Tiempo Ordinario – Ciclo B

Domingo de la XXVI semana

En aquel tiempo, Juan le dijo a Jesús: “Hemos visto a uno que expulsaba a los demonios en tu nombre, y como no es de los nuestros, se lo prohibimos”.

Pero Jesús le respondió: “No se lo prohíban, porque no hay ninguno que haga milagros en mi nombre, que luego sea capaz de hablar mal de mí. Todo aquel que no está contra nosotros, está a nuestro favor.

Todo aquel que les dé a beber un vaso de agua por el hecho de que son de Cristo, les aseguro que no se quedará sin recompensa.

Al que sea ocasión de pecado para esta gente sencilla que cree en mí, más le valdría que le pusieran al cuello una de esas enormes piedras de molino y lo arrojaran al mar.

Si tu mano te es ocasión de pecado, córtatela; pues más te vale entrar manco en la vida eterna, que ir con tus dos manos al lugar de castigo, al fuego que no se apaga. Y si tu pie te es ocasión de pecado, córtatelo; pues más te vale entrar cojo en la vida eterna, que con tus dos pies ser arrojado al lugar de castigo. Y si tu ojo te es ocasión de pecado, sácatelo; pues más te vale entrar tuerto en el Reino de Dios, que ser arrojado con tus dos ojos al lugar de castigo, donde el gusano no muere y el fuego no se apaga”. Palabra del Señor.

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Este domingo centramos nuestra atención en la instrucción de Jesús a sus discípulos en Cafarnaúm, después del segundo anuncio de la pasión.

Los discípulos ya no están en camino, están en casa, el lugar en el que se profundiza la enseñanza. En el camino Jesús confrontó a los discípulos que discutían sobre quién era el mayor y les explicó que la grandeza se alcanza a través del servicio. Ahora en casa, les advierte sobre cómo comportarse con quienes no son de la comunidad, les previene sobre la gravedad del escándalo y les exhorta a ser coherentes.

No olvidemos el contexto. El marco de esta instrucción es el principio establecido con anterioridad y en el que nos detuvimos el domingo pasado: «si alguno quiere ser el primero, sea el último de todos y el servidor de todos».

La imagen del servidor es muy importante. Para entenderla nos ayuda pensar en quienes tiene a su cargo el servicio de las mesas: no comen con todos y están al pendiente de que todas tengan lo que necesitan. El servidor -que no es un esclavo- sirve con gusto, siempre está atento al bien de los demás, percibe lo que les hace falta y con diligencia se ocupa de conseguirlo. Lo suyo es ayudar sin límites, su única preocupación es el bien de los demás.

A la luz de esta enseñanza fundamental que define a los discípulos como servidores Jesús resuelve tres situaciones difíciles que le son presentadas.

Juan, discípulo muy cercano al Señor le expone: «Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu nombre y no viene con nosotros y tratamos de impedírselo porque no venía con nosotros»

La encomienda que Jesús dio a sus discípulos al enviarlos fue precisamente expulsar demonios (Mc 3,15) Al principio cumplieron con el encargo (Mc 6,30); después de resistirse frente al anuncio de la Cruz se vieron impotentes para hacerlo (Mc 9,18.28). Encontrar a alguien que en nombre de Jesús si puede expulsar demonios los ha enfadado y con el pretexto de que no formaba parte del grupo de discípulos han tratado de impedírselo.

Jesús no está de acuerdo con lo que han hecho los discípulos y los desautoriza. Les da un criterio. No hay que impedir a otros hacer el bien en su nombre. Quien hace el bien en nombre de Jesús no habla mal de Él, no lo agrede a Él ni a sus discípulos. Es positivo que una persona haga el bien aún en lo más mínimo como es dar un vaso de agua a los discípulos porque son de Cristo. (cf. Mc 9,41).

Es cierto que los discípulos están en estrecha relación con Dios, pero también lo es que Dios no sólo los bendice a ellos sino a todos los que hacen el bien. Si Dios así lo hace, los discípulos no tienen porque hacer lo contrario. En el horizonte el principio fundamental «ser servidor de todos»

Puesto el criterio para resolver el problema de la intolerancia frente a quienes no son discípulos, el problema que sigue es el de los escándalos entre los discípulos. El primero que se afronta es el de los escándalos con «los pequeños que creen» en Jesús.

Es admirable cómo cuida Jesús a los discípulos «pequeños«, a los sencillos y vulnerables, a los que tienen la fe más débil e insegura. Por ello con toda claridad muestra la gravedad de escandalizarlos, de hacerlos tropezar, de apartarlos de la fe.

