Tiempo Ordinario
Lunes XXV semana
Textos
† Del evangelio según san Lucas (8, 16-18)
En aquel tiempo, Jesús dijo a la multitud: “Nadie enciende una vela y la tapa con alguna vasija o la esconde debajo de la cama, sino que la pone en un candelero, para que los que entren puedan ver la luz. Porque nada hay oculto que no llegue a descubrirse, nada secreto que no llegue a saberse o a hacerse público.
Fíjense, pues, si están entendiendo bien, porque al que tiene se le dará más; pero al que no tiene se le quitará aun aquello que cree tener”. Palabra del Señor.
Mensaje[1]
Jesús explica el misterio de la Palabra de Dios con el ejemplo de la lámpara. Del mismo modo que la luz de la lámpara no tiene la tarea de iluminarse a ella misma sino todo cuanto le rodea, también la Palabra de Dios debe iluminar a todos los hombres y mujeres. Nadie debe quedar a oscuras, todos tienen derecho a la luz.
Los creyentes están llamados a enseñar a los hombres y a las mujeres de todas las generaciones la luz de Dios. Por eso los cristianos no pueden vivir para sí mismos sino para manifestar a todos los hombres, en todo el mundo, en cualquier época, la luz del Evangelio. Dice Jesús: «Nadie enciende una lámpara y la tapa con una vasija, o la pone debajo de un lecho, sino que la pone sobre un candelero, para que los que entren vean la luz». Nosotros hemos recibido el Evangelio para mostrarlo a los hombres y mujeres de nuestra ciudad.
Cada comunidad, cada creyente, puede compararse con aquella lámpara de la que habla Jesús y que hay que poner en el candelabro para que haga brillar la luz del Evangelio. Al creyente se le pide que manifieste la Palabra del Señor, y no la suya. Por eso -destaca Jesús- el discípulo está llamado ante todo a acoger la Palabra de Dios en su corazón: «Fíjense, pues, si están entendiendo bien». Aquel que no escucha no puede transmitir nada de Dios y se transmite solo a sí mismo. Pero entonces será como una luz apagada y sin vida. Aquel que deja que la Palabra de Dios amaestre su corazón tendrá el corazón lleno de sabiduría divina y dará frutos buenos para sí mismo y para los demás. Ese es el sentido de las palabras de Jesús: «al que tenga, se le dará», es decir, aquel que acoge el Evangelio en su corazón recibirá una sabiduría abundante.
Gregorio Magno decía: «Las Escrituras crecen con quien las lee», uniendo así el crecimiento interior del discípulo con la asiduidad atenta a las Escrituras. No sucederá lo mismo con quien tiene el corazón cerrado a la Palabra: permanecerá en la oscuridad porque en su interior solo está él mismo y su tristeza. «Al que tenga se le dará, pero al que no tenga se le quitará hasta lo que cree tener». Sí, el que no presta atención a la palabra evangélica, sentirá que se cierra cada vez más su corazón y vivirá sin la luz. En cambio, si acogemos la Palabra de Dios en nuestro corazón nos transforma y nos hace hombres y mujeres capaces de ofrecer una luz a quien vive en la oscuridad.
[1] Vincenzo Paglia, La Palabra de Dios de cada día, 2018, p. 357-3587