Habían discutido sobre quién de ellos era el más importante.

Tiempo Ordinario – Ciclo B

Domingo de la XXV semana

En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos atravesaban Galilea, pero él no quería que nadie lo supiera, porque iba enseñando a sus discípulos.

Les decía: “El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; le darán muerte, y tres días después de muerto, resucitará”. Pero ellos no entendían aquellas palabras y tenían miedo de pedir explicaciones.

Llegaron a Cafarnaúm, y una vez en casa, les preguntó: “¿De qué discutían por el camino?” Pero ellos se quedaron callados, porque en el camino habían discutido sobre quién de ellos era el más importante.

Entonces Jesús se sentó, llamó a los Doce y les dijo: “Si alguno quiere ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos”.

Después, tomando a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo: “El que reciba en mi nombre a uno de estos niños, a mí me recibe. Y el que me reciba a mí, no me recibe a mí, sino a aquel que me ha enviado”. Palabra del Señor.

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Este Domingo el evangelio nos presenta el segundo anuncio de la pasión que Jesús hace a sus discípulos. A cada anuncio corresponde una instrucción sobre las exigencias para quienes en verdad quieren seguirlo. Al segundo anunció corresponde la instrucción sobre quién es importante en la comunidad. El discípulo que se identifica con el Señor debe aprender a valorar a los demás como el Maestro le ha enseñado.

 El contexto del pasaje que leemos este Domingo es el comportamiento incoherente de los discípulos y la consiguiente dificultad para comprender la enseñanza de Jesús. Por un lado los discípulos incapaces para luchar contra el mal (Mc 9,18) porque les falta una relación más estrecha con el Señor y se incomodan al ver que otros, que no caminan con ellos, expulsan demonios en el nombre de Jesús (Mc 9,38-39). Son incapaces de luchar contra el mal y les molesta que otros lo hagan, a pesar de ello, están preocupados por discutir quien es el mayor, el más importante.

Tampoco comprenden la forma como Jesús realizará su misión incluida su muerte y su resurrección. Ellos se imaginaban a Jesús a su manera. No les gustaba la determinación del Maestro por entregar su vida. Lo que Jesús les anunciaba no coincidía con lo que ellos imaginaban o pensaban, estaban en sintonías distintas.

Jesús anuncia su pasión diciendo que el «Hijo del Hombre» debe ser entregado. Es el título que más gusta a Jesús y tiene profundas resonancias en el Antiguo Testamento. Encontramos este título en el  libro de Ezequiel, indicando la condición humana del profeta. En el libro de Daniel. Aparece el mismo título en una visión apocalíptica (Dn 7,1-28) en la que Daniel describe los imperios de los babilonios, medas, persas y griegos, bajo la apariencia de animales monstruosos, inhumanos, que persiguen y matan. En la visión del profeta, después de los reinos inhumanos aparece el Reino de Dios que tiene la apariencia no de un animal sino de una figura humana, de un Hijo de hombre. El Reino de Dios se presenta como un reino humano que humaniza y promueve la vida.

En la profecía de Daniel, la figura del Hijo del Hombre, representa no a un individuo, sino al «pueblo de los santos del altísimo». El pueblo de Dios no puede dejarse engañar, ni manipular por la ideología dominante de los imperios inhumanos que se imponen con la lógica del poder y del sometimiento, con la sinrazón del terror y la violencia que degrada y deshumaniza.

Jesús presentándose como «Hijo de Hombre» asume como suya esta misión que es la misión de todo el pueblo de Dios y es la misión a la que nos asocia invitándonos a despojarnos de cualquier pretensión de poderío. No hay gesto más humano que la capacidad de entregar la vida y ponerse al servicio de la vida.

El anuncio de Jesús es claro: se trata de su pasión y de su resurrección pero los discípulos tenían otras perspectivas; las palabras de Jesús no entran en sus mentes. Para ellos el Mesías tenía que ser glorioso y triunfante, no humillado ni ejecutado. Por por este contraste entre el anuncio del Señor y sus expectativas, no reciben el mensaje, se llenan de miedo y prefieren discutir sobre quién, de entre ellos, es el más importante. La incoherencia es clara: siguen a un maestro que no sólo no busca puestos de honor, sino que quiere servir hasta la entrega de la propia vida y ellos aspiran a la grandeza.

