En él he puesto mi Espíritu

Tiempo Ordinario

Sábado de la XV semana

En aquel tiempo, los fariseos se confabularon contra Jesús para acabar con él. Al saberlo, Jesús se retiró de ahí. Muchos lo siguieron y él curó a todos los enfermos y les mandó enérgicamente que no lo publicaran, para que se cumplieran las palabras del profeta Isaías: Miren a mi siervo, a quien sostengo; a mi elegido, en quien tengo mis complacencias.

En él he puesto mi Espíritu, para que haga brillar la justicia sobre las naciones. No gritará ni clamará, no hará oír su voz en las plazas, no romperá la caña resquebrajada, ni apagará la mecha que aún humea, hasta que haga triunfar la justicia sobre la tierra; y en él pondrán todas las naciones su esperanza. Palabra del Señor.

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Mensaje[1]

Jesús acaba de curar en la sinagoga-en sábado- a un hombre con la mano paralizada. Los fariseos ya no tienen ninguna duda y se reúnen para preparar un plan que lleve a la muerte de Jesús. Quieren hacerlo callar a toda costa. Jesús se da cuenta y se aleja retirándose a un lugar apartado. No es para estar tranquilo. Tan es así, que cura a todos los enfermos que le llevan. Pero no quiere hacerse ver. 

No ha venido entre los hombres para que le alaben y le admiren, como a veces los discípulos están tentados de hacer, siguiendo, en esto, la actitud de los fariseos. Y con una larga cita de Isaías se presenta como «siervo», un siervo bueno, humilde, manso; no como un hombre fuerte o un poderoso al estilo de los poderosos de este mundo. 

La verdadera identidad de Jesús y, por consiguiente, del cristiano es la que evitan los hombres, porque la consideran no adecuada, condenada al fracaso. Con todo, el más grande se hace siervo, porque solo así la vida de los hombres tiene sentido y futuro. Solo aprendiendo a dar, a pensar en los demás, a no tener miedo de amar encontramos nuestro yo. 

Jesús, de hecho no emprende acciones políticas o empresas económicas para salvar al mundo del mal. Su compromiso es mucho más profundo: hay que arrancar desde lo más profundo, desde sus raíces que se clavan en el corazón de los hombres. Por eso afirma que «no gritará ni clamará», y que «no romperá la caña resquebrajada, ni apagará la mecha que aún humea». Solo haciéndonos siervos amamos al otro. Ese es el camino de la humildad. 

El camino del servicio nos hace útiles, nos hace mejores, fortalece nuestras debilidades, nos hace descubrir siempre lo que hay de hermoso en nuestro prójimo. Por eso el camino del Siervo es el mismo camino de Dios, el de rebajarse por un amor que llega incluso a lavar los pies, a morir para salvar a los demás. 

Es el camino que Jesús indica a los discípulos de todos los tiempos. Es el camino que llega hasta el corazón, para cambiarlo, para curarlo, para sanarlo. El mundo empieza a cambiar cuando el corazón empieza a cambiar. La Iglesia y los cristianos están llamados a trabajar teniendo eso en cuenta. 


[1] V. Paglia – Comunidad de Sant’Egidio, La palabra de Dios cada día, 2018, 287.

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