Sólo aquellos que tienen la sabiduría de Dios, son quienes lo reconocen

Tiempo Ordinario

Miércoles de la XXIV semana

En aquel tiempo, Jesús dijo: “¿Con quién compararé a los hombres de esta generación? ¿A quién se parecen? Se parecen a esos niños que se sientan a jugar en la plaza y se gritan los unos a los otros:

‘Tocamos la flauta y no han bailado, cantamos canciones tristes y no han llorado’.

Porque vino Juan el Bautista, que ni comía pan ni bebía vino, y ustedes dijeron: ‘Ese está endemoniado’. Y viene el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: ‘Este hombre es un glotón y un bebedor, amigo de publicanos y pecadores’. Pero sólo aquellos que tienen la sabiduría de Dios, son quienes lo reconocen”. Palabra del Señor.

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El evangelio de hoy nos presenta la parábola de los “niños caprichosos” que nos permite evaluar nuestra actitud frente al evangelio de Jesús.

Jesús ha dado signos claros de su identidad a través de sus milagros: su misericordia ha revertido la enfermedad y la muerte de personas en oportunidad de vida, aliviando también el sufrimiento de sus  familias, abriendo para ellas un horizonte de esperanza. 

Con estas evidencias no sería difícil sacar conclusiones acerca de Jesús. En este contexto el evangelio inserta la pregunta de Juan Bautista a Jesús: «¿Eres tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro?». La respuesta se cae de su peso.

Pero la respuesta no es unánime. Así como ha habido una división de opiniones frente a la misión de Juan Bautista igualmente ha sucedido con Jesús: Por una parte, el pueblo y particularmente los pecadores le creyeron y decidieron convertirse; por otra, los más religiosos, los fariseos y legistas, no le creyeron y «frustraron el plan de Dios sobre ellos».

Frente a esta realidad entra Jesús con las palabras duras que estamos leyendo hoy. Jesús apela a la ironía y hace notar su manera jocosa de dirigirse a la gente cuando quiere hacerla pensar. 

En su época, por las noches, los niños del vecindario acostumbraban reunirse para jugar, algunos de sus juegos se parecen a nuestras rondas, que se cantan a coros y alternan la participación. Uno de los juegos consistía en dividirse en dos grupos, de manera que cada grupo tenía un turno para entonar una canción que el otro grupo también debía seguir. Era un juego divertido.

Evocando este, Jesús le dice a aquellos que siempre han encontrado un motivo para no comprometerse, que son como los niños caprichosos que no entran en el juego. Un coro invita al otro coro a cantar primero una canción de fiesta de boda, una invitación a la danza, pero no reaccionan: «tocamos la flauta y no han bailado»; se invita al otro coro a cantar un canto fúnebre, pero tampoco reaccionan: «cantamos canciones tristes y no han llorado».Cuando esto pasa, la reacción normal es la pregunta: ¿entonces qué es lo que ustedes quieren?

Jesús les hace caer en cuenta a sus oyentes que con su intransigencia, con su incapacidad de dar el salto de la fe, son todavía más infantiles que esos niños: no aceptan el ascetismo de Juan, que «no comía pan ni bebía vino» y fue tildado de «endemoniado», ni aceptan tampoco la libertad, la apertura, el carácter festivo de Jesús, a quien llaman «glotón, bebedor, amigo de publicanos y pecadores».

Sin embargo, queda claro que la actitud negativa de la generación de los tiempos de Juan y de Jesús no impide de ninguna manera, que el plan de Dios se cumpla, porque hay personas, así sean pocas, que con su extraordinaria actitud de fe sacan adelante el nuevo plan de salvación de Dios para el mundo.

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