El escándalo se refiere a que una persona se aleje de Jesús por una palabra mal dicha o un comportamiento inadecuado por parte de un discípulo. La gravedad de la situación se describe presentando el castigo que merece quien incurre en ella «mas le valdría que le pongan al cuello una piedra de molino y lo echen al mar». En las profundidades del mar es imposible que una persona afecte a alguien con su mal comportamiento. El escándalo pone en riesgo la salvación de quien se aleja de Jesús y la de quien provoca o causa ese distanciamiento.

El evangelio no nos dice cuáles son los comportamientos escandalosos. Por el contexto del relato podría decirse que se trata a) de las luchas de poder que llevan a una persona, en el afán de buscar partidarios, a conductas poco edificantes con las que los más pequeños son escandalizados y b) los propios pecados en los que un discípulo puede involucrar a otros haciéndolos cómplices de sus debilidades y caídas.

El verdadero servicio del discípulo es conducir a los demás a una relación más estrecha con Jesús.

¿Qué hacer cuándo es el propio comportamiento el que aleja del Señor? Jesús expone tres ejemplos elocuentes relacionados con tres órganos del cuerpo humano: manos, pies y ojo; órganos que no son únicos en el cuerpo sino existen en pareja y que tienen una función muy importante para la persona entera.

El problema se presenta cuando estos órganos pretenden alejarlo a uno de Jesús y de su enseñanza mediante comportamientos negativos: aferrarse a los bienes terrenos (cf. Mc 8,34-35), alejarse de los valores del Reino (Mc 8,38) y deslumbrarse por los puestos (cf. Mc 9,34). Estas actitudes, propias de la naturaleza humana, pueden terminar dominando el comportamiento del discípulo  apartándolo del camino de Jesús y poniendo además en  peligro su misión de fortalecer,  acompañar e iluminar a los más débiles y vulnerables.

La decisión que se debe tomar es radical. El bien y el mal no pueden convivir. No se puede aceptar a Jesús y al mismo tiempo negarlo. El mayor valor para un discípulo es Jesús, es a Él a quien debe buscar aún a costa de grandes sacrificios. Lo que justifica el sacrificio es el hecho de que hay un bien mayor. Un discípulo debe velar por su comportamiento teniendo en cuenta la influencia que este puede tener en el prójimo.

Lo que se juega es no alcanzar la meta: «entrar en la vida» frustrando la existencia. El discipulado es un camino hacia la vida, es entrada en el Reino y esto es lo que le da sentido definitivo al seguimiento de Jesús.  Así, la enseñanza  básica sobre el servicio a todos es al mismo tiempo una llamada de atención al servicio a uno mismo de velar por la propia vocación para cumplir con fidelidad la misión que se nos ha confiado.

En la medida en que las comunidades cristianas son plurales la discusión sobre la tolerancia y la intolerancia se aviva de manera recurrente. En muchos ambientes a los católicos se nos acusa de intolerantes porque pareciera que, con nostalgia del pasado, nos oponemos sin más a las novedades en las ideas, costumbres y estilos de vida. El peligro es que nos tomemos en serio esta etiqueta y que seamos excluyentes, cerrados, y lo más grave, que pretendamos impedir a otros hacer el bien. El verdadero significado de catolicidad es universalidad, apertura, hospitalidad y acogida y la actitud consecuente es la disponibilidad para el encuentro y para la comunión

EL evangelio de hoy nos ubica en qué es lo que no podemos ser tolerantes, recordándonos que el alcance del Evangelio es universal porque Dios quiere que los bienes de la salvación lleguen a todos. Esto no quiere decir que de lo mismo formar parte de la comunidad católica o no; quiere decir más bien que quien forma parte de la comunidad católica debe ser capaz de distinguir quién hace el bien y quién hace el mal, teniendo consigna no impedir a nadie hacer el bien. Aquí se ubica la importancia de una conciencia rectamente formada que no confunda lo malo con lo bueno y viceversa.

Por otra parte el evangelio ubica los límites de la tolerancia y más que fijarlos en nuestro comportamiento con quienes no son de nuestra comunidad los ubica dentro de la comunidad y en la conducta de cada creyente. No es tolerable dañar a quienes creen con una fe sencilla apartándolos de Jesús por la incoherencia del propio testimonio. Tampoco es tolerable ser permisivos con el propio comportamiento justificando las conductas que nos alejan del Señor.

Con quienes hacen el bien el Señor nos dice que podemos encontrar un punto de encuentro o de colaboración por lo que no debemos considerarlos como enemigos. Lo que no se puede tolerar es el escándalo ni la incoherencia de la propia vida, se pone en riesgo la salvación de los que creen, la propia salvación y la misión que el Señor nos confía de ser luz que ilumina, sal que preserva, levadura que fermenta.

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