La historia se repite. Entre las más grandes incoherencias de los discípulos se encuentra la ambición y la lucha por el poder, de la grandeza y el honor. La instrucción del Señor ante esta tentación es muy clara: «si uno aspira a ser el primero, sea el último y servidor de todos», en la lógica del evangelio la grandeza consiste en servir. En nuestra lógica las cosas funcionan de otra manera cuando asumimos que ser servido es sinónimo de grandeza y honor. En la perspectiva evangélica las cosas son distintas: el que no sirve no es grande, no puede ser el primero.

Jesús nos pide que apreciemos no los honores sino el servicio. Esto supone una revolución en nuestra concepción de las personas y de la sociedad. Para mayor claridad un gesto simbólico. Jesús toma a un niño, lo pone en medio, lo abraza e indica «quien reciba a uno de estos niños en mi nombre, me recibe a mi y quien me recibe a mi, recibe al que me envió» De este modo nos hace comprender que el servicio consiste en acoger a las personas y, sobre todo, a los humildes, a los pequeños, a quienes no tienen relevancia en la sociedad. Acoger a Dios no significa encaminarse a las excelencias y los honores sino encaminarse a los humildes.

Jesús aprovecha el camino para formar a sus discípulos. En tiempo de Jesús la relación del discípulo con el maestro se definía por el seguimiento. Los discípulos siguen al maestro y viven con él, todo el tiempo. En esta convivencia con Jesús los discípulos reciben su formación, que lejos de ser la transmisión de verdades era la comunicación de la experiencia de Dios y de la vida.

La formación lleva a las personas a tener una visión distinta, una actitud diversa, una nueva conciencia de sí mismo y de la misión; produce una conversión, un cambio de mentalidad y pone a Jesús como eje, centro, modelo y referencia para la comunidad.

Jesús es una persona significativa que dejará una huella profunda en ellos. Es ejemplar en el modo en que da forma humana a la experiencia que Él mismo tenía de Dios, esta se refleja en su modo de ser y de convivir, de relacionarse con las personas, de guiar al pueblo y de escuchar a los que venían a su encuentro para hablar con Él. En su humanidad, vivida en plenitud, en su entrega en el don de si mismo Jesús se deja conocer:

  • como una persona de paz, que inspira paz y reconciliación.
  • como una persona libre y que libera, que despierta la libertad y la liberación.
  • como una persona de oración, al que vemos orar en todos los momentos importantes de su vida y que despierta en los otros las ganas de rezar.
  • como una persona afectuosa, que provoca respuestas llenas de amor.
  • como una persona acogedora, que está siempre presente en la vida de los discípulos y que los acoge a la vuelta de la misión.
  • como una persona realista y observadora, que despierta la atención de los discípulos.
  • como una persona atenta, preocupada por los discípulos, que cuida hasta de su descanso.
  • como una persona que olvida la propia fatiga y el propio descanso cuando ve que la gente lo busca.
  • como una persona amiga, que comparte todo.
  • como una persona comprensiva, que acepta a los discípulos como son, hasta en su huida, la negación, la traición, sin romper con ellos;.
  • como una persona comprometida, que defiende a sus amigos cuando son criticados por los adversarios.
  • como una persona sabia, que conoce la fragilidad del ser humano.

Si queremos seguir a Jesús tenemos que identificarnos con Él. No lo lograremos con nuestro propio esfuerzo, sino permitiéndole como Maestro que nos de forma, a pesar de nuestras incoherencias y miedos, asociándonos a su entrega en el servicio, particularmente a los más débiles y vulnerables y poniendo de nuestra parte para dar forma humana a nuestra experiencia de Dios para que en nuestros gestos más sencillos se deje sentir su presencia humanizadora y dignificante.

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