, añade también Cafarnaún, la ciudad que había elegido como su nueva residencia junto al grupo de los Doce. Cafarnaún, aun habiendo recibido este trato de privilegio a través de la presencia física de Jesús, no correspondió al amor del que había sido objeto y continuó, sorda e ingrata.

Son palabras durísimas que deberían hacer que nos preguntemos cómo nuestras ciudades organizan su vida. ¡Cuántas veces también nuestras ciudades contemporáneas son sordas a la predicación evangélica! Evidentemente, también los discípulos de Jesús debemos preguntarnos si sabemos comunicar el Evangelio al corazón de nuestras ciudades y de nuestros pueblos. A menudo corremos el riesgo de repetir hasta el cansancio doctrinas y ritos que dicen nada a la gente y no provocan en ella ningún cambio. 

El mismo viaje que Jesús está haciendo hacia Jerusalén nos indica también a nosotros la responsabilidad que tienen los cristianos de entrar en nuestras ciudades para afirmar el primado de Jesús como salvador y no los mitos o los poderes que aplastan la vida de millones y millones de pobres y de débiles que quedan a los márgenes de las grandes ciudades contemporáneas. 

Jesús va a Jerusalén para dar su vida, para ser él mismo la primera levadura, la primera luz, la primera semilla de una ciudad nueva hecha a medida humana. Quien no lo acoge, e incluso lo rechaza, prepara su propia ruina. Incluso Tiro y Sidón -dice Jesús- se habrían convertido al oír las palabras y al ver las obras que se cumplían aquellos días. 

No dejemos que el Evangelio sea predicar en vano. Debemos ser conscientes de la responsabilidad que el Señor nos confía ante las grandes ciudades contemporáneas: «el que los escucha a ustedes, a mí me escucha; el que los rechaza a ustedes, a mí me rechaza». Cada palabra predicada viene de las alturas. Es una responsabilidad para quien predica y para quien escucha.


[1] V. Paglia – Comunidad de Sant’Egidio, La palabra de Dios cada día, 2018, 370-371.

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