Se transfiguró en su presencia

6 de agosto

Transfiguración del Señor

Ciclo B

En aquel tiempo, Jesús tomó aparte a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos a un monte alto y se transfiguró en su presencia. Sus vestiduras se pusieron esplendorosamente blancas, con una blancura que nadie puede lograr sobre la tierra. Después se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús. Entonces Pedro le dijo a Jesús: “Maestro, ¡qué a gusto estamos aquí! Hagamos tres chozas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”. En realidad no sabía lo que decía, porque estaban asustados.

Se formó entonces una nube, que los cubrió con su sombra, y de esta nube salió una voz que decía: “Este es mi Hijo amado; escúchenlo”.

En ese momento miraron alrededor y no vieron a nadie sino a Jesús, que estaba solo con ellos.

Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó que no contaran a nadie lo que habían visto, hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos. Ellos guardaron esto en secreto, pero discutían entre sí qué querría decir eso de ‘resucitar de entre los muertos’. Palabra del Señor. 

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El monte de la Transfiguración, identificado tardíamente con el monte Tabor, es una imagen de todo itinerario espiritual. Imaginemos a Jesús llamándonos también a nosotros para llevarnos con él al monte, tal como hizo con los tres discípulos más amigos, para vivir con él la experiencia de la comunión íntima con el Padre. 

Algún comentador sugiere que el pasaje narra una experiencia espiritual que fue importante ante todo para Jesús: una visión celestial que produjo una transfiguración en él. Es una hipótesis que permite entender más a fondo la vida espiritual de Jesús. 

A veces olvidamos que también él hizo un itinerario espiritual, como subraya el mismo Evangelio: «Crecía en sabiduría, en estatura y en gracia». También él sintió el esfuerzo y la alegría de un camino. También él, al igual que Abrahán, Moisés, Elías y todo creyente, pudo subir al monte. También él sintió la necesidad de «subir» hacia el Padre, de encontrarse con Él. 

Es cierto que la comunión con el Padre era todo su ser, toda su vida, el pan de sus días, la sustancia de su misión, el corazón de todo lo que era y hacía; pero tal vez también él necesitaba momentos en los que esta relación íntima emergiera en su plenitud. Sin duda lo necesitaban los discípulos. 

Pues bien, el Tabor fue uno de estos momentos singularísimos de comunión, que el Evangelio amplía a toda la historia del pueblo de Israel, tal como demuestra la presencia de Moisés y Elías que «conversaban con Jesús». Jesús no vivió esta experiencia solo; hizo partícipes también a sus tres amigos más íntimos. Fue uno de los momentos más significativos de la vida personal de Jesús, y también de los tres discípulos y de todos los que se dejan acompañar en esa misma subida. 

En la tradición de la Iglesia ha habido muchas interpretaciones de este pasaje evangélico. En la vida de cada día con el Señor, en la oración y cuando escuchamos las Escrituras debemos transfigurar siempre nuestra vida y el mundo que nos rodea.


[1] V. Paglia, Comunidad de Sant’Egidio., La palabra de Dios cada día. 2021, pp. 321-322

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