Jesús, mirando a sus discípulos, les dijo: “Dichosos ustedes…»

Tiempo Ordinario

Miércoles de la XXIII semana

En aquel tiempo, mirando Jesús a sus discípulos, les dijo: “Dichosos ustedes los pobres, porque de ustedes es el Reino de Dios. Dichosos ustedes los que ahora tienen hambre, porque serán saciados. Dichosos ustedes los que lloran ahora, porque al fin reirán.

Dichosos serán ustedes cuando los hombres los aborrezcan y los expulsen de entre ellos, y cuando los insulten y maldigan por causa del Hijo del hombre. Alégrense ese día y salten de gozo, porque su recompensa será grande en el cielo. Pues así trataron sus padres a los profetas.

Pero, ¡ay de ustedes, los ricos, porque ya tienen ahora su consuelo! ¡Ay de ustedes, los que se hartan ahora, porque después tendrán hambre! ¡Ay de ustedes, los que ríen ahora, porque llorarán de pena! ¡Ay de ustedes, cuando todo el mundo los alabe, porque de ese modo trataron sus padres a los falsos profetas!” Palabra del Señor.

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La narración evangélica según san Lucas nos presenta hoy una de las páginas más significativas de todo el Evangelio: la proclamación de las bienaventuranzas. 

Jesús tiene ante sus ojos a los Doce a los que ha querido llamar como sus primeros colaboradores y discípulos, es decir, aquel grupo más amplio de hombres Y mujeres que lo siguen y la gente que acude a escucharlo. Y toma inmediatamente la palabra. No pronuncia un discurso abstracto, ni presenta una doctrina que pase por encima de la cabeza de la gente. Él quería indicar a los que lo escuchaban el camino para alcanzar su felicidad. 

Desde sus primeras palabras se comprende que no indica el camino de la mentalidad corriente, que, además, demuestra ser falaz y engañoso. ¡Cuántas veces hemos sentido en nuestro interior el fracaso de falsos mitos! Sobre todo hoy, en una sociedad que acostumbra a consumir desenfrenadamente y a satisfacer sus deseos sin construir nada estable, hasta la felicidad se ha hecho fluida, inalcanzable. Y vemos a nuestro alrededor a hombres y mujeres que la buscan por caminos que muchas veces llevan a la destrucción de la vida misma. Jesús, impulsado por la compasión de Dios por los hombres, con las bienaventuranzas quiere indicar el camino hacia la felicidad. 

El evangelista Lucas refiere solo cuatro palabras, cuatro bienaventuranzas. Jesús anuncia a los pobres, a los hambrientos, a los abandonados y a los sedientos de justicia que pueden ser :finalmente felices porque Dios ha decidido estar a su lado. Por eso son «bienaventurados», porque Dios les ama, los prefiere por encima de muchos que creen estar satisfechos por sus riquezas y sus seguridades. 

La proximidad de Dios y la de los discípulos es para los pobres una alegría grande. Ellos, que normalmente quedan excluidos de la vida, se convierten en los privilegiados, los preferidos por Dios y por sus hijos. La bienaventuranza de los pobres, y también la de los hambrientos, la de los que lloran, la de aquellos discípulos perseguidos, no es fruto de su triste y precaria situación en la vida, sino la proximidad que Dios les concede por encima de los demás. 

En efecto, no es hermoso ser pobre, ni estar afligido, ni tener hambre, ni ser insultado. Si Jesús afirma que son bienaventurados es porque Dios ha decidido estar con ellos antes que con los demás. Y Jesús lo muestra en primera persona, con su propio ejemplo. A nosotros, los creyentes, se nos confía la tarea de hacer sentir a los pobres el amor privilegiado de Dios como hizo Jesús durante toda su vida. 

Con los «ay de ustedes» Jesús advierte a los ricos de que no sirve para nada buscar la felicidad en el amor por nosotros mismos y por las riquezas. El camino de la felicidad para los ricos es gastar su vida por los pobres para vivir de su misma bienaventuranza.


[1] V. Paglia – Comunidad de Sant’Egidio, La palabra de Dios cada día, 2018, 343-344.